En la sociedad iconográfica del siglo XXI el sistema de acción de una clase social depende cada vez más de ciertos objetos de cultura material, como coches, ordenadores, plataformas, móviles o televisiones. Pura estética industrial.
Fijémonos en la decoración de las casa de las clases altas, que han convertido la televisión en el objeto rey en torno al cual se levanta la escenografía hogareña.
En el salón, la pantalla gigante, símbolo de estatus, actúa como fuerza centrípeta del espacio habitable: gama alta, definición total, visión en tres dimensiones, precios, formas, texturas, terminados exclusivos. El salón sin puertas, abierto a los cuatro puntos cardinales, es el centro distribuidor de las chambres. Al frente, una inmensa terraza con vistas. Al fondo, la escalera que asciende a la segunda planta. El esbelto sofá, prolongación de la pantalla, en cuero blanco-hueso según la ley de contraste, se sitúa en el punto de fuga exacto. El mueble modular, también blanco, y la biblioteca de cristal, anecdótica pero formalmente necesaria, funcionan como elementos multiplicadores de la imagen. Sobran los cuadros abstractos o los carteles retro, objetos redundantes y focos superfluos de atención perceptiva. Las mullidas alfombras de lana son el lugar perfecto para contemplar la epifanía. Los focos halógenos sirven de ambientación hipnótica y las cortinas de seda de telón de fondo. Incluso la pintura de las paredes (está de moda el gris-humo suave) se elige en función del diseño del modelo. A veces la televisión desaparece en un falso muro, pero el efecto sirve para realzar su valor icónico.
El aparato de música, que reparte el sonido por la casa (y se pone los domingos durante el desayuno) simboliza la continuidad e interrelación de los elementos multimedia: el home-cinema con su sistema de altavoces conectados al equipo, la Playstation 4, el terminal del Plus... Una pantalla para todos los usos, cine, ordenador, tablet, juegos, videoconferencia, teléfono, la cámara del portal que vigila el inmueble: el ideal de la "casa inteligente".
En cualquier caso, el zapping es el modo de ver la televisión de las clases altas. No la soportan. Rara vez se la toman en serio, tienen cosas más interesantes que hacer. La televisión es incompatible con la vida mundana. Odian la cultura de masas, pero la alta cultura les parece un síntoma de esnobismo decadente.
Actualmente las casas (y no sólo las de la clase alta) disponen de dos o más pantallas de televisión. La televisión, la gran posibilidad democrática. Ocupa un lugar privilegiado en el dormitorio, en la cocina, en la terraza, incluso en los baños. El ritual se extiende y determina un estilo de vida, una concepción del mundo basada en el culto profano a las imágenes.
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A finales del siglo XX, antes de dominar las televisiones planas, su tendencia integradora sobre el entorno habitable era puntual, limitada; la constelación de significados normativos y estéticos era secundaria, menos impactante. La interacción social dependía de elementos de cultura espiritual, como las creencias religiosas, los códigos morales o las ideologías políticas.
Dos ejemplos démodés de la relación entre la televisión y la cultura hogareña de las clases medias de antaño.
Una de las costumbres burguesas más extendidas en los años ochenta fue la televisión tabernáculo, donde se exhibían los fetiches de la biografía familiar: fotos de los hijos en escala descendente o del padre con la carpa pescada en el embalse, el abuelo con uniforme de gala durante el servicio militar en África, un canario disecado junto al busto de Ramón y Cajal, la bola de cristal donde se agita la ventisca, el barómetro del capuchino; encima la orla de la madre y un escudo del Real Madrid.
Otra variante era la televisión habitáculo, envuelta en un mueble-funda con pretensiones: en el centro, un espacio regulable para encajar el aparato; a la derecha, un compartimiento-bar con fondo de espejo que se ilumina al abrirse: botellas de Soberano, Anís del Mono y Licor 43; a la izquierda, el cajón gemelo con los suplementos del ABC; debajo, un anaquel con el video y los discos de vinilo, las cintas de casete y los cartuchos VHS. Pero la función del mueble-traje no era encumbrar el efecto del televisor sino camuflarlo.
La televisión conformaba en ambos casos un petit endroit, un rincón aislado, un espacio separado del resto del hogar con un significado propio. Se trataba de una realidad aparte, de un entramado de signos sin relación orgánica con la totalidad.
Las clases medias no practican el zapping. Se modo peculiar de fruición televisiva es el mirar desatento mientras se ocupan de asuntos varios: hacer calceta, leer la prensa, revisar facturas, navegar por internet o dormir la siesta. Para la clase media, los patrones de vida mundana dependen de la televisión. También las vivencias anticipadoras y las fantasías sexuales. No tiene complejos para permanecer durante horas ante la caja mágica, cuya misión latente, explican los sociólogos, es ocultar conflictos, facilitar modelos sublimados y encauzar el papel subversivo de la imaginación.
La vida familiar de la clase media como sistema de interacción se organiza en torno al televisor. La pantalla aglutina los roles inconexos de los miembros de la unidad familiar. Inversamente, en las clases altas la unidad familiar no existe: su interacción se basa en intereses y pulsiones separados, paralelas; un estilo de vida eficiente para evitar desajustes enervantes e irreversibles. Las funciones de la televisión son otras.
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