Se han dado diferentes interpretaciones del problema del mal y sus variantes: moral, físico, psicológico, social, económico… así como de sus parches y remedios. Algunos teólogos han negado su existencia. San Agustín argumentaba que si aceptamos la presencia del mal, hay que asumir que Dios lo ha creado, lo cual contradice su bondad infinita. Sólo queda descartarlo. El mal es una mera ausencia de bien, es decir, una falta de ser en personas, animales o cosas: el mal carece de realidad efectiva. (Recuerdo la muerte del encantador niño Alan Michaels de 12 años en la novela Némesis de Philp Roth, fulminado en tres días por la epidemia de polio del 42, quizás el más afortunado entre otros muchos que contrajeron la terrible enfermedad)…
De acuerdo con el sano principio de proliferación de teorías, deslizo una que me atrae sin ser mía (nada tengo que decir al respecto). Su núcleo lo leí en el National Geographic durante una tarde de tedio en la piscina. No me acuerdo del nombre del autor. Sólo me hago cargo de ciertos ornamentos que intentan traducir la fórmula científica en conjetura literaria.
Sostenía el artículo ¿Volver a los orígenes? que las manifestaciones del mal tienen un fundamento biológico: el mal proviene de la inadaptación de la especie humana a la vida en grandes comunidades; no estamos preparados evolutivamente para fundar poblaciones a escala planetaria. A lo largo de la historia se ha producido un desfase fatal entre biología y cultura cuyos resultados conocemos. (En general, la hipótesis recoge ciertos ecos de Rousseau sobre el origen de la desigualdad y la urgencia del contrato social que pasamos por alto).
Prosigo: el hombre es capaz de dar lo mejor de sí dentro de grupos reducidos, pero se pierde cuando vive en sociedades complejas. Estamos dotados genéticamente para transmutar, en el interior de grupos limitados, los instintos de conservación y reproducción en virtudes éticas. La veracidad, el desinterés, la compasión, el altruismo, la tolerancia, el sentido del deber, la generosidad, el bien común… sólo brotan en este círculo mágico de interacciones biosociales. Los valores adaptativos sólo funcionan dentro de colectivos simples. Es más, la sociedad actual habría desaparecido sin el contrapeso permanente de una red de relaciones primarias: padres, hermanos, primos, novios, amantes, amigos, pandillas, colegas de trabajo, vecinos de siempre, conocidos y afines, es decir, los que realmente nos importan. No es que los demás no cuenten, aclara el perspicaz articulista, sino que por naturaleza estamos incapacitados para ocuparnos éticamente de ellos. Aunque quisiéramos no podríamos. Fuera del círculo mágico, lo que vale de verdad se desvanece y, lo que es peor, se generan sus contrarios: el egoísmo, la ocultación, la mentira, la crueldad, el poder, la avaricia, la fama…
El desequilibrio entre biología y cultura explica el sinsentido de la ética en la sociedad industrial. Conozco el caso: he tratado de explicar la asignatura de ética durante años; nadie se cree nada, yo tampoco, a ninguno le atañe más que como atajo para reivindicar derechos, buscar beneficios, engañar al prójimo o perpetrar maldades; como mucho sirve de paliativo contra la confrontación violenta de intereses y el deseo ilimitado de bienes. El único código de la sociedad industrial es una ética de circunstancias, puntual, incoherente, fundada en el materialismo crudo. Todas las teorías políticas del pacto social, absolutistas, democráticas o totalitarias, son un tratamiento de choque para evitar los efectos apocalípticos del desajuste entre tendencias innatas y desarrollo cultural. El capitalismo en su versión final, cuando se quita la máscara del Laissez faire (¿os suena verdad?), muestra la cara cruel de una humanidad caída, inadaptada, seleccionada para la extinción: de una antinaturaleza llevada a sus últimas consecuencias.
El patriotismo, otra aproximación, es un planteamiento ideológico que busca la mediación entre lo más cercano (la tierra de los padres) y lo más lejano (la nación, el Estado): entre lo primario y lo secundario. No funciona. Se trata de un concepto trasnochado que sólo tiene presencia en la práctica nacionalista (o en al ámbito del fútbol internacional). La globalización ha barrido este fantasma del mapa político. La evidencia: en una crisis económica como la actual lo que realmente le importa al ciudadano es salvar a su familia, no salvar al país; y si le importa salvar al país es para salvar su bolsillo. También a los políticos profesionales les interesa el suyo, aunque nos abrumen con su amor a la patria. Por eso colocan ventajosamente a su ingente familia, hacen negocios con los amigos y protegen sus intereses por encima de todo. Los genes mandan.
Inversamente, en las aldeas poco numerosas, en las que todos son parientes, el sistema de acción social se apoya en relaciones próximas, personales, empáticas, espontáneas, acordes con las pautas que la especie ha consolidado a lo largo de la filogénesis. Precisamente, el elogio de la vida rural se basa en “el retorno a la naturaleza”, es decir, en el predominio de las relaciones primarias. Los conflictos surgen o bien por la trasgresión de tales relaciones, por ejemplo: el adulterio, el abandono de la joven, la deslealtad con el amigo o la injuria al vecino; o bien por la influencia perturbadora de las relaciones utilitarias: la codicia en la herencia, la apropiación indebida de las lindes, la venta torva de unas reses o la intriga municipal. (Además, los dramas rurales no tienen ningún impacto global salvo el mediático).
Un caso intermedio, curioso, de la oposición entre relaciones primarias y utilitarias en la vida social, apunta el artículo, es el código de la mafia. Por un lado, la exacerbación del ideal de la familia extensa: todo por lo nuestro; por otro, la participación voraz de la familia en los grandes negocios nacionales e internacionales: los demás son un medio y el que importuna paga. Reglas propias: autonomía moral y autonomía legal.
Más madera: cualquier estudio de antropología social constata que las sociedades primitivas, respetuosas con las pautas de acción primarias, donde no prevalece el principio de utilidad puro y duro, están más cohesionadas que las complejas: son culturas coherentes con un patrón de vida sostenible.
Sugiere el artículo que la eficacia y el prestigio de la democracia ateniense del siglo V no se debe tanto a su forma política, ya que de los 400.000 habitantes de la ciudad-Estado sólo uno de cada diez tenía derechos de ciudadanía, sino al carácter primario o directo de sus instituciones: la asamblea popular donde todos los ciudadanos libres (que, sin duda, se conocen) toman decisiones; y el ostracismo, una consulta anual del Consejo de los Quinientos a los ciudadanos sobre si hay motivos para desterrar a alguno. El que tuviese más de seis mil votos a favor del destierro tenía que abandonar la polis por cinco o diez años. Esta práctica evitaba el abuso de poder, las intrigas, la corrupción y la acumulación injustificada de riquezas.
Si echamos la vista atrás, resulta evidente que fueron las sólidas relaciones primarias entre homínidos las que hicieron viable la especie. Sin las manifestaciones más solidarias, más puras del instinto de sociabilidad, hubiera sido imposible la defensa organizada, la transición de presas a predadores y el lugar dominante del género homo en la cadena trófica. Biología y cultura se aunaron en la génesis y desarrollo de la especie humana. El resultado más espectacular fue la aparición del lenguaje como instrumento de cooperación. Hoy, las relaciones utilitarias, disfuncionales, invierten la evolución y amenazan con el fin de los tiempos.
El final del ensayo: las mutaciones, los saltos genéticos, sirven a la evolución seleccionando a los individuos capaces de afrontar con éxito las formas más complejas de organización social. Pero el tiempo de la naturaleza es muy lento y el de la cultura muy rápido. Su contraposición revela los signos infalibles de nuestro destino. No es posible una síntesis feliz entre ambas. Antes de que surja una nueva raza, un anuncio luminoso de las ciencias de la vida (acaso el superhombre de Nietzsche), habremos desaparecido de la faz de la tierra. Hasta entonces, el futuro de las naciones será un continuo vagar por el dolor y la injusticia.
Y Derry? ¿Que opinas de Derry... ?
ResponderEliminar...et occurrent daemonia onocentauris et pilosus clamabit alter ad alterum ibi cubavit lamia et invenit sibi requiem.
Isaías 34,14
Melero
Amigo Melero, es cierto que los demonios, aunque moran en todas partes, prefieren ciertos lugares y allí se reúnen. Y tú me pregunta por qué. Sólo sabemos que los ángeles caídos no entran el mundo de los hombres si no son convocados (ese es el único límite que les puso el que los derrotó en el combate, si es que realmente lo hizo…). Esa invocación de nosotros al mal (no al revés) se llama tentación: insisto, somos nosotros quien tentamos al maligno, no a la inversa. Y es precisamente en las ciudades pequeñas, como Derry, donde las llamadas al ángel oscuro (y a los que le sirven) son más intensas y apremiantes. ¿Por qué?, acaso sea un capricho de Satán, un acto puro de su voluntad, un resto de la libertad que le fue arrebatada… por lo que igualmente pudo elegir lo contrario. Lo cierto es que allí se congregan y duermen… mientras no perturbes su descanso con voz sonora.
EliminarEse es el sentido de la cita de Isaías.
Un abrazo, Rodolfo