Telépolis

lunes, 1 de noviembre de 2010

Antología del disparate


No puedo resistirme a poner por escrito tres dislates tragicómicos que he conocido de primera mano durante los dos últimos cursos en el centro donde trabajo, un Instituto de Enseñanza Secundaria de la periferia de Madrid… en el que llevó desasnando bachilleres desde que se fundó hace más de cinco lustros. Puedo decir que he derrochado allí los mejores años de mi vida, aunque cualquier otro trabajo asalariado posiblemente hubiera sido una calamidad mayor (suelo decir que cuando comencé a dar clase era alto, rubio y de ojos azules y fíjense en lo que me he quedado).
Los disparates forman parte de la enseñanza; de hecho, el título de esta parodia está tomado de aquellas divertidas publicaciones anuales que recogían los errores más garrafales de las benditas pruebas de Reválida (¡cuánto se echan de menos en nuestra instrucción!); sin embargo, los desatinos de ahora, sobre todo los de baja y media intensidad, no son la excepción sino la regla. Y así debe entenderse la intención de lo que sigue: un anuncio y un síntoma de la decadencia nihilista, irreparable, de nuestro sistema educativo.
En cualquier caso, “prometo por mi honor” que todo lo que se cuenta es rigurosamente cierto (obviamente no tendría ningún sentido político ni humorístico si fuera una burda invención).

El profesor de religión, Juan, con quien compartía Departamento porque, según un antiguo director que distribuyó astutamente los espacios, “existía una cierta continuidad entre ambas materias” (invito a la reflexión de los expertos sobre este tema)… Juan decía, una persona excelente al margen de otras consideraciones académicas en las que no entro, me abordó un día al terminar la jornada con la consternación por compañera:

- ¿A que no adivinas lo qué me ha pasado hoy?

- Por el tono y timbre de tus palabras -le dije- parece que has recibido una bula de excomunión del Arzobispo de Madrid-Alcalá…

- Si sólo fuera eso, suspiró (era un viejo creyente convencido de la utilidad de la enseñanza y de las ideas criptomarxistas de la teología de la liberación).

- Si te sirve de consuelo -añadí- puedes llorar sobre mi hombro hasta que lleguemos a Madrid (le ofrecí toda la caridad de que soy capaz en estos casos).

- Un alumno de Segundo de la ESO, al terminar la clase, me ha preguntado cuál era la razón de la mentira que tantas veces les había contado. (Entre lamentos prosiguió con la entrevista).

- Dime en qué asuntos he faltado a la verdad (preguntó Juan a su pupilo, inquieto por la larga mano de la Congregación para la Doctrina de la Fe).

- Nos has dicho que Jesucristo murió en la cruz… (El trato de Usted es la reliquia de un mundo perdido).

- (Sensación de alivio) ¿Pues cómo si no murió Jesús?

- Quemado en la hoguera (contestó el mocito sin vacilar).

- ¿De dónde has sacado eso? (replicó Juan, convencido de que la libre interpretación de la Biblia tiene límites).

- Pues del libro de texto (pontificó el mozalbete).

- Muéstrame –contraatacó Juan amoscado- dónde dice el libro de texto que Jesucristo murió en la hoguera.

- (El chaval sacó con aire convencido el libro de su mochila, lo abrió por una página doblada y comenzó a leer). A Jesús le prendieron los judíos

La segunda historia es posterior unos meses. Alberto, el sustituto del catedrático de griego, por desgracia gravemente enfermo, era un profesor recién licenciado, preparado y amante de las humanidades. Coincidí con Alberto en el tren de cercanías que no lleva al instituto a diario. Tras un breve protocolo de encuentro (como en los Diálogos platónicos) abordó sorprendido el siguiente caso:

- No puedo creer lo que me soltó ayer una chica de Cuarto de la ESO.

- ¿En la asignatura de Cultura clásica, pregunté? (No se lo había tomado tan mal como Juan, ni estaba deprimido, pues pertenecía en el fondo a la misma generación que su alumna).

- Sí. Les había llevado el día anterior ver la película Troya, una de las actividades extraescolares que habíamos programado para el trimestre. ¿La conoces?

- No, contesté escuetamente. (Mentí, mis sobrinos menores me habían forzado a acompañarles y de paso dejarme medio sueldo en la taquilla. Desde entonces cualquier alusión al pastiche me deprime).  

- Al comenzar el debate en clase sobre la película -prosiguió Alberto- se levantó la chica (aquí dijo el nombre y apellidos) y con aire de reproche me soltó a bocajarro: ¿Pero profe, los griegos existieron? (Se sobreentendía que si no fuera el caso, ¿Qué carajo hacían en el aula desde que comenzó el curso?).

La tercera epifanía didáctica, me ha ocurrido a mí. En realidad tiene dos partes. Este curso he preferido impartir la asignatura afín de Geografía e Historia (tres horas lectivas) a un grupo de Primero de la ESO, a tener que cargar con tres grupos de Segundo de la ESO y la asignatura de Educación para la Ciudadanía (una hora lectiva por grupo).Tengo que decir que son niños de doce años y no están aun definitivamente corrompidos por la sociedad; en líneas generales me caen bien y me divierto con ellos. Pero, lo que sucede dentro del aula es algo inaudito. Su vocabulario es ínfimo. Hacen continuas preguntas del estilo: ¿Profe, que significa “etapa”o “industria” o "por consiguiente"? No me importa abrir el diccionario y leer. Pero tendría que disponer a su vez de un diccionario del diccionario y así sucesivamente.
Me interrumpen a cada instante: ¿Profe, puedo borrar con la goma? ¿Puedo sacar el libro de texto? ¿Puedo coger el sacapuntas que se me ha caído al suelo? Cualquiera que no fuera ellos comprendería a la octava vez que no les permito salir de clase para ir a los lavabos. Sin embargo, insisten machaconamente hasta que toca el timbre. Se levantan, esta vez sin pedir permiso, a tirar bolas a la papelera (he observado que hacen como que las tiran y vuelven una y otra vez en una versión renovada del mito de Sísifo); uno deambula sin rumbo entre las mesas, otro durante la santa hora se limita a pintar obsesivamente coches y aviones… A Sergio, lenguaraz entre parlanchines, lo he sentado a mi lado para que no se estrepite. Me da conversación como si fuera su colega y si no lo consigue (a veces es más interesante hacerle caso a seguir con las características - otra palabra que no comprenden- de la economía sumeria) me tira de las mangas, me hace burla y me cierra el libro. No saben tomar apuntes ni siquiera a cámara lenta (está acostumbrados a las fichas de la escuela) y son incapaces de redactar con sentido más de tres palabras. De la ortografía ni hablo (escriben la palabra “prehistoria” separada y sin hache)… En fin, la solución a esta anarquía social no es, como pensaba, el “modelo patriarcal” o la bondad del profesor que podría ser su abuelo, sino el modelo “campo de concentración”, la autoridad pura y dura del profesor fascista. Están felices así y es lo que piden.

Dos preguntas del primer examen sacadas del libro de texto:

- ¿Cuáles fueron los dos avances más importantes del Homo erectus?

Respuesta: Se casaban. (Los dos avances quedan contestados con lo de marido y mujer. El resto tiene que ver con las connotaciones sexuales del término “erectus”).

- ¿Cuáles eran los medios de subsistencia en el Neolítico?

- Respuesta: Arrodeaban a los animales y los asesinaban con las lanzas. (“Arrodeaban” parece un neologismo híbrido entre acorralar y rodear. Lo de "asesinar a los animales" es, sin duda, un residuo ideológico de las últimas diatribas antitaurinas. Además en el Neolítico la caza no era la fuente principal de alimentación, sino que se dedicaban pacíficamente a la agricultura y la ganadería).

PD. Cuando llego a mi casa descubro entre risas que llevo los bolsillos llenos de papelitos doblados, notas breves que me colocan hábilmente en cuanto me levanto para explicar. Como son personales e intransferibles prefiero por esta vez guardar el secreto.

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