El nacionalismo
es una ideología y una idiosincrasia que viene de muy lejos. La primera
manifestación histórica del nacionalismo en occidente procede, como casi todo,
de las polis o ciudades Estado griegas que surgen a partir del siglo VI a.C.
Eran grupos ubicados en comarcas, valles, incluso islas, que tienen el centro
soberano en una ciudad. Las ciudades Estado controlaban su territorio y no
aceptaban la sumisión a ningún poder externo, político, económico, moral o
religioso. Cada polis tenía su propio nomos,
sus leyes, su ejército, sus normas culturales que consideraban superiores a las
del resto de las ciudades, hacia las cuales sentían un fuerte sentimiento
etnocéntrico.
Si volvemos a la
actualidad podemos poner algunos ejemplos de nacionalismos más o menos inocuos:
el festival de Eurovisión en el que últimamente quedamos en la última fila por
culpa de los gallos de Morón o melopeas blandengues propias de los años sesenta;
o el campeonato mundial de fútbol. Por cierto, la Federación Nacional de Fútbol
ha dado el patadón a Lopetegui por hacer público su fichaje por el Real Madrid
a cuarenta y ocho horas de jugar la selección su primer partido en Rusia. Rubiales,
el presidente de la Federación, se enteró de la movida, según parece, cinco
minutos después de confirmarse. Desde luego al ex
entrenador no le mueve ningún sentimiento patriótico sino otras pasiones del alma.
Florentino hace de las suyas: primero el Real Madrid y después yo o al
revés. Un periódico danés decía, al conocerse la noticia, que España es un caos
general de dislates y valores.
Hablando de cine: es curiosa la organización política de la
saga La Guerra de las Galaxias. La
República de la Galaxia gobierna desde su sede en el planeta Coruscant, con
un gran canciller a la cabeza y un Senado elegidos democráticamente, la alianza
de un montón de planetas y especies inteligentes. Entre ellos la Tierra. Uno de los alicientes de la serie es la pinta alucinante que tienen algunos extraterrestres y las jergas que utilizan en los bares. ¿Somos nosotros más guapos y la raza elegida para salvar a la galaxia de las asechanzas del Imperio? Más de lo mismo. El ideal
cosmopolita, universalista, consiste en anteponer los fines de la Liga cósmica a los de
cada planeta (aunque haya repuntes nacionales); algo que contrasta con la realidad histórica del siglo XXI: el
ultranacionalismo del actual presidente norteamericano que está poniendo al mundo patas arriba, una Unión Europea en
donde priman sin tapujos los intereses nacionales a los del conjunto de países
que la integran. Algunos ni siquiera cumplen las reglas fundacionales relativas al respeto a los derechos humanos. También las otras superpotencias, Rusia y China, van a lo suyo
sin contemplaciones supranacionales, excepto el papel protocolario de ciertos
acuerdos menores que no se cumplen. El Reino Unido se sale de la Unión Europea por
“necesidades nacionales”: por razones fundadas o no, por la
difusión masiva de falsas noticias en las redes sociales que manipulan los sentimientos
nacionales y tergiversan las virtudes del Brexit o porque somos diferentes, es
decir, superiores a los continentales; por su parte, Escocia reclama otro
referéndum de autodeterminación ante el nuevo orden surgido de la escisión. La caricatura del nacionalismo se expresa en el catálogo de estupideces que los europeos se aplican mutuamente. En general, a los latinos nos miran por encima del hombro. ¿Sobre la distinción entre nacionalismo incluyente y excluyente? A mi me parece más una cuestión de grado que de sustancia. Además me resulta demasiado complejo recorrer un laberinto dentro de otro laberinto. Que lo resuelvan los politólogos que han creado el tópico.
Las versiones del nacionalismo excluyente generan actitudes
como el racismo, la xenofobia, el fanatismo o la aculturación. Es, en el fondo, una religión laica. La aculturación es la exportación masiva de un diseño de vida colectiva de una cultura
dominante a otra subordinada con la desaparición parcial o total de la segunda.
El colonialismo es un ejemplo de aculturación. La leyenda negra de la conquista
de América por la Corona española se basa en la aculturación de los pueblos
indígenas. El caso más nefasto del nacionalismo es el genocidio y la limpieza
étnica. Por el ejemplo el cometido por las fuerzas serbio-bosnias en Srebrenica
en 1995. El holocausto es el ejemplo más aterrador de limpieza étnica.
En toda Europa hay movimientos separatistas vinculados al nacionalismo: En
Italia en la región del Véneto ciertos partidos políticos denuncian
su diferencia respecto al pueblo italiano y llaman a un referéndum
de autodeterminación de la región. El
movimiento separatista existe en Baviera desde su formación. Son más
conocidos los casos de Escocia, Irlanda
y Gales en el Reino Unido. En Flandes existen movimientos nacionalistas
moderados: el partido Nueva Alianza Flamenca, ganador de las elecciones
parlamentarias de 2010, no descarta la
separación de su región de Bélgica. También en Tirol del Sur, Córcega, incluso en Suiza hay nacionalismo separatista:
el Frente de Liberación Jurasiano exige desde hace más de treinta años que el Cantón
del Jura se independice de la Confederación. En España, son todavía más acusados
los separatismos nacionalistas: Cataluña. El País Vasco y, en menor medida,
Galicia. No voy a entrar en detalles, más que conocidos, en torno al más
acuciante de los tres: la separación de Cataluña del resto de España para
constituir un Estado propio, la denominada República catalana. Me limito a
enumerar media docena de salidas al conflicto. Que cada cual elija la que le
parezca mejor y más viable:
- Aplicar sistemáticamente el artículo 155 cada vez que la Generalitat
incumpla la Constitución.
- Dialogo dentro del marco constitucional entre el gobierno español y la
Generalitat para ampliar al máximo las competencias del estatuto de autonomía
catalán.
- Reconocimiento de tres nacionalidades históricas con unos marcos
competenciales sustancialmente diferentes a los del resto de las autonomías.
- Establecimiento en España de un Estado federal, al margen (o no) de la
monarquía.
- Reforma de la Constitución que permita un referéndum vinculante de autodeterminación en Cataluña.
- Delegar la solución del conflicto en un alto comisionado de la Unión
Europea creado ad hoc. Las dos partes
podrán argumentar ante la comisión la forma y el contenido de sus pretensiones,
pero deberán reconocer y acatar rigurosamente la resolución ejecutiva de la
comisión.
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