A
pesar de que vivimos en plena era de la tecnociencia como marco aceptado por la comunidad científica, es evidente que desde hace tiempo se está
produciendo un retorno a un medievalismo especulativo (incluso a épocas
anteriores) que ha puesto en circulación teorías incompatibles con el método
experimental. Cito dos pseudociencias que están en la cresta de la ola: El
terraplanismo, o afirmación de que la Tierra es plana. Los miembros de la Flat Earth Society (Sociedad de la Tierra Plana), creada en 1956 por el
inglés Samuel Shenton, piensan que las
fotos desde el espacio exterior son falsas y forman parte de una conspiración
mundial para ocultar la verdad. Según ellos, la Tierra es un disco chato centrado
en el polo norte y rodeado por un muro gigante de hielo, que sería la
Antártida. Así lo confirma la letra de la Biblia y “el testimonio de los
sentidos”.
El creacionismo rechaza la teoría evolucionista de Darwin y sus
desarrollos posteriores (teoría sintética de la evolución). La American Scientific Affiliation
(Afiliación Científica Estadounidense), en realidad una organización religiosa,
afirma que Dios creó el mundo y las especies en sucesivas etapas y por separado
(fijismo bíblico) según un diseño inteligente y finalista.
Otras muy conocidas son la ufología (ya
saben, platillos volantes y extraterrestres, incluso mezclados entre nosotros
con fines inconfesables), la criptozoología (o búsqueda de fabulosos animales
ocultos: el monstruo del Lago Ness, el Yeti o el unicornio; también horrendos
mutantes escapados de laboratorios de experimentación genética), las medicinas
alternativas (que defienden terapias distintas, incluso contrarias a la medicina científica, entre otras la homeopatía, la naturopatía, la quiropraxia, la curación energética, la ozonoterapia, la radioestesia, la acupuntura; como mucho son placebos que no
deterioran aún más la salud del crédulo paciente), la parapsicología (si no está
claro que la psicología sea una ciencia, imagínense la parapsicología que
incluye asuntos como la telepatía, la telequinesia, la precognición o la
percepción extrasensorial) o la piramidología (hoy en franca decadencia, basada
en los delirios sobre los profundos arcanos sin desvelar que esconden las
pirámides y que resultan decisivos para la interpretación del hombre, el cosmos
y Dios). La lista de pseudociencias podría continuar hasta doblarse, pero basta
con estas para hacernos una idea.
¿Por qué la gente cree en cosas raras, se preguntaba el historiador de la ciencia Michael Shermer? ¿Por qué la cuota de audiencia de programas de televisión, como Cuarto milenio de Iker Jiménez, llegan al millón de personas, o es abrumador el número de lectores de la sección del diario La Vanguardia titulada La Contra o interesan tanto programas de radio como La Rosa de los Vientos de Onda Cero o Espacio en blanco de RNE? En resumen, a qué se debe la atención masiva de un público que espera encontrar respuestas en ámbitos que nada tienen que ver con la ciencia ni con los conocimientos objetivos. ¿Cuáles son las sinrazones de este desparrame de fake theories? Ahí va la primera: que nos encanta lo insólito (eso sí, a distancia) y las teorías conspiranoides (son más divertidas, dan más juego para charlar y arreglar el mundo). Nos aburre mortalmente la ciencia de la buena. ¡La imaginación al poder! Estamos cansados de tediosas evidencias que, además, si son científicas no estamos formados para entenderlas aunque nos obligaron a estudiarlas en el cole seguidas de suspensos y profesores particulares en verano; lo desagradable se olvida. Hemos visto demasiadas imágenes de la Tierra desde el espacio exterior. Todo el mundo sabe que nuestros ancestros eran simios africanos… pues bien, pues bueno, pues vale; eso sí, en cuanto oímos hablar de agujeros negros, hiperespacio, universos paralelos o agujeros de gusano, aguzamos el oído. Si usted está en la consulta del dentista, ¿qué revista coge de la mesa, una de divulgación científica sobre genética molecular o una que anuncia en su portada “las pruebas contrastadas” de cuatro avistamientos de naves extraterrestres en el desierto de Sonora? Una de nuestras series cinematográficas favoritas es Star Wars: ¿Sabe cuántos términos no científicos o inconsistentes aparecen a lo largo de la saga? Busca en Google: Errores científicos en Star Wars.
¿Por qué la gente cree en cosas raras, se preguntaba el historiador de la ciencia Michael Shermer? ¿Por qué la cuota de audiencia de programas de televisión, como Cuarto milenio de Iker Jiménez, llegan al millón de personas, o es abrumador el número de lectores de la sección del diario La Vanguardia titulada La Contra o interesan tanto programas de radio como La Rosa de los Vientos de Onda Cero o Espacio en blanco de RNE? En resumen, a qué se debe la atención masiva de un público que espera encontrar respuestas en ámbitos que nada tienen que ver con la ciencia ni con los conocimientos objetivos. ¿Cuáles son las sinrazones de este desparrame de fake theories? Ahí va la primera: que nos encanta lo insólito (eso sí, a distancia) y las teorías conspiranoides (son más divertidas, dan más juego para charlar y arreglar el mundo). Nos aburre mortalmente la ciencia de la buena. ¡La imaginación al poder! Estamos cansados de tediosas evidencias que, además, si son científicas no estamos formados para entenderlas aunque nos obligaron a estudiarlas en el cole seguidas de suspensos y profesores particulares en verano; lo desagradable se olvida. Hemos visto demasiadas imágenes de la Tierra desde el espacio exterior. Todo el mundo sabe que nuestros ancestros eran simios africanos… pues bien, pues bueno, pues vale; eso sí, en cuanto oímos hablar de agujeros negros, hiperespacio, universos paralelos o agujeros de gusano, aguzamos el oído. Si usted está en la consulta del dentista, ¿qué revista coge de la mesa, una de divulgación científica sobre genética molecular o una que anuncia en su portada “las pruebas contrastadas” de cuatro avistamientos de naves extraterrestres en el desierto de Sonora? Una de nuestras series cinematográficas favoritas es Star Wars: ¿Sabe cuántos términos no científicos o inconsistentes aparecen a lo largo de la saga? Busca en Google: Errores científicos en Star Wars.
Según datos fiables del gremio europeo
de libreros la sección que contiene regularmente más ejemplares (y por tanto, la
preferida del público, valga la redundancia) es la de ocultismo, magia,
esoterismo y “ciencias paranormales”. Esto incluye las innumerables revistas
del género repletas de todo tipo de profecías, milenarismos, prodigios y signos. Nos mola la astrología, el tarot, el horóscopo, la güija, las runas. Servicios
telefónicos a mil pavos el minuto. Existen otros mundos pero están en este,
como afirmaba el mistagogo Fulcanelli. Sus dos obras cumbres de la alquimia
figuran entre las más famosas y leídas: El
misterio de las catedrales y la interpretación esotérica de los símbolos
herméticos (publicada en 1929) y Las
moradas filosofales y el simbolismo hermético en sus relaciones con el arte
sagrado y el esoterismo de la gran obra (1930).
Recuerdo una anécdota que me contó un
amigo mío, aficionado a las emociones raras, que asistió a una sesión colectiva
de espiritismo. Después de una larga parafernalia de voces y conjuros, el vaso
daba vueltas de campana entre ruidos del más allá, chisporroteos y fumata sulfurosa; la famosa médium anunció entre transportes que el
espíritu se había manifestado. Pregúntale algo -se dirigió la vidente- a un aterrorizado
pardal al que no le salía la voz del gaznate. Al fin balbuceó: ¿Oye espíritu, te han dado alguna vez por...? Cayó el telón de la farsa. La médium se partía el trasero, pero de
risa.
Algunos achacan esta pervivencia secular
del irracionalismo a los pliegues de nuestro cerebro reptiliano. Es una cuestión evolutiva: el hombre
necesita creer en lo que no ve como instinto de supervivencia para no
extinguirse como especie. Hace millones de años, nuestros antepasados podían atribuir un
sonido en el bosque a un simple golpe de viento, a un desprendimiento de rocas o a un depredador. Sus actuales descendientes se han imaginado al peor de los depredadores: la ignorancia. O una trampa genética: el ser humano es por naturaleza un ser curioso dotado de unos hábitos exploratorios excepcionales que le llevan a buscar respuestas de todo tipo: muchas ajenas al método científico. Otros lo atribuyen a la
coexistencia histórica de las etapas iniciales del saber (el mito, la magia,
el animismo o la religión) con las formas avanzadas como la ciencia clásica y
la tecnociencia. No sabría dónde meter a la filosofía. Recuerdo que poco después
de casarme le pregunté estúpidamente al ginecólogo de mi mujer si había alguna
forma natural de propiciar que el neonato fuera niño o niña. Se me quedó
mirando y me dijo: ¿De eso Kant que dice?
O como diría un conocido mafioso de la pantalla: todo
es un negocio.
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