Telépolis

miércoles, 17 de mayo de 2017

Móvil en el elemento móvil

Escuchaba una mañana sabatina en la radio, delante de mi desayuno de cereales integrales, denostar al móvil o teléfono celular, ahora smartphone (a mí me gusta llamarlo matrix), a un selecto grupo de contertulios entre los que se contaban algunos de los que sigo con más interés. Los argumentos eran como siempre irónicos y salpimentados, universales y personales, históricos, sociológicos, psicoanalíticos o técnicos. También periodísticos: es inevitable que háblese de lo que sea, por ejemplo, la cría de focas en cautividad, los periodistas se miren al ombligo para cantar (oh musa) las excelencias de su profesión (de la que nadie duda que sea el cuarto poder y en alza). Dicho sea de paso, lo que realmente me hubiera gustado ser en esta vida es, como mi abuelo y bisabuelo, un buen periodista editorial.
Argumentario contra matrix: que le dedicamos más tiempo que a dormir, incluida la siesta de dos horas; que tenemos síndrome de abstinencia si por culpa de una bronca conyugal nos lo dejamos en casa y en cuanto llegamos a la oficina llamamos a la señora para disculparnos por nuestros malos modos (el pretexto) y preguntar si por casualidad está en el cajón de la mesilla. Y si no aparece al instante saltan todas las alarmas incluida la del coche al que saludas con un patadón al salir del trabajo. Otro tertuliano argüía que habría que enseñar a los hijos, como si viviesen a finales de XIX, a entretenerse con una caja de zapatos, dos recortables y cuatro palos. El ingenuo defensor de esta tesis ignoraba que el papel en la educación de sus hijos es sólo una parte (y con frecuencia no la principal); su retoño acabaría convirtiendo la caja de zapatos en una tablet. A la mayoría de los jóvenes el móvil no se le cae de las manos. Se pasan el día enchufados a matrix. Aunque sean tus hijos no te hacen ni puñetero caso y si tiras del cable te ponen mala cara por interrumpir el chorreo de WhatsApps. Hay más inconvenientes: El conductor que móvil en ristre va cada vez a más velocidad por el carril izquierdo de la autovía en función del calentón que le produce su discusión asimétrica con el jefe. O el politono del himno del Madrid que suena subitáneo en medio de la ópera (aunque sea cantado por Plácido Domingo). Prefiero los ronquidos de mi cuñado, que jamás admite, aunque se oigan más que al tenor. O el vozarrón ¡Que pasa contigo máquina, hablamos luego que ahora estoy en el cine con la parienta! He sido testigo en la Biblioteca Nacional de charlas interminables de jubilados duros de oído tras atender una llamada después de siete timbrazos y medio. Al final se armaba la gorda y salían bufando de la sala de lectura. O el ejecutivo memo que se pasa la mitad del viaje en el AVE de Madrid a Sevilla largando los pormenores de un negocio inmobiliario que a los cinco minutos aburre y apesta. Si reclamas discretamente al mozo del tren te dice que no puede hacer nada, que no está prohibido. Otra variante de la escopeta nacional. También sufrimos en el metro los meandros biográficos del usuario de matrix: pues no te he contado la última, el novio de Marta, sí, sí, Amadeo, que antes salía con tu prima hasta que le puso los cuernos, te cuento, conoce al tío ese que soltó el gallazo en eurovisión, fue en una fiesta pija, sí, por lo visto le echaba los tejos a… ya te contará a quien, no te lo vas a creer (y mira alrededor). O las conversaciones del paseante solitario, el típico “manos libres” en plena faena que parece un loco hablando solo; en todo caso, un mal menor por razones obvias. Como el lema del Nautilus: Móvil en el elemento móvil. Otro  “entendido” nos metió el miedo en el cuerpo con la amenaza de que matrix emite niveles de radiación que pueden dañar los tejidos, especialmente en los testículos. ¡Pues vaya plan! También pueden causar tumores cerebrales, cefaleas, problemas del sueño y pérdida de memoria. Lo cierto es que estamos rodeados de radiaciones por todas partes y más vale olvidarse del asunto. Confórmate con que no te espíen o intenten timarte.
Pero equilibremos el fiel de la balanza. Decía uno de los invitados, un peso medio de la pluma, que hace mucho tiempo la gente leía en el transporte público la prensa deportiva y sobre todo los tabloides gratuitos que se amontonaban por doquier mientras que ahora todo el mundo se dedica a manipular obsesivamente el móvil. Lo cierto es que la mayoría de los movilófilos se afanan precisamente en husmear la misma prensa deportiva y otra mejor que aquellos insípidos tabloides hechos con noticias de agencia. Casi prefiero las mentiras descerebradas de la prensa amarilla inglesa; son más divertidas. Pero la mesa radiofónica insistía en la progresiva dependencia (esclavitud se llegó a decir) que todos tenemos, sea cual sea nuestra edad y condición, del dichoso aparato. La razón es evidente: cada vez el smartphone incluye más funciones, aplicaciones y mojigangas (explicarlas ocuparía un tratado) por lo que se ha convertido en el arquetipo de la pantalla total. Y lo que queda. Mi suegra de noventa años considera que las videoconferencias con Skype cuando habla en tiempo real con su nieto de viaje por Japón desde el smartphone que le han echado los reyes o la voz del navegador Google Maps que la deja en la puerta del horno sabroso de un pueblo de la Sierra, es poco menos que magia. ¡Que maravillas de matrix nos tocará vivir aún y, puesto que tenemos fecha de caducidad como los yogures, cuáles nos perderemos! De momento lo que único que me preocupa es que la batería del teléfono no me estalle en las narices.
Alguien introdujo en un momento de sosiego y sentido común de la tertulia el apreciable tópico de que un móvil como cualquier objeto creado por el homo faber es bueno o malo según el uso que se le dé. Como decía el fenomenológico Heidegger, los útiles son, cualesquiera que sean las características que les atribuyamos luego, entes manejables cuyo ser es la manejabilidad… No se hable más. Como cualquier máquina informatizada es prácticamente imposible dominar todas las posibilidades de matrix. Yo manejo con interés las que todo el mundo, incluido hablar por teléfono con mis amigos.

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