Narran las
crónicas en papel de pergamino que el primer aparato de reproducción de sonidos
grabados fue el fonógrafo inventado por Thomas Edison a finales del siglo XIX. El
aparato no utilizaba discos sino un cilindro giratorio de cera denominado
“registro”. Si la curiosidad les puede, infórmense. La
Universidad de California ha
digitalizado 10.000 canciones grabadas con este sistema. Lo
que se puede encontrar en estos registros de finales del siglo XIX y principios
del XX son polkas, valses, jazz y arias de ópera, entre otros géneros más
ligeros. Cuando Edison presentó
al mundo su invento, la primera pieza interpretada fue “Mary had a little lamb” ("María tenía un
corderito") el 21 de noviembre de 1877. El sonido se parece más al canto
de una chicharra que a una balada campestre.
El fonógrafo quedó obsoleto a partir de 1910 con la
aparición del gramófono. No soy tan viejo como para haberlo conocido,
con su altavoz monoaural, el disco plano a 75 revoluciones por minuto y puesta
en marcha con manivela. Como objeto de adorno lo pueden encontrar a precios asequibles
en Internet. ¿Recuerdan el logo de la firma discográfica La voz de su amo con el perrito melómano? Nunca he oído un
gramófono en vivo y en directo. Eso sí, he escuchado como todo el
mundo sus melodías con ruidos de fritura en las escenas de amor de las
películas en blanco y negro con beso del galán en el mentón de la chica. Al
final solo se oía el sonido de la aguja girar en el vacío hasta que se acababa
la cuerda… mientras nos imaginábamos la escena del sofá.
Los primeros
reproductores que forman parte de mi vida fueron los antiguos magnetófonos de bobina
abierta que permitían grabar en una cinta plástica todo tipo de sonidos con la
ayuda de un micrófono. Se comenzaron a utilizar en los años treinta y se han
ido perfeccionando hasta nuestros días. Según dicen, los magnetófonos actuales
reproducen con una calidad superior al vinilo. En mi casa había uno de la marca
Philips que mis padres allá por los años sesenta utilizaban para grabar música
de la radio. Algunas cintas aún están
almacenadas en el baúl de los recuerdos aunque no tengo soporte para escucharlas.
Por las etiquetas puedo saber que había grabaciones de copla, zarzuela y
algunas piezas sueltas de música clásica. También canciones populares grabadas
del programa Peticiones del oyente
como El chachachá del tren, A lo loco, a
lo loco, Dos gardenias, Se va el caimán, La
raspa, Una casita en Canadá, Alma, corazón y vida y Qué será, será… Deduzco
que no les interesaba el flamenco ni el jazz ni los géneros pop que estaban
surgiendo en esos momentos: rock and roll, rhythm and blues, country y sus
intérpretes más sonados: Chuck Berry, Little Richard, Buddy Holly, Jerry Lee
Lewis, Fats Domino, Roy Orbison y The Everly Brothers. ROLL OVER BEETHOVEN. Mis
vagos recuerdos del magnetofón se asocian a una frondosa maraña de cinta marrón
con vida propia surgida de los carretes e imposible de volverla a su estado
original… seguido de una bronca monumental y la prohibición terminante de
enredar (nunca mejor dicho). La curiosidad mató al gato. Muchos años después me
pasó lo mismo con las cintas de las cassettes. Tropezar dos veces en la misma
piedra. Al final, tras dos horas de trasteo inútil con el bolígrafo BIC, mano a
las tijeras y tajo al nudo gordiano para descubrir el punto exacto en que la
razón erró. También asocio el magnetofón a la grabación de mi voz: curioso
fenómeno, podía reconocer la voz de los demás pero no la mía. ¡Ese no soy yo decía! Claro que no,
respondía mi padre, es una reproducción de tu voz, en versión familiar del
conocido cuadro de Magritte, Esto no es una
pipa.
Después vino el
tocadiscos de maleta destinado originalmente a los discos sencillos de vinilo o
singles en formato de dieciocho
centímetros y un tema en cada cara. Años más tarde nacieron los long play o discos de larga duración de
30,5 centímetros de diámetro y mayor duración (hasta media hora por cara). Se
velocidad de reproducción era normalmente de 33 revoluciones por minuto y
fueron los herederos de los antiguos fonógrafos a los que aventajaban en calidad
de sonido, reproducción eléctrica y control de volumen. Se comercializaron a
partir de 1948. Son coetáneos de los magnetófonos de bobina abierta. El primer
tocadiscos de maleta lo trajeron los Reyes para toda la familia. Recuerdo
especialmente la canción
del tamborilero interpretada por Raphael que yo mismo cantaba con un sentimiento
que hacía partirse de risa a las visitas Es imposible enumerar la cantidad de
discos que rayé con mi tocata a lo largo de mi adolescencia a pesar de que
cambiaba religiosamente la aguja de reproducción cada tres meses (nada baratas
por cierto). Estaban de moda los conjuntos de cuatro músicos melenudos: bajo,
guitarra de punteo, guitarra de acompañamiento y batería. El mundo se dividía
en dos: los que preferían a los Beatles o a los Rolling Stones. Yo era
de los segundos antes de la muerte de Brian Jones en circunstancias oscuras. A
partir de estos dos modelos se multiplicaron los seguidores, imitadores y
fotocopias. Fue un vecino y amigo mío, muy metido en la pomada, quien me inició en la adicción a la música electrónica. Tocaba el bajo en un conjunto local, The Boix, que lanzaba andanadas de decibelios los sábados por la noche en una discoteca. Décadas después, compré casi todos los Cds remasterizados de los Beatles a
mis hijos cuando estaban en cuarto de la ESO, pero para mi sorpresa absurda los
rechazaron de plano. Mi
primer equipo de alta fidelidad lo tuve a los veinte
años. Hasta ese momento no había sentido el más mínimo interés por la música clásica o la ópera; tampoco es que lo
haya tenido (o lo tenga ahora). Una forma de engañarme con una imagen
narcisista en versión cultureta. Estoy empachado hasta del Concierto de Año
Nuevo de la Filarmónica de Viena. Me conformo con poner RNE-CLAS como música de
fondo para leer, estudiar idiomas, escribir o dormir la siesta. Practico, por tanto, el
relajante escuchar desatento cuyo único inconveniente es que te crea un reflejo
pauloviano que te impide realizar tales actividades si no pones la radio. Pienso
que la mayoría de los melómanos militantes forma parte de la feria de las
vanidades. Lo cierto es que con ocasión
del equipo estéreo comenzó otra etapa de mi vida. Pero esa es otra historia.
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