Por supuesto que
en Dolor y gloria hay elementos
autobiográficos pero son accidentales. La película es ante todo una ficción en la que tales elementos son genéricos,
contextuales, incluso generacionales, pero siempre
puestos al servicio del lenguaje cinematográfico. El guion no convence pero sí
su ejecución. En cada secuencia, escena o plano lo verdaderamente importante, lo
que busca Almodóvar es cine en estado puro, no contar su vida. Exagero para
poner el punto de mira en lo esencial.
Lo intención de
la película reside en la adecuación entre los movimientos de una cámara
dominante y un guion cargado de obsesiones negativas que le sirven de pretexto.
Expresiones de la crítica especializada como “memoria sentimental” (es más
acertado hablar de “memoria colectiva”), “impotencia creativa”, “búsqueda de la
redención” “desnudez pública” y muchas otras, son las puertas falsas del
laberinto que nos propone el director manchego.
En realidad no
sobreactúan los actores sino el director. Como en La piel que habito (para mí su mejor película) da la impresión de
que Almodóvar interpreta la partitura de un cuarteto de cuerda. No es de
extrañar que saltaran chispas durante el rodaje. Extraordinaria la interpretación
de Antonio Banderas, inviable con otro director.
En una primera
lectura, los elementos biográficos parecen las claves evidentes del film (por
más que en el arte nada es evidente). Lo único cierto es que todos los guiones, todas las
novelas incorporan de un modo manifiesto o latente elementos biográficos; incluso
“Veinte mil leguas de viaje submarino”. En el proceso de creación la imaginación
los destila, los transforma en forma de imitación, deconstrucción, ocultamiento o catarsis pero
nunca de identidad inmediata. El realismo en el arte es siempre mágico. Y más en Almodóvar. También en Dolor y gloria lo importante es el
tratamiento que los transfigura. Esa es la parte luminosa del film. Una vez
que desechamos las salidas en falso del laberinto podemos volver a sentarnos
en la butaca y probar desde otra perspectiva. Por esta razón no cala en
nosotros la propuesta emocional de Dolor
y gloria, no se produce la empatía sino la distancia, incluso los momentos
cruciales de la pasión de Salvador Mallo (cuando está sólo consigo mismo) nos dejan indiferentes. Algo falla. Es muy
difícil sintonizar con los personajes del director manchego. Son muy raros,
extravagantes, marginales… Las chicas y los chicos Almodóvar te pueden gustar, divertir, asombrar o al revés pero son ajenos a tu mundo. Fuera del cine no tienen vida. Sus embrollos políticamente incorrectos son
inverosímiles; tanto como
la sarta de agradecimientos por la obtención del óscar por Todo sobre mi madre. Los aficionados al
cine españoles se dividen dos: los pros y los contra Almodóvar. Los contrarios
afirman que los guiones de sus películas son más fáciles de escribir que una
mala novela policíaca. De lo extraño y marginal se sigue cualquier cosa.
En realidad no hay impostura sino la puesta en escena meticulosa de
un cineasta en busca de nuevos encajes (desde su primera película) entre forma y contenido. Es ahí donde hay que poner el ojo, lo mismo que Almodóvar en la cámara. Lo más personal de Dolor y gloria son los elementos iconográficos: su piso, los cuadros, carteles, fotos
y esculturas de su colección particular… aunque son utilizados para fines muy
distintos a la conversión de Salvador Mallo en un trasunto de Almodóvar. Son elementos cinematográficos en sí mismos y, en este caso, sí son el
reflejo subjetivo del autor. Son el hogar y el entorno de un cinéfilo. Dicho de
otro modo, rueda en su casa no para reforzar la autoficción, sino porque su casa es buena para filmar.
El final, aplaudido y denostado a partes iguales, no es un lugar común para
cerrar el final en falso, sino la clave o metáfora de la totalidad. Por eso la
popular expresión “vamos al cine” tiene un sentido pleno cuando el miércoles
(día del espectador a mitad de precio) vamos a ver en los minicines de barrio su última película.
Con palabras del
propio realizador:
¿Es "Dolor y gloria" una película basada en mi vida? No, y sí,
absolutamente. Todas mis películas me representan. Es cierto que esta me
representa más, pero desde el momento en que empiezo a escribir sobre una base
conocida -procedente de la realidad, de algo que he leído en el periódico, que
me han contado, de lo que he sido testigo o simplemente un episodio de mi
propia vivencia- la historia empieza a encontrar su verdadero camino
(cinematográfico, en este caso) para convertirse en ficción. (…) Por supuesto, la película
habla del cine y de la importancia del cine en mi vida. Podría decir que el
cine es mi vida o que mi vida es el cine. La auténtica droga de la película es
el cine, no la heroína, la verdadera dependencia de Salvador es la de seguir
haciendo películas, el cine le ha vampirizado por completo.
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