Telépolis

jueves, 21 de marzo de 2019

La condición femenina


Me invitaba una antiguo alumna mía, hoy profesora de filosofía en un instituto de secundaria, a adentrarme, siquiera someramente, en algunos de los temas y problemas de la condición femenina más controvertidos moralmente desde un punto de vista actual.

Ocurre, en primer lugar, que soy varón y de alta edad.

Ocurre, en segundo lugar, que tales temas y problemas son por intuición, a primera vista, demasiado controvertidos (dicho en terminología cartesiana, oscuros y confusos).

Ocurre que tales temas y problemas son tan complejos, incluso tan generacionales, que no me siento capaz de tratarlos a fondo. Que sean otras y otros quienes aborden con el máximo rigor y fundamento cuestiones como la prostitución reglada, la industria pornográfica (compartida con el hombre, por supuesto), las profesiones femeninas con vínculos o condiciones sexistas, la interrupción artificial del embarazo, la transexualidad quirúrgica y hormonal, la superioridad psico-biológica de la mujer, la gestación subrogada o las madres de alquiler, la adopción de un hijo por una pareja de mujeres (sean o no homosexuales), la fecundación in vitro de mujeres solteras (incluso de edad madura), la doble moral feminista y sexista de muchas famosas en desfiles, fiestas y redes… En mi opinión, todas estas cuestiones tienen una relación directa con la corporalidad femenina, expresada de forma contundente por la afirmación genérica mi cuerpo es mío. Encuentren por sí mismos las aristas, variantes, contraejemplos e incluso contradicciones que tal afirmación contiene cuando se pone en relación con los temas y problemas citados.

Ocurre que mi edad no me lo permite. Estoy de acuerdo con Ortega en su versión de la razón histórica y la consiguiente ética de circunstancias. Enumero además otros temas y problemas todavía más inextricables para mí: la crítica de la “razón falocrática”, el poliamor, la selección genética de los hijos, la sexualidad robótica, la teoría del varón culpable, la masculinización mimética, el desmontaje del mito del “amor romántico”, el empoderamiento femenino o la discriminación positiva de la mujer. Qué alivio sentir mi impotencia para poder entrar en tales asuntos, qué descanso saber que los tiempos cambian y nada ni nadie te permitirá levar el ancla de la edad. Los límites de mi mundo son los límites de mis años. Qué liberación estar siempre situado a una determinada altura de los tiempos…

Ocurre, no obstante, que se debe entrar en tales temas y problemas y dejar que sean otros, por ejemplo mi alumna, quienes entren al trapo, es decir, sigan sus mediaciones dialécticas hasta donde la razón los lleve y caiga quien caiga. Hágase pues.

Feci quod potui, faciant meliora potentes.

P.D. Como dijo Mafalda: ¡astuto viejito!

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