Salvador Dalí, Diario de un genio. 1952. Mayo
Después de la muerte de Hitler, una nueva era mística y religiosa se disponía a devorar todas las ideologías. Entretanto yo tenía una misión. El arte moderno, residuo polvoriento del materialismo heredado de la Revolución francesa, se alzaría contra mí durante por lo menos diez años. Por lo tanto, me tocaba a mí pintar bien, cosa que no interesaba en absoluto a nadie. No obstante, era indispensable pintar bien, puesto que mi misticismo nuclear no podría triunfar, cuando llegara la hora, si no se encarnaba en la más suprema belleza.
Sabía que el arte de los abstractos –de aquellos que no creen en nada, y por consiguiente no pintan nada- haría las veces de glorioso pedestal a un Salvador Dalí aislado en nuestra abyecta época de decorativismo materialista y de existencialismo aficionado. Todo esto era seguro. Pero, para aguantar el golpe, había que ser más fuerte que nunca, tener dinero, producir oro, rápido y bien, para poder subsistir. ¡Oro y salud! Me abstuve completamente de beber y me cuidé hasta el paroxismo. Al mismo tiempo acicalaba y pulía a Gala para que brillara, esforzándome al máximo para hacerla feliz, cuidándola mejor que a mí mismo, pues, sin ella, todo se hubiera malogrado. El dinero serviría para conseguir todo lo que deseábamos en cuanto a belleza y bondad. A eso se limitaba mi avida dollars [expresión de André Bretón referida a Dalí]. Hoy va a quedar demostrado del todo…
Lo que más me gusta de toda la filosofía de Auguste Comte es el momento preciso en que, antes de crear su nueva “religión positivista”, sitúa en la cima de su jerarquía a los banqueros, a quienes atribuye una importancia capital. Tal vez se deba al atavismo fenicio de mi sangre ampurdanesa, pero siempre me he sentido deslumbrado por el oro, se presente bajo la forma que se presente. Al haber aprendido en mi adolescencia que Miguel de Cervantes, tras escribir para mayor gloria de España su inmortal Don Quijote, había muerto en la más triste miseria, y que Cristóbal colón, después de haber descubierto el Nuevo Mundo, también había muerto en las mismas condiciones y además cargado de cadenas, ya en mi adolescencia, repito, mi prudencia me aconsejó con denuedo dos cosas:
1º Crearme mi propia cárcel lo antes posible. Y así lo hice.
2º Convertirme, en la medida de lo posible, en ligeramente multimillonario. Y así ha sido.
El modo más simple de negar cualquier concesión al oro es teniéndolo. Con oro es totalmente inútil "comprometerse". ¡Un héroe no se compromete con nadie! Es todo lo contrario de un criado. Como con tanto acierto ha dicho el filósofo catalán Francesc Pujols: “La mayor aspiración del hombre, en el plano social, es la sagrada libertad de vivir sin tener necesidad de trabajar”. Dalí completa este aforismo añadiendo que esta libertad condiciona a su vez el heroísmo humano. Aurificarlo todo, he aquí la única forma de espiritualizar la materia.
Yo soy el hijo de Guillermo Tell, quien ha transformado en oro macizo la manzana de ambivalencia "canibalista" que sus padres André Breton y Pablo Picasso habían colocado sucesivamente en peligroso equilibrio sobre su cabeza. ¡Esa cabeza tan frágil y tan querida de Salvador Dalí! Sí, estoy convencido de ser el salvador del arte moderno, el único capaz de sublimar, de integrar y de racionalizar imperialmente, embelleciéndolas, todas las experiencias de los tiempos modernos, dentro de la gran tradición clásica del realismo y del misticismo que constituyen la misión suprema y gloriosa de España.
El papel de mi país resulta esencial en el gran movimiento de “mística nuclear” que marcará de manera indeleble a nuestra época. Norteamérica, gracias a los progresos inauditos de su técnica, proveerá las pruebas empíricas (digamos si se quiere, fotográficas o microfotográficas) de este nuevo misticismo.
El genio del pueblo judío le dará involuntariamente, gracias a Freud y Einstein, sus posibilidades dinámicas y antiestéticas. El papel de Francia será esencialmente didáctico. Ella redactará probablemente el acta de constitución del “misticismo nuclear”, por los méritos de su inteligencia, pero, a pesar de todo, España tendrá la misión de ennoblecerlo con la fe religiosa y la belleza.
El anagrama avida dollars fue para mí un talismán. Rindió generosa, dulce y monótonamente un manantial de dólares. Cualquier día revelaré toda la verdad sobre cómo acumular este bendito desarreglo de Danae. Constituirá un capítulo de un nuevo libro, muy probablemente mi obra maestra: La vida de Salvador Dalí considerada como una obra de arte.
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