Gran parte de los relatos de terror se ha construido en torno a tres estilemas narrativos o elementos constitutivos del género: el elemento preternatural, el elemento antinatural y el elemento sobrenatural. Sería demasiado prolijo citar en este contexto a los autores y las obras, por lo que nos limitaremos a ilustrar cada elemento con una sencilla imitación. Dejamos al inteligente lector, sin duda adicto al escalofrío nocturno, la existencia crepuscular y la zarpa que se posa sobre el hombro, la distracción de incluir en cada categoría a sus preferidos.
El elemento preternatural se refiere a la presencia latente de formas de evolución y civilizaciones cuyos arcanos se pierden en la noche de los tiempos. Estos seres primordiales existieron antes que nuestra especie y hostiles a nuestra presencia han optado por confinarse en ciertas regiones todavía no holladas por el pie del hombre.
Una mañana de primavera disfrutaba con interés de la experta compañía de dos arqueólogos que me habían invitado a presenciar los trabajos de excavación en el yacimiento romano de Valeria. Antes de retirarnos a descansar, mis amigos descubrieron atónitos bajo el altar del dios Pan una escultura ominosa con la faz de un engendro entre el pez y la bestia, cuya sola mirada invitaba a la oración y hacía peligrar el juicio. Estaba hecha de un material bruñido, semejante al basalto pero más brillante, y tenía esculpidos en la base unos caracteres cuneiformes cuya significado por el momento ha resultado completamente indescifrable. Los atemorizados vigilantes dicen haber entrevisto por la noche unas sombras fugaces merodear por el templo y haber oído ciertos salmos espantosos que les han obligado a taparse los oídos…
Para el segundo estilema narrativo, el antinatural, el terror consiste en la quiebra inesperada de las más elementales leyes físicas y morales que rigen el orden del mundo. Esta ruptura ciega del principio de causalidad transforma la vida en un enigma intolerable.
Imaginad que durante el verano cuatro amigos estáis acampados en un rincón perdido de la sierra de Cuenca. Son las dos de la madrugada y disfrutáis de una última copa a la luz de la luna antes de acomodaros en los sacos de dormir. De pronto un señor maduro, de facciones regulares, pelirrojo, cuerpo bien formado, traje blanco y corbata roja… pero de una estatura increíblemente diminuta, un hombrecillo a escala de unos cuarenta centímetros, pasa a toda prisa a diez metros del campamento sin que se oigan sus pisadas en la maleza; se detiene un instante y os dice con voz chillona y acento extranjero:
- Buenas noches, la temperatura es perfecta para disfrutar de un paseo por las sendas.
Y sigue su camino hasta perderse en las sombras del bosque.El tercer estilema narrativo, el sobrenatural, debe entenderse como la pérdida del equilibrio inestable entre dos mundos contrapuestos: el material y el espiritual (único lugar, el género de terror, donde este término cobra un significado preciso). Lo sobrenatural consiste en la apertura por causas desconocidas de ciertas grietas entre ambas dimensiones que permiten deslizarse en este mundo a entidades con un poder abrumador e impredecible.
El viaje por la costa este de los Estados Unidos tocaba a su fin. Cada uno de los dos matrimonios viajábamos en un coche-caravana alquilado. A veces hacíamos los mismos planes, pero normalmente cada pareja iba por su cuenta y al final de la jornada coincidíamos en algún centro urbano. Mis amigos solían madrugar más que nosotros y por costumbre nos habían dejado una nota en el parabrisas para anunciarnos que nos veríamos por la noche en San Diego. Allí, tras devolver los coches, celebraríamos el fin de la aventura y al día siguiente volaríamos a España. Partimos del camping a las doce del mediodía y sobre las dos de la tarde (puse las noticias en la radio) vimos sorprendidos a mi amigo saludarnos al borde de la carretera con las manos en alto; no vimos el coche ni a su mujer por lo que pensamos que lo habían aparcado cerca de la orilla y se estaban bañando en la playa. Nos extrañó que sus gestos fueran demasiado afectados. Por la noche en San Diego las autoridades locales nos informaron que mi amigo había tenido un grave accidente de tráfico, un choque frontal con un camión de la base militar. Su mujer estaba en grave estado en el hospital, pero no se temía por su vida. Su marido había fallecido a las diez de la mañana.
El doce de Noviembre asistí en el Teatro Real a la representación de la ópera de Benjamin Britten The turn of the screw (Otra vuelta de tuerca), estrenada en 1954 en el Teatro de la Fenice de Venecia y basada en la novela corta homónima de Henri James escrita en 1898.
La ópera me empujó al libro de James, que ya conocía como aficionado modesto pero entusiasta al género de terror. Se trata de uno de los mejores relatos de fantasmas de todos los tiempos. Su lectura, especialmente adictiva, hizo que me olvidara por completo de la ópera, de los entreactos, de la compleja puesta en escena, de las voces infantiles y de la excelente interpretación de la orquesta titular.
Otra vuelta de tuerca es una historia de apariciones al viejo estilo y una de las aproximaciones más convincentes al arquetipo de lo demoníaco, símbolo de la malignidad y sus polimorfas expresiones religiosas, literarias, plásticas o cinematográficas.
Refrescamos con brevedad el argumento. Dos niños huérfanos de ocho y seis años, Miles y Flora, son enviados por su tío y tutor, un apuesto caballero a la usanza de la Inglaterra victoriana, a Bly, una mansión situada en un paraje exuberante de la campiña británica. El tutor contrata para ocuparse de ellos a una bella institutriz, quien, seducida a primera vista por los modales del gentilhombre, decide aceptar el delicado encargo… aunque contenga una notable condición: tiene que arreglarse sola y no molestarle en ningún caso con los pormenores del pupilaje ni con las dificultades que pudieran surgir sobre la marcha.
En la finca, la joven queda deslumbrada por la belleza natural, la educación impecable, los afectos arrebatadores y el trato irresistible de los hermanos. Aunque poco a poco descubre con horror que los espectros del antiguo secretario del tutor y la anterior institutriz, Quint y Jessel, muertos ambos en circunstancias oscuras, rondan por los alrededores e incluso por las estancias de la casa… Su objetivo es la perdición irremisible de los huérfanos, a los que habían corrompido con sus hábitos degenerados antes de morir. El relato es la historia de la confrontación entre dos esferas irreconciliables por la posesión de los niños: la voluntad de la institutriz por redimirlos y la obstinación de los espectros por perderlos para siempre.
James maneja con maestría dos rasgos constituyentes del género de terror: el elemento antinatural y el elemento sobrenatural.
Para introducir el elemento antinatural utiliza dos recursos literarios: el primero consiste en desenvolver la deformidad moral y la maldad suprema mediante su antítesis, la figura por antonomasia de la inocencia, la niñez, representada por dos hermanos, ambos perfectos de cuerpo y alma. Su belleza recuerda a los ángeles caídos de William Blake, plasmados como hermosas criaturas de rostros bellos y agraciados, almas perdidas de unas proporciones canónicas que pueblan los abismos donde no cabe esperanza. Aunque tales dones no son sino la máscara de que se sirven para ocultar su condición corrompida y poner de manifiesto los poderes maléficos que les otorga el señor de las tinieblas.
El elemento antinatural se manifiesta, en segundo lugar, por sus efectos psicológicos (uno de los puntos fuertes del autor): la inaudita madurez de los hermanos, la refinada forma de perpetrar sus encuentros con los fantasmas, la inteligencia sutil que despliegan para ocultar sus ominosas intenciones, la profunda sabiduría que rebosan, la convicción de alcanzar una felicidad completa, su influencia maligna sobre las sagradas costumbres que nos preservan del mal y sirven de protección contra deteminadas certezas. El terror que se adueña de la historia procede de la visión antinatural de unos niños convertidos en viejos pervertidos.
Es antinatural también la orden tajante del tutor de no ser requerido bajo ninguna circunstancia por la institutriz. No queda claro el motivo de tal crueldad, aunque la conjetura más plausible (al menos la más sugerente) es que el propietario de la hacienda, mientras convivió con los actores del drama, tuvo noticias fehacientes de las abominaciones que se urdían y decidió confinarlas al rincón vergonzante del olvido. Tampoco es natural la morbosa atracción que los hermanos ejercen sobre la institutriz (y que al final conlleva lo contrario de lo que pretenden: no ser importunados en sus encuentros infernales). Ni el comportamiento inconfesable del ama de llaves, Mrs. Grose, aliada final de la joven, quien sabe más de lo que quiere saber y actúa como si nada supiera. O el personal de servicio, de la misma condición que las estatuas del jardín, cuyas posiciones cambian en el espacio del drama según la dirección de los acontecimientos.
A su vez, el elemento sobrenatural surge como una prolongación indefinida de la corrupción tras la muerte. Los espectros del secretario y la antigua institutriz, tornan del lugar de la desesperanza para concluir su obra maléfica y perder eternamente a sus victimas.
Los relatos mediocres de lo sobrenatural se caracterizan por dos rasgos efectistas que malogran su calidad literaria: el abuso reiterado de las apariciones y la descripción detallada de las manifestaciones del mal. James resuelve de forma genial ambos temas.
Las contadas apariciones de los espectros a los niños y a la institutriz, los únicos capaces de verlos, son autónomas (cada espíritu tiene su personalidad y su función bien definida en el relato) y demoledoras (su aparición siempre es oportuna, imprevisible y aterradora).
Asimismo, la perversión que subyace y sirve de hilo conductor a la narración en ningún momento es presentada en sus detalles, ni antes de la muerte de los sirvientes ni después de su retorno al mundo de los vivos. Con un oficio admirable, James invita a que cada lector fije, es decir, imagine desde su experiencia interior (sus sospechas, terrores, traumas, vivencias e intimidades) los contenidos explícitos de la abominación.
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