Una de las pretendidas experiencias estéticas más sonadas (nunca mejor dicho) del siglo XXI fue Dialtones: a telesymphony.
El punto de partida de esta manifestación con pretensiones artísticas (convertida en corriente) es la consabida universalización de las nuevas tecnologías (Internet, videoconferencia, GPS, telefonía móvil de última generación -ya no sé cuantas van-, plataformas operativas de todo tipo, mass media y libros electrónicos, pizarras digitales, entre otros sofisticados e inextricables artefactos) y su extensión (inundación sería más intuitivo) a todos los ámbitos de la vida social.
Desde la eclosión y posterior hundimiento a finales de los años noventa de las famosas “puntocom” hasta las actuales pantallas multimedia (que consumimos sin saber la mayoría de las aplicaciones que soportan) ha llovido demasiado. Y “esto”, dicen los que entienden (los nuevos chamanes), no ha hecho más que empezar… No nos engañemos más con mitologías pastoriles de nuevo cuño que a la postre no son sino rancias leyendas urbanas. Ya no existen los paraísos perdidos al estilo de Gauguin. Recuerdo, por ejemplo, la visita que hicimos en la costa de Guinea a la aldea de los fernandinos. Una playa asomada a un Atlántico deslumbrador. Redes secándose en la arena, niños descarados y pedigüeños, suciedad por todas partes, canoas talladas a mano, pesca artesanal, peces sabrosos hechos a la piedra, perros sin dueño o de la tribu, chozas blancas con techos de uralita, muebles toscos y ¡horror! internet de alta velocidad.
Desde 1994, aproximadamente, hasta nuestros días no podemos vivir sin los teléfonos celulares. Son los únicos objetos en el mundo que tienen el don de la ubicuidad. Yo he visto usarlo con delectación a un desquiciado bañista en las aguas trasparentes de una cala mallorquina (¡los hay impermeables, móvil y persona!). Uno de los círculos del infierno de Dante, con sus tormentos correspondientes (se me ocurren algunos) debería estar dedicado a los convictos de la telefonía móvil…
Su presencia es particularmente enervante en los cines, salas de conciertos, conferencias, teatros y, en general, en los espacios públicos de exhibición, lo que ha dado lugar al “ritual de apagado” del importuno trasto, dispuesto a sonar alegremente en mitad de un aria de Haendel.
Un equipo de artistas de las nuevas tecnologías, formado por Golan Levin y sus colaboradores Scott Gibbons, Gregory Shakar y Yasmin Sohsawardy, han construido una experiencia colectiva en la que se invierte el ritual de la desconexión del móvil: Dialtones: a telesymphony es una representación sonora (¿musical?) interpretada por los celulares de los asistentes-participantes a un singular concierto (palabra acaso excesiva). Dialtones fue puesto en escena e interpretado por primera vez en 2001, durante el festival Ars Electronica de Linz (Austria), ciudad afortunada a la que W. A. Mozart dedicó su Sinfonía nº 36 en do mayor, K. 425.
La orquesta telefónica estaba formada por doscientos miembros del publico que previamente habían registrado sus números privados en unas cabinas de Internet situadas entre bambalinas. Los organizadores del evento asignaron a los improvisados músicos unos asientos concretos en función de los efectos sonoros buscados. Según cuentan las crónicas, al establecer de antemano su ubicación exacta para el sonido de cada unidad, Levin y su equipo fueron capaces de generar (va separado) progresiones de acordes diatónicos (recuerda dolorosamente al jazz), melodías distribuidas espacialmente (supongo que a imagen grotesca de una orquesta sinfónica), escalas aleatorias y nubes errantes de sonido (o sea, ruido en abundancia).
Los creadores del espectáculo ejercieron de directores de orquesta mediante un superferolítico teclado que servía para llamar a los teléfonos de los participantes en la sinfonía telemática. Los sonidos de la composición iban acompañados de imágenes proyectadas en pantallas frontales y laterales, supuestamente alusivas a los “módulos auditivos creados”.
El concierto duró unos treinta minutos y, es preciso admitirlo, creó un efecto único. Golan Levin resumió la experiencia con las siguientes palabras: Si la red de comunicaciones globales puede concebirse como un único organismo comunitario, entonces el objetivo de Dialtones es transformar indeleblemente la forma en que oímos y comprendemos los pitidos de este ser monumental y multicelular. Al situar a cada participante en el centro de una enorme piña de amplificadores, Dialtones hace que el éter de la telefonía móvil resulte visceralmente perceptible.
Decididamente, debemos acostumbrarnos a la presencia de los nuevos artilugios (después de todo, como señala Heidegger, el manejar útiles es el primer modo existencial del ser ahí o Dasein), a otras formas de relación interpersonal (una sociedad donde amigos y amantes son virtuales) y a la racionalización de la contaminación acústica (en la época de Marx las ideologías que justificaban el modo de producción capitalista eran más respetables: el cristianismo, la moral puritana, el liberalismo clásico o el arte burgués).
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