Hace una década un grupo de niños de entre dos y tres años pintaron
un cuadro en su guardería bajo la atenta mirada de la reportera Fany
Estévez (hoy sería una famosa influencer) para exponerlo de matute en ARCO
Madrid, la Feria Internacional de Arte Contemporáneo que se celebra anualmente en
primavera. Puso a disposición de los párvulos, que se lo pasaron en grande, un
lienzo, pinceles (pronto desechados) y botes de pintura para que se pusieran manos
a la obra según los principios más libertarios del action painting. El
resultado fue un espeso emplasto vagamente policromado. Cuando las madres
recogieron a sus hijos pusieron el grito en el cielo. Sus caras eran una representación
antropomorfa del cuadro. La reportera que diseñó el experimento consiguió colarlo
y colgarlo en Arco. Las opiniones de los espectadores son tronchantes: refleja
angustia, tristeza, según dos chicas jóvenes; para otra representan un
mar de flores, una tercera cree que irradia ciertas sutilezas; un
hombre de mediana edad dice que se trata de un cuadro complejo, mucha
meditación detrás, mucha experiencia, un señor mayor asegura que la obra
encierra una enorme carga erótica reprimida, y, finalmente, varios
aseguran que quince mil euros de los de entonces es un precio más que
razonable para esta obra de arte. No descarto que todo fuera un montaje de
principio a fin. Después de todo, los comisarios de la exposición no son
responsables de las fantasías de los visitantes.
Este año tuve el dudoso gusto de ver colgado en Arco sobre un fondo blanco siete bragas cada cual de un color rematadas por un consolador idéntico
en todas y diez minutos de explicaciones de la artista. Había obras aún más triviales,
como una vieja manguera de jardín enchufada a un grifo de la pared (¿recuerdos infantiles
del jardín del abuelo?) o un torso de la Estatua de la Libertad mutilada… Decepción
en general. No se puede considerar arte a todas las tendencias de última hora ni
a ciertas vanguardias de lo nunca visto. A diferencia
de la pintura de Tapies, Zóbel o Millares, por ejemplo, el autor del arte falso
primero perpetra la ocurrencia y luego la justifica con un montón de manifiestos fundacionales, oscuros metalenguajes y teorías
varias. Picasso decía que no buscaba sino encontraba, pero
posteriormente evitaba escribir tratados sobre sus hallazgos, algo que
detestaba. Al contrario, es conocida la incontinencia verbal de Dalí sobre la
verdad sublime de sus cuadros, aunque en general no habla del cuadro sino de sí
mismo, un pretexto para airear sus delirios narcisistas que por lo demás
tampoco se tomaba demasiado en serio.
La farsa consiste en aceptar que es arte todo lo que está dentro
de un contexto que lo legitima: sea el engrudo de los niños, las bragas con
estrambote o un chicle pegado a la suela de un zapato como metáfora de la
degradación de la vida urbana y tal y cual; o sea, escribir post evento un
fárrago y pasarlo por arte conceptual.
Otro caso de experiencia estética fallida.
Durante mi último viaje a Berlín una importante galería habilitó una habitación
de 15x10 metros de paredes lisas color "blanco-humo" acristalada por el
frente. Una suave música incidental propiciaba una atmósfera de duelo, silencio
y actitud reverencial. En una pantalla colgante se proyectaban imágenes mudas
de la barbarie nazi. Por una puerta lateral se accedía a una habitación que
había sido rellenada por tierra y “materiales naturales” extraídos, según el
cartel informativo, del Campo de Concentración de Mauthausen. Una luz muy tenue
alumbraba los rincones de la estancia. No había objetos alusivos al holocausto que
“desviaran la atención hacia una intuición más arcaica y espiritual de la
historia”. Se invitaba a los espectadores a que entrasen en el espacio
escénico, "pisaran el mismo suelo y tocaran la misma tierra", que compartieran
sus ideas y sentimientos en una especie de cambiante dinámica de grupo. En los tres
muros habían colocado unos paneles donde podías escribir tus impresiones o bien
acordar, discrepar o completar otros fragmentos. Recordaban a las antiguas mesas funerarias del portal del
finado para recoger firmas. Se trata de una falsa experiencia interactiva en la que se busca el contenido
fácil, establecido de antemano, fijado por una dramaturgia evidente que forma
parte del consumo efectista del que abusan ciertas galerías. Populismo estético. Una dialéctica invertida, desgastada, que niega la negación original. Acaso sea
esta la única frase que alguien tendría que haber escrito (Adorno in memoriam): "Desmontad la habitación, no se
puede escribir poesía después de Auschwitz".
P.D. Existe una distinción entre el arte falso y el arte falsificado, aunque el principio que los legitima es el mismo. Elmyr de Hory, uno de los más conocidos falsificadores de cuadros, a quien Orson Welles dedicó parte del documental Fraude (F for Fake), afirmó que muchas imitaciones suyas se exhiben como obras auténticas en las pinacotecas y museos del ancho mundo. Según los marchantes, vendió más de mil falsificaciones. Orson Welles se pregunta cuál es la diferencia entre una imitación de Modigliani y una pintura auténtica cuando los expertos no han podido certificar cuál es cuál. Esta cuestión plantea problemas difíciles de abordar como qué es arte, los límites del arte y los criterios para definir esos límites. Quizás en otro momento.