Para
Ana fiel seguidora de los dioses olímpicos.
Declaro inaugurados los Juegos de Londres en la celebración de la
XXX Olimpiada de la era moderna, dijo la
reina Isabel II minutos después de medianoche.
Mi primera
historia, la cara, se refiere al desfile inaugural de las delegaciones de casi
todo el mundo, la parte más "humana" de los juegos olímpicos junto
con la ceremonia de clausura.
Cada cuatro años
admiramos la riada multicolor de los héroes (titulo
del tema de David Bowie que atronó cuando salieron a la cancha los de casa) al
son de los redobles del timbal anunciando el destino común de la especie. De
nuevo disfrutamos de esa bacanal kitsch de la fama y la alta costura.
¿Recuerdan los trajes de opereta de los anfitriones? Blancos con chorreras
doradas; más que aguerridos sajones parecían súbditos en tecnicolor de la
emperatriz Sissi. Los norteamericanos, calados con boina, simulaban una unidad
de intervención rápida en uniforme de gala. La indumentaria de la delegación
española mostraba ciertos ingredientes bufonescos (como presentía Forges): los
colores de la enseña estampados a empujones, hebillas amarillas, mocasines a
juego (y no por casualidad), lazos y pañuelos barrocos, floripondios rojos y
abanicos de boda… sólo faltaban puntas en los sombreros borsalinos y cascabeles
por el cuerpo. Muy representativo de la situación actual. Estoy seguro de que
el gobierno obligó a la reina a llevar el conjunto rojigualda que lucía. Aun
supongo a la nobleza cierto gusto en el vestir.
A mí me gustan
los uniformes atávicos (el consabido traje típico o nacional), como los que
llevan esas comitivas de cuatro atletas de un país africano, descalzos, con
túnicas estridentes, el abanderado con taparrabos, lanza y hueso del enemigo en
la nariz. Por eso, antes que lo esencial patrio hubiera preferido para nuestros
chicos/as (que nadie se ofenda) un homenaje sentido a la vida de provincias,
por ejemplo, un traje tradicional de Teruel en rojo y negro, con jubón, falda
adamascada, pasamanería y puntillas. Ya veremos cuantas medallas consiguen
(hoy han ligado la primera de plata, con más alivio para todos que la subida de
la bolsa).
El leit motiv del
evento fue un recorrido entre apolíneo y dionisíaco por la cultura inglesa (lo
mejor, 007 al servicio de su Majestad, lo peor, un Paul McCartney en fase
terminal). Aunque se les olvidó repasar, pongo por caso, la colonización de la
India, la Guerra de las Malvinas, la intervención en Irak y la ocupación de
Gibraltar… Portaron la bandera olímpica, entre otros, Ban Ki Moon, secretario
general de Naciones Unidas, la brasileña Marina Silva y el gran pianista y
director argentino Daniel Barenboim, este último seguramente horrorizado por la
interminable cencerrada a cargo de “bandas de leyenda” como los
Rolling Stones, The Who, Queen o Sex Pistols; lo siento pero tampoco los
soportaba con quince años. ¿Vimos el espectro de Cassius Clay? El honor del
último relevo, antes de traspasar el estadio la llama de Olimpia (¡pobre Grecia
esquilmada por los bárbaros!), correspondió a un distinguido David Beckham que
llegó en lancha rápida, aunque no en calzoncillos como anunció por la mañana The Sun. El
encendido del pebetero, símbolo del orgasmo universal, fue novedoso, evidente y
muy celebrado. Siete jóvenes a la vez llevaron el fuego sagrado hasta el centro
del universo. La pregunta del millón era si el último sería hombre o mujer,
blanco o negro, rubio o moreno, porque los ingleses, ya se sabe… Pero vean el
final en el video de Youtube, no les defraudará la solución que dieron para
quedar bien con todos y salirse con la suya.
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Altius, citius, fortius. Han comenzado
las competiciones y con ellas el drama de la selección natural. La cruz. Se
acabaron la fraternidad y los abrazos. Renace la guerra entre naciones y las
miserias de la alta competición. La primera, la medicina deportiva, el
auténtico protagonista del mal entre bambalinas. La segunda, sus secuelas: el
cielo y el infierno, sonrisas y lágrimas, vencedores y vencidos. El
perdedor da la mano al rival tras escupirse en la palma. ¡Que se jodan! (frase
parlamentaria de la derecha dedicada a los parados).
En actitud contemplativa,
tal que así en el sofá, contemplaba por la tarde la competición femenina de
halterofilia en la modalidad de dos tiempos. Según parece, la competición
femenina no entró hasta los Juegos de Sídney 2000. Una levantadora china sale
al tapete o como se llame. Las torneadas curvas de la mujer convertidas en masa
muscular. Evito los matices. Su cuerpo envuelto en fajas, rodilleras,
muñequeras y otras vendas protectoras. No puedo entender como no se rompen
por dentro mientras yo estoy dos meses con dolor de espalda por subir la
compra a casa. Saluda al estilo oriental. Se embadurna las manos con polvo
blanco. Suena el avisillo electrónico. Levanta a pulso la barra hasta los
hombros, perfecto; parada y fonda; prosigue la subida de la mole para colocarla
encima de la cabeza, instantes tensos… pero su cuerpo, no su alma, se niega en
redondo. Vencida por la debilidad de la carne, unos brazos que no son suyos
dejan caer a plomo la barra que rebota en el suelo. Murmullos de decepción. Se
retira con la desdicha en el rostro. Y ahora viene lo peor: su gruesa
entrenadora, una mujerona de rasgos oblicuos y llameantes, la fulmina con
la mirada, la coge del brazo, la gruñe con saña y la aparta a
empujones… Por lo menos, en los países democráticos la bronca se echa en privado.
Se acabaron los colegios caros, las instalaciones de élite, las muñecas de
marfil. Años de esfuerzo perdidos, de nada valen los entrenos
feroces, las comidas de plástico, la obediencia ciega, la renuncia a la vida
familiar y social. Su persona ya no sirve a los fines del Estado. Vaporizada.
Flores y sedas para tapar montones de basura. Triste destino. Al
menos los futbolistas, cubiertos de oro, hacen lo que les da la gana.
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