Me invitaba una
antiguo alumna mía, hoy profesora de filosofía en un instituto de secundaria, a
adentrarme, siquiera someramente, en algunos de los temas y problemas de la condición
femenina más controvertidos moralmente desde un punto de vista actual.
Ocurre, en
primer lugar, que soy varón y de alta edad.
Ocurre, en segundo
lugar, que tales temas y problemas son por intuición, a primera vista, demasiado
controvertidos (dicho en terminología cartesiana, oscuros y confusos).
Ocurre que tales
temas y problemas son tan complejos, incluso tan generacionales, que no me
siento capaz de tratarlos a fondo. Que sean otras y otros quienes aborden con
el máximo rigor y fundamento cuestiones como la prostitución reglada, la industria
pornográfica (compartida con el hombre, por supuesto), las profesiones femeninas
con vínculos o condiciones sexistas, la interrupción artificial del embarazo, la
transexualidad quirúrgica y hormonal, la superioridad psico-biológica de la
mujer, la gestación subrogada o las madres de alquiler, la adopción de un hijo
por una pareja de mujeres (sean o no homosexuales), la fecundación in vitro de mujeres solteras (incluso de edad madura), la doble moral feminista y sexista de
muchas famosas en desfiles, fiestas y redes… En mi opinión, todas estas
cuestiones tienen una relación directa con la corporalidad femenina, expresada
de forma contundente por la afirmación genérica mi cuerpo es mío. Encuentren por sí mismos las aristas, variantes, contraejemplos
e incluso contradicciones que tal afirmación contiene cuando
se pone en relación con los temas y problemas citados.
Ocurre que mi
edad no me lo permite. Estoy de acuerdo con Ortega en su versión de la razón
histórica y la consiguiente ética de circunstancias. Enumero además otros temas
y problemas todavía más inextricables para mí: la crítica de la “razón
falocrática”, el poliamor, la selección genética de los
hijos, la sexualidad robótica, la teoría del varón culpable, la masculinización
mimética, el desmontaje del mito del “amor romántico”, el empoderamiento femenino
o la discriminación positiva de la mujer. Qué alivio sentir mi impotencia para
poder entrar en tales asuntos, qué descanso saber que los tiempos cambian y
nada ni nadie te permitirá levar el ancla de la edad. Los límites de mi mundo
son los límites de mis años. Qué liberación estar siempre situado a una
determinada altura de los tiempos…
Ocurre, no
obstante, que se debe entrar en tales
temas y problemas y dejar que sean otros, por ejemplo mi alumna, quienes entren
al trapo, es decir, sigan sus mediaciones dialécticas hasta donde la razón los
lleve y caiga quien caiga. Hágase pues.
Feci quod potui, faciant meliora potentes.
P.D. Como dijo Mafalda: ¡astuto viejito!
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