Telépolis

viernes, 4 de marzo de 2011

El ocaso de los dioses


Los primeros romanos veneraban a un número incontable de espíritus, denominados númenes (numina), que regían las fuerzas de la naturaleza y las acciones de los hombres.
Los númenes, a los que había que complacer para que fueran propicios, eran poderes misteriosos o deidades que formaban parte de los seres y de la vida.
Cada rincón del bosque, cada camino, cada fuente, cada árbol, cada actividad humana tenía su numen, por lo que se llegó a decir que en Roma había más dioses que hombres…
San Agustín (354-430), en un capítulo punzante y tendencioso de La Ciudad de Dios, describe las tropelías, en su versión, de la religión romana primitiva; la exposición del filósofo cristiano (que atribuye a los maestros paganos) es además errónea, ya que a lo largo del capítulo IV, titulado La grandeza de Roma como don adivino, mezcla los dioses olímpicos del panteón grecorromano con los númenes.
Los acotados obviamente son míos.

OPINIÓN DE LOS MAESTROS DEL PAGANISMO, SEGÚN LA CUAL LOS DIVERSOS DIOSES SE IDENTIFICAN CON JÚPITER

Es, en fin, él mismo [Júpiter] indefectiblemente quien está en aquella caterva de dioses semiplebeyos [númenes]. Él es quien preside, con el nombre de Líber, las efusiones seminales el hombre, y con el nombre de Líbera las de la mujer [sic]; él, Diéspiter, quien conduce el parto a buen fin; él mismo, la diosa Mena, está al frente de las reglas femeniles; él, Lucina, es invocada por las parturientas. Es él quien presta ayuda a los recién nacidos, recibiéndolos en el regazo de la tierra con el nombre de Opis [numen de la abundancia], y les abre la boca a los primeros vagidos con el nombre del dios Vaticano, y con el de la diosa Levana, quien los levanta de la tierra [al nacer un niño lo ponían desnudo sobre la tierra; para considerarlo legítimo lo tenía que levantar el padre o alguien que lo representara]; y él quién protege la cuna y se llama Cunina.

Nadie más que él es quien está entre las diosas que le cantan el destino a los recién nacidos, llamadas Carmentas; se llama Fortuna cuando preside la suerte, y en la diosa Rumina es él quien hace fluir la leche del pecho materno a los labios del lactante (antiguamente a la mama se la llamó “ruma”).
Regula Júpiter la bebida en la diosa Potina, y en Educa la comida. Se llama Paventia cuando se relaciona con el pavor que sienten los niños, y Venilia con la esperanza en lo que vendrá; Volupina con la voluptuosidad, y Agenoria [diosa de la industria y la actividad] con la actuación. Recibe el nombre de la diosa Estímula [diosa que excita el deseo sexual] por los impulsos que hacen al hombre sentirse estimulado a la actividad excesiva [hacer el amor con desenfreno], y de Estrenia cuando infunde coraje; Numeria porque nos enseña a numerar, y Camena a cantar. Es también el dios Conso, porque da consejos, y la diosa Sentia, que inspira las opiniones. Y la diosa Juventa, quien pasada la edad de vestir la toga pretexta [prenda de vestir distintiva que llevaban los niños menores de dieciséis años], apadrina la entrada en la edad juvenil.

Júpiter es, además, la diosa Fortuna Barbada, la que cubre la barba de los adultos. (No veo por qué no han querido, en honor a ellos, que esta curiosa divinidad fuera del género masculino). (…)
Él mismo sigue siendo el dios Yugatino, quien enlaza a los cónyuges [en la ceremonia matrimonial], y en el momento de desatarle el cinturón a la recién casada [tras la entrada de los conyuges en el tálamo o cámara nupcial], es él invocado con el nombre de Virginiense. En fin, es Júpiter el mismo que Mutuno o Tununo, para los griegos Príapo [dios menor rústico de la fertilidad; se solía representar con un enorme falo en perpetua erección o en posición fálica, símbolo de la fuerza fecundadora de la naturaleza].

Si no les produce sonrojo, es Júpiter quien se identifica con el desempeño de todas estas funciones que acabo de citar y las que he omitido (no las pretendo citar todas); él está en todos estos dioses y diosas, bien bajo la modalidad de ser partes diversas suyas, como pretenden algunos, o bien la de ser sus atributos, como prefieren los partidarios de llamarle “el alma del mundo”, sentencia ésta seguida por los maestros de más relieve.

1 comentario:

  1. A pesar de la complicación de las diversas facetas de Júpiter, no veo a este dios más complicado que las tres personas de la Santísima Trinidad. Me ha gustado mucho tu artículo. Te lo dice un semipagano convencido.

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