Telépolis

domingo, 23 de marzo de 2014

El universo conocido


Leo en el País-Ciencia: Un equipo internacional de científicos ha detectado los sutiles temblores del universo un instante después de su origen. Un telescopio estadounidense en el mismísimo Polo Sur ha logrado captar esas huellas en el cielo que suponen un espaldarazo definitivo a la teoría que mejor explica los primeros momentos del cosmos, denominada “de la inflación” y propuesta hace más de tres décadas.

Dice Kant en la CRP que cuando especulamos sobre el universo la razón puede demostrar con igual fuerza una proposición y su contraria: que tiene o no comienzo en el tiempo y límites en el espacio, que la materia es o no es infinitamente divisible, que la causalidad natural es o no la única... Kant concluye que hay una querencia ineludible de la razón a realizar síntesis absolutas; a traspasar los límites de los hechos. Nos encanta perdernos en ciertos laberintos metafísicos. Una especie de nostalgia incurable del infinito, como la llamó Giorgio de Chirico en uno de sus cuadros.

Es la misma nostalgia que me llevó hace tiempo a echarme al coleto y comentar en el Café Comercial con mis colegas algunos libros de moda. Asimov nos ponía los pelos como escarpias con las distancias interestelares. Nada más comprar el libro de Steven Weimberg Los tres primeros minutos del universo lo abríamos por el instante cero para ver si la física confirmaba las vías de Santo Tomás. Carl Sagan suavizaba en Cosmos los cálculos astronómicos con vidas ejemplares y música de las esferas. Stephen Hawking desde su silla robótica nos retaba a pasar de la página veinte de su Historia del tiempo. El cosmos: todo lo que ha sido, es y será, del que forma parte el universo conocido, quizás una cáscara de nuez en el océano del espacio-tiempo.
Saqué algunas conclusiones peregrinas, parecidas a pedalear en una bicicleta sin cadena: la primera que el universo de los científicos es un montón de modelos matemáticos inextricables que esperan a que la materia les dé la razón; la segunda que el cerebro humano, materia hecha consciencia hace cuarenta mil años, no puede descifrar un universo con una antigüedad de miles de millones y menos la eternidad del cosmos. Los científicos de Harvard dicen que saben cómo es el universo, pero también los filósofos jónicos sabían que la Tierra era un disco plano, la ciencia medieval que era el centro del universo o la astronomía renacentista que el centro era el Sol. Al final regalé los libros a uno de mis sobrinos, estudiante de teleco (que aceptó por compromiso) y volví a Galdós y Baroja, también por encima de nuestras cabezas.

Atravesé después la fase panteísta: tuve la certeza de que Dios era la totalidad del cosmos. Leí en Spinoza el infinito mapa de Aquel que es todas sus estrellas. Imaginé a Giordano Bruno en el Campo de fiori, ardiendo en la hoguera de la Inquisición, otra parte de Dios. El hombre y lo absoluto. Un Dios que se ocupa de sí mismo pero no de sus partes. Materialismo espiritualista: humano, demasiado humano.

Decidido a no considerarme un átomo divino, me pasé a la ciencia ficción y al cine como las únicas formas de entrever los secretos del universo que, en el fondo, responden a arquetipos biológicos y culturales de la especie humana. Pasé meses preguntándome qué era el monolito que se ve en 2001 una odisea del espacio. La respuesta, tras leer la novela, era que el propio Arthur Clarke tampoco lo sabía. Nuevo acceso religioso: si fuera inmortal, mi paraíso en el más allá sería un eterno viajar en busca de las maravillas de las civilizaciones que pueblan las galaxias. ¿Se imaginan la música, de una cultura con una antigüedad de mil millones de años?

Como toda tesis genera la contraria, según Hegel, me fui al otro lado: al fisicalismo. Torné a la Tierra, patria y morada, cuyas leyes físicas son las mismas en cualquier parte del universo. El verdadero saber consiste en reducir cualquier acontecimiento al lenguaje de la física, una estrella fugaz, la muerte, una caricia, los recuerdos, la ira de los justos. La materia signata quantitate de la Escolástica, las cualidades primarias de Galileo. El Universo es homogéneo, por más agujeros negros, quásares, conos de luz y supercuerdas que nos abrumen. El positivismo lógico, anglosajón, es tranquilizador pero aburrido. Demasiadas ecuaciones y choques. Se acabaron las bellezas seráficas hechas de pura energía en el planeta Nausica de la Constelación del Unicornio situada en el tercer universo paralelo.

Di otra vuelta de tuerca a la máquina de Newton con ayuda de la epistemología. Imaginemos tres mentes: la infinita de Dios, la de una criatura con una evolución pasmosa y nosotros. Representemos el saber mediante tres segmentos. El segmento de Dios es infinito pues conoce la totalidad. El de E.T. es muy largo pero limitado. El nuestro es corto y abarcable. ¡Pero en la parte que tienen en común conocen lo mismo! La verdad es una y los errores son muchos, por eso la ignorancia es pluralista. Con el método y un tiempo del que no disponemos hallaremos la puerta estelar. Es lo que pensaba Descartes, la razón humana dentro de sus límites es perfecta. Más teología.

Con las primeras canas recalé en la concepción ética del cosmos. Dejemos la observación de los cielos a los sonámbulos profesionales. Olvidemos lo accidental y permanezcamos fieles al sentido de la tierra. Como Sartre en Mayo del 68, vendiendo en la boca de metro de Odeón La cause de peuple, panfleto maoísta, delante de la prensa. “El marxismo -dijo- es la única filosofía posible en un mundo como el nuestro y un momento como este". De acuerdo, hasta que descubres el otro significado de la barbarie con rostro humano. Capaces de convertir las lunas de Júpiter en archipiélagos Gulag. Transitemos entonces, como la filosofía griega, de la cosmología a la antropología. El hombre es la medida de todas las cosas, una antesala más que el suelo natal. Los derechos humanos son la vaselina de los negocios. El espíritu de la pesantez sobrevuela las humanidades. Desengáñense: el único humanismo no contaminado, todavía respetable, lúcido, es el de aquellos sabios del Renacimiento que promovieron los Studia humanitatis para transmitirnos el legado clásico. El resto son piezas clericales y cantos de sirena. 

Ahora me inclino por una concepción estética del universo. ¡Cuánta razón tenían los griegos al entender el cosmos como armonía! Si tienes la costumbre de mirar al cielo, encontrarás auténticas joyas, cúpulas, bóvedas, artesonados, frescos incluso.
Visito el sitio de la NASA para renovar la reflexión de Ibn al-Haytham, Alhacen: Uno de los fines de la naturaleza es la ciega producción de formas bellas (una propiedad de la materia indiferente a la existencia o no del hombre). Está ahí y forma parte de un misterio inaccesible al entendimiento.

Cuatro ejemplos a los que he puesto título:
Natura naturans.
“Espectacular imagen de la nebulosa del Caballo situada a unos 1.500 años luz de la Tierra en la constelación de Orión, captada en infrarrojos por la cámara de alta resolución Wide Field Camera 3 del telescopio espacial Hubble”.

Lux in tenebris.
“El cometa Ison, fotografiado por el telescopio espacial Hubble de la NASA”.

Splendet dum frangitur. 
“Explosión  de una supernova gigante situada en una región HII llamada DEM L241 en la gran Nube de Magallanes, detectada por un equipo de astrónomos que utilizan el Observatorio de rayos-X de la NASA Chandra”.

Harmonices mundi.
 “Cúmulo de dos mil galaxias en la constelación de Virgo. Conseguida imagen de la región central de la agrupación hecha con gran tiempo de exposición”.

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La armonía del cosmosLa música, los estados de felicidad, la mitología, las caras trabajadas por el tiempo, ciertos crepúsculos y ciertos lugares, quieren decirnos algo, o algo dijeron que no hubiéramos debido perder, o están por decir algo; esta inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizá, el hecho estético.

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