Telépolis

domingo, 4 de febrero de 2018

A favor de las mujeres


¿Alguien puede explicarme por qué los bebés niña tienen que llevar vestidos rosa y los niños azul? Quizás sea por influencia de la copla que cantaba Gracia Montes (¿hay claveles azules?):

¿Será una rosa, será un clavel?
El mes de mayo te lo diré.

Lo cierto es que de pequeñas, las niñas son más precoces que los niños; incluso con menos años les dan sopas con honda, son más cariñosas, menos brutas y más guapas. En cuanto las destetan no se tragan lo del ratoncito Pérez y fingen creer en los Reyes Magos por no aguarle la fiesta a su hermanito de diez años. Recuerdo que mis abuelos nos llevaban a la entrada de Galerías Preciados a llevarles la carta a sus majestades de Oriente. Una hora de cola a la intemperie. El rey que te tocaba te sentaba en sus rodillas y te preguntaba si habías sido bueno, si estudiabas, si eras limpio (el rapaz que estaba a mi lado escondió veloz las manos pringosas y mugrientas) y ordenado, etc. Asentimiento total y aburrimiento profundo. Un minuto por niño con beso barbudo y lanoso. Le dabas la carta a un paje vestido con un traje vagamente parecido al de Papá Noel y cara famélica que la depositaba con infinito mimo en un rebosante saco navideño. Probablemente el contenido del saco terminara en la caldera de la calefacción de Galerías Preciados, pero si hubiéramos tenido la impagable ocasión de leer las cartas podríamos haber confirmado las diferencias de papeles que la familia, la escuela, la iglesia, ¡los amigos! asignaban a unos y otras. Sin duda, la lista de los juguetes reproducía la lógica de la dominación que desde tiempo inmemorial ejerce la sociedad patriarcal sobre la mujer. 
¿Qué os han dicho los Reyes, preguntaron mis abuelos? Yo estaba mudo de emoción. No me salían las palabras del cuello de la camisa. Mi hermana, dos años menor, opinó al instante: al mío le olía el aliento a vinazo igual que al tío Joaquín… Mis abuelos se miraron de reojo con aprensión. A partir de cierta edad crítica, los niños van encantados (nunca mejor dicho) a la cabalgata, las niñas sólo si algún familiar influyente ha conseguido que vayan en una carroza disfrazadas de hadas tirando caramelos y confetis. En realidad, los hombres no maduran nunca.
He sido profesor de Enseñanza Media y puedo afirmar que entre los alumnos siempre florece algún cerebrito. Pero en términos generales las alumnas estudian más y se portan mejor; no solo estimulan el aprendizaje de sus compañeros que observan el progreso de las jóvenes, sino que los desbastan, suavizan la horda, hacen que se duchen, que no crezcan los brotes de acoso y den lo mejor de sí mismos; es decir, las alumnas favorecen la educación y la instrucción del grupo (dos cosas distintas), a medio plazo ponen freno al rebuzno nacional. A la selectividad me remito: las notas de corte más altas, por ejemplo, las de Medicina, las sacan por abrumadora mayoría las chicas.
Hace poco un equipo de sociólogos realizó el siguiente experimento: ante un grupo de niñas que habían finalizado la Enseñanza General Básica desfilaron y se presentaron profesionalmente una médico, una arquitecto, una ingeniera, una catedrática de universidad y una directora de banco que se prestaron a colaborar en la performance. En el video que grabó el equipo, lo primero que llama la atención son las caras de asombro e incredulidad de las niñas. Una de ellas dice: ¡van disfrazadas! Desolador.
En la Enseñanza Media he comprobado que las parejas que se forman en la misma clase son asimétricas y lo normal es que fracasen. Pueden ocurrir dos cosas: que el chico comprenda que el plan desborda sus posibilidades e inicie una prudente retirada (que me quiten lo bailao) y se centre en los estudios o bien que siga adelante colado hasta los tuétanos y sea la chica la que rompa la baraja (fue bueno mientras duró y a partir de ahora amiguitos del alma) con el consiguiente drama emocional del joven y el bajón en su rendimiento académico. En general, chicos y chicas se sientan en el aula por separado. De esta falta de competencia evolutiva por las hembras, a las que no les interesan sus iguales por más mamporros y empujones que se den en los pasillos, pretendían sacar partido los repetidores y tripitidores. A lo largo de mis años de profesor he vivido algunas situaciones “conflictivas” relacionadas con estos vagonetas oportunistas. Pongo tres. La primera la protagonizó un tripi de cursos anteriores al que ir con el atleti no le libró de un sonoro suspenso. Un día se levantó de la silla al grito de “profe, voy al servicio a desbeber”. Seguramente iba algo cocido y se le fue la pinza. Al volver, se dirigió a la chica que se sentaba aquel día con él: lo que acabo de tener en mis manos te va a hacer feliz e intentó tocarle la cara. El grito me salió más brutal de lo que soy: ¡Ni se te ocurra Rodri, para, sal de clase y luego hablamos del asunto! La chica retrocedió despavorida. Rodri se dio cuenta de la metedura de pata y se largó. Era una broma, baló. Antes de acabar la clase entró avergonzado a pedir disculpas a la chica, a sus colegas y a mí. Se pasó del escuchar atento a las risotadas masculinas. El silencio colectivo le libró de una buena. La segunda fue hace muchos años: de los servicios del final del pasillo salieron los gritos angustiados de una chica. Cuando salí de clase ya había subido el conserje, un guardia civil retirado que los retuvo. Además yo los conocía. Según parece, tras la “comisión” de disciplina y otras zarandajas, tres repetidores intentaron sin éxito, salvo quitarle los vaqueros, propasarse con una mozuela de su clase. Acabó con la expulsión de la manada. El jefe de estudios me dijo que, en su opinión, la chica (aunque lo negó) se puso a tontear con ellos que en el acto pasaron de ser personas a penes desbocados. El tercer caso me ocurrió en una clase de ética en Segundo de la ESO (edad difícil esa). Es una variante del cipote de Archidona contado por Cela. Estaba explicando, me acuerdo, la diferencia entre separación, divorcio y nulidad matrimonial cuando oír aullar en la penúltima fila al repetidor alfa de la clase. Había convencido a la mano inocente de una novieta novata para que lo masturbara. Cuando llegué, la chica del pupitre de atrás los estaba poniendo de guarros hasta las cejas. La de adelante la armó porque la novieta se había limpiado las manos en su jersey… Puse el caso en manos del profesor de guardia más que nada porque pasar del tema (que es lo que me pedía el cuerpo) podía volverse contra mí, vía padres; aunque bien mirado tampoco tenían demasiados motivos para personarse en la causa. Como así fue.
¿Nadie ve la relación entre estos experimentos y episodios ocurridos en los centros de enseñanza y el acoso sexual a las mujeres, su conversión en oscuros objetos del deseo, la prostitución organizada, la discriminación laboral y la violencia machista?

SIEMPRE A FAVOR DE LAS MUJERES

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