Telépolis

lunes, 15 de febrero de 2016

El mundo de la alta costura



Aquí me interesa el mundo de la alta costura sobre todo como fenómeno estético, algo como fenómeno sociológico y muy poco como fenómeno ideológico. Se trata, por tanto, de un punto de vista parcial que otros podrán completar desde nuevas perspectivas. Por encima de todo se trata de un artículo en clave periodística. Mi bisabuelo fue escritor y periodista; mi abuelo redactor jefe en la prensa argentina de posguerra. Es normal que el género me atraiga.

Entre las artes menores ocupa un lugar destacado la alta costura. Se entiende por alta costura las creaciones exclusivas (trajes, vestidos) de ciertas casas, firmas o marcas especializadas de alcance internacional. Resulta, por tanto, vago y equivocado considerar “alta costura” a las prendas hechas a la medida por sastres o costureras de cierto renombre local. De hecho en Francia, el país que inventó la denominación Haute Couture, sólo la tienen aquellas casas (Maison Couture) que han superado unos criterios muy exigentes.
En Francia, el término “Haute couture” está protegido por la ley y definido por la Chambre de Commerce et D'industrie con sede en París. La Chambre Syndicale de la Haute Couture está considerada la “comisión reguladora que determina qué casas de moda son elegibles para ser verdaderas casas de alta costura”. Sus reglas declaran que sólo “esas compañías mencionadas en la lista hecha cada año por una comisión situada en el Ministerio de Industria tienen derecho a usar la denominación Haute Couture”. Para ganarse el derecho de llamarse así y usar el término en su publicidad y en cualquier otro ámbito, miembros de la Chambre syndicale deben atenerse a las siguientes reglas:
- Diseñar a medida para clientes privados, con una o más pruebas de vestido.
- Tener un taller (atelier) en París que cuente por lo menos con 20 empleados a tiempo completo.
- Cada temporada, presentar una colección de mínimo cincuenta diseños originales al público, que contenga prendas de día y de noche, en enero y en julio de cada año.

Todos conocemos las casas más prestigiosas de la alta costura en las capitales de la moda, París, Milán, Londres, Tokio, Nueva York… hemos visto sus míticas fachadas en persona o documentales,  hemos admirado su Olimpo de dioses en los desfiles de salón. Las más famosas son las francesas y las italianas: en Francia, Christian Dior, Yves Saint Laurent, Louis Vuitton, Givenchy. En Italia, Giorgio Armani, Versace, Prada, Valentino. Todas las grandes casas tienen cuatro divisiones con objetivos distintos pero complementarios:

El diseño de prendas únicas a la medida del cliente. Cuando la casa recibe un encargo, una parte del taller puede viajar de un continente a otro para realizar las pruebas. Son vestidos artesanales cosidos a mano por los mejores costureros y hechos con materiales de la más alta calidad. No hay que hablar de precios. Basta con decir que no son más de mil en el mundo las personas, las fortunas, que utilizan este servicio de lujo. Las casas más renombradas consideran clientes preferenciales (con los privilegios que ello comporta) a quienes han invertido un mínimo de trescientos mil euros al año. Son célebres los deslumbrantes trajes de novia encargados por las únicas princesas del mundo que los pueden pagar: las herederas de los emiratos árabes. Por el contrario, muchos famosos, actores, músicos o gente del gran mundo lucen modelos gratis por la propaganda que hacen en revistas del corazón, en restaurantes de ensueño o en las fiestas saturnales de turno (también en los funerales chic). A finales de febrero se celebra la ceremonia de los Oscars en Hollywood; observen los vestidos de gala que lucen las estrellas femeninas; cada una tiene su modisto favorito. Todavía más, los deportistas de élite firman contratos multimillonarios con las principales marcas del sector, Nike, Adidas, Puma, por lucir sus modelos de ropa y calzado. Por supuesto, tales marcas nada tienen que ver con la alta costura.
La creación y exhibición de colecciones a fecha. Son los conocidos desfiles de salón o pasarelas. Se programan dos por temporada (Otoño-Invierno. Primavera/Verano) y es un proceso frenético que comienza con la presentación del modisto estrella que se hará cargo del proyecto y termina con el cierre de la colección, el casting, la prueba final, el plan de sala y el desfile. Según los protagonistas, el proceso es una dura prueba para las arterias. El modisto diseñará, supervisará y aprobará los nuevos modelos. Pero sobre todo es un trabajo conjunto que compromete a la totalidad del taller, a saber (masculino o femenino indistintamente), el director de la casa, los asesores financieros, el modisto, el estilista, el jefe de sastres, los costureros, el coordinador de proveedores, las perchas del Olimpo… 
Tienen especial interés las adaptaciones de obras de arte, plásticas o literarias, al diseño de nuevos patrones. Es legendaria la colección Mondrian que presentó Dior en 1965 o las dedicadas a Picasso en el 79 y el 88. O los vestidos creados por Versace a partir de los frescos de Pompeya.
Por su inspiración, son muy apreciadas las formas y paletas de la pintura abstracta, igual que la orfebrería egipcia o grecorromana para el diseño de joyas o adornos en la división de complementos. La alta costura ha llegado también a la ópera.
Por ejemplo, Verdi: Ricardo Chai diseñó el vestuario de Tosca, Jason Wu el de Aida, Gilles Mendel el de La Traviata, Peter Son el de Un ballo in maschera, Prada el de Atila en 2010 para el Metropolitan Opera House de Nueva York. En el Teatro alla Scala de Milán se guardan como oro en paño (literalmente) los vestidos que lucieron los divos del bel canto: Enrico Carusso, Maria Callas, Luciano Pavarotti, Mario del Mónaco o Renata Tebaldi entre otros.
Los desfiles sirven, por supuesto, para crear tendencia, pero, sobre todo, para reafirmar los códigos genéticos de la casa. En el nombre y número de cada vestido de la nueva colección debe estar impreso el ADN ancestral. La primera modista de Dior decía que, unos días antes de la prueba final, sentía la presencia del fundador, Monsieur Christian, muerto en 1957, mirando sus bocetos por encima del hombro. En el taller, todos percibían su presencia; de pronto se hacía el silencio: una suave brisa, un crujido anormal de la tela, un maniquí que se balancea sin motivo… Ninguna colección se exhibe sin el beneplácito de los lares. Somos iguales y diferentes, es el lema de cada temporada.

La división de prêt-à-porter es la que obtiene mayores beneficios económicos y permite financiar las colecciones a fecha. En ella se diseñan las prendas en serie (con tallas y variantes de confección para facilitar la demanda) que se venderán en las boutiques de las calles de la moda, en las franquicias de las grandes superficies o en los locales de los pasajes. Por supuesto, dentro del listo para llevar también hay gamas que van desde los modelos exclusivos a los más asequibles. Hay firmas que sólo trabajan el prêt-à-porter popular con pretensiones de crear tendencia, como Zara. Tres claves del éxito de la cadena de Amancio Ortega: un equipo de diseñadores de primera fila; unas colecciones de temporada para usar y tirar muy atractivas y precios competitivos; unos productos dirigidos a un amplio espectro de tribus, edades y gustos que incluye tanto a los pijos quinceañeros como a los carrozas reciclados. Otras firmas solo se dedican a la gama alta, por ejemplo, Adolfo Domínguez, Roberto Verino, Pedro Morago o Pedro del Hierro en España. Pierre Cardin sentenció que las prendas de la Haute Couture pura y dura formaban parte de la prehistoria del vestido y eran poco menos que las pieles del oso cavernario cosidas con huesos y tendones por los neandertales, y que el prêt à porter era la actualidad y el futuro de la moda.
En la década de los cincuenta se produjo una gran revolución en la moda a nivel internacional. La Alta Costura, sin llegar a desaparecer, fue poco a poco desplazada por el prêt-à-porter. Se inició un periodo de democratización de gran repercusión desde el punto de vista social; las prendas se empezaron a fabricar a gran escala, y la ropa de diseño, bien confeccionada, alcanzó a otros estratos sociales. Muchos de los grandes nombres de la Alta Costura se sumaron a esta nueva tendencia para poder mantener sus casas, e incluso algunos de ellos optaron por abrir boutiques donde se comercializase esa otra versión paralela a sus creaciones más mimadas. El primer caso fue el de Yves Saint Laurent.
Por último, los complementos de moda. Todas las marcas de alta costura crean su propia gama de productos que deben ser fieles a la línea de la firma. Bolsos, cinturones, pañuelos, fulares, bufandas, guantes, zapatos, gafas, eau de parfum, pendientes, anillos, colgantes y pulseras… todo cabe, desde un encendedor hasta una corbata pasando por el reloj de pulsera. Cito la sugerencia de una conocida revista femenina:
Una nueva temporada de Otoño Invierno está a punto de empezar y aunque estemos atentas a lo que se va a llevar en los próximos meses, es importante que no descuidemos los complementos y accesorios que encontraremos en las principales tiendas y marcas de moda durante este Otoño-Invierno. Para empezar, no pueden faltar los sombreros del tipo “fedora”. El estilo retro es tendencia por lo que este sombrero arrasará por su originalidad y la posibilidad de combinarlo con todo tipo de “looks” más o menos elegantes, más o menos informales…
Ni siquiera las mochilas son lo que eran; ahora se han convertido en la punta de lanza del street style: Chanel, Louis Vuitton y Gucci han presentado este año una glamurosa colección. Los precios son prohibitivos: la versión mini de Louis Vuitton, 1.150 euros; la mochila de piel con detalles de bambú de Gucci, 1.890 euros; la mochila grafitera de Chanel ronda los tres mil. En todas las divisiones de la alta costura pagamos por el logo de la marca. Como no podemos permitirnos prendas únicas, buscamos dar lustre a nuestro estatus con los complementos y, de paso, mostrar a los demás nuestro buen gusto. El resultado: un río de oro que fluye en todas las direcciones de la moda hasta terminar en las arcas de las grandes casas. Como diría Oscar Wilde, un dandi de su época, es justo lo contrario del arte por el arte.

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