Superseniors somos un grupo mixto e
igualitario (las golfistas han
ganado los torneos en tantas o más ocasiones que sus rivales masculinos) de
más de treinta socios jubilados del Club de Campo que compartimos desde hace
años, además de amistad y compañerismo, nuestra común afición al golf, una
pasión no siempre correspondida, como sabe cualquiera que practique este increíble
deporte. Posiblemente el swing de golf sea uno de los misterios más
insondables del planeta. Cuentan las crónicas de El Club de Campo que en un
ProAm (partido de entrenamiento previo a los premios donde un profesional juega
con tres amateurs de buen nivel, normalmente gente famosa) Severiano
Ballesteros cansado de escuchar la cantinela de uno de sus acompañantes, un
político que no daba una a derechas: Hoy estoy fuera de swing, le espetó
impertinente: No estás ni dentro ni fuera porque para eso primero hay que
tenerlo. El propio Seve, al final de su gloriosa carrera lo perdió. Era
algo patético verlo consultar a los profesores del club sobre cómo subir y
bajar el palo… Es conocida la anécdota de aquellos dos pastores escoceses
(ahora que se juega The Open) sentados delante de la chimenea después de
recoger al ganado en el aprisco.
- He visto a
unos de la ciudad que se han inventado un juego nuevo. Le dan con una garrota a
una bola varias veces hasta que se paran y vuelven a empezar.
- Y cómo
dices que se llama el juego.
- No sé, pero
todo el tiempo dicen lo mismo: ¡Mierda!
Después de las
Navidades, sacamos del maletero nuestros carritos, bolsas y aparejos, muchos a
estrenar después de Reyes, para enfrentarnos de nuevo al campo de tres maneras:
las salidas informales,
las competiciones y los premios.
Las primeras son el golf nuestro de cada
día. Normalmente jugamos nueve hoyos. A las diez por el diez, fue uno de
los lemas favoritos. Durante la mañana se formaban los partidos en función de
las afinidades y horarios. Ahora hay que reservar por internet. Algunos salen
temprano, otros a media mañana y a última hora los trasnochadores. Tampoco
jugamos a diario por decreto ley: los hay prácticamente fijos, los “temporeros”
que vienen con más o menos frecuencia, los simpatizantes e incluso los mirones
que llegan a medio día recién duchados para saludar al respetable, seguir algún
partido y dar clases magistrales desde la barrera. Cuando concluimos los nueve
hoyos nos reunimos en la cafetería para comentar las incidencias, exagerar los
golpes buenos (bolones) y justificar los malos (rabazos).
Contamos batallitas, que para eso somos jubilados, arreglamos el mundo sin
demasiada convicción y nos tomamos muy en serio el aperitivo. Unos llegan y
otros se van sin dar tiempo a que las sillas se enfríen. Así, poco a poco va
pasando la mañana.
Celebramos al año seis competiciones como
mínimo y cuatros grandes premios: el de Primavera, el de Verano, el de Otoño y el de Navidad. Son el momento de jugar al golf en
serio, con partidos organizados según hándicap, salidas por el tee del uno, árbitro en cada partido y
tarjetas firmadas al terminar. Jugamos según el sistema de puntuación
Stableford. En esta modalidad de juego, cada hoyo puntúa con relación al par: 1
punto por el bogey, dos por el par, tres por el birdie y cuatro por el eagle. Ya
no vale relajarse, colocar la bola en la hierba alta con el cuento de comprobar
si es la mía o darle una patadita para salir del bosque a la calle. Como en el
chiste: ¿Cuántos golpes te apunto, Felix?, le pregunta su marcador al listillo.
Par, dice sin dudar. ¿Cómo par, te hemos contado nueve? ¿Bueno,
pues impar?
A medida que los años pasaban (y pesaban)
algunas reglas se han ido suavizando. Cada vez es más frecuente la siguiente conversación
entre dos viejos compañeros de partido:
- Has visto donde ha caído mi bola. Cada
vez veo peor.
- Sí, pero ya no me acuerdo.
Tanto en las competiciones como en los
premios jugamos dieciocho hoyos por el recorrido principal. Cada vez somos más
los que recurrimos al cochecito eléctrico o buggie. Utilizamos un
sistema propio de formato unificado que se basa en la variación de los
hándicaps según los resultados obtenidos en competiciones y premios. Esta
modalidad permite a los miembros del grupo competir en igualdad de condiciones,
divertirse y ganar los trofeos sea cual sea su edad, condición física o nivel
de juego. Un ejemplo: cuando un jugador llega a hándicap 40 puede elegir salir
de barras rojas en los hoyos que considere oportuno. Además, en cada
competición y premio se
reparten puntos a los nueve mejores: el primero se lleva 10 puntos, el segundo
9 y así hasta el noveno que obtiene solo 1; la suma crea una clasificación
individual y en Navidad el que más puntos tiene es proclamado “Jugador del
Año”.
De los cuatro premios, por razones obvias
el más entrañable es el de Navidad. Se juega, como todos, por el recorrido
principal, en función de las salidas que nos autoriza el club. Al día siguiente
se celebra la comida de socios, en realidad de viejos amigos, a la que asisten
los jugadores y jugadoras que se han batido con ardor deportivo por las calles
del uno, los simpatizantes y cónyuges. Poco a poco van llegando al bar de la
casa club. Allí les espera el fundador del grupo, que como siempre ha sido el motor
del evento y ha echado unas cuantas horas en su ordenador para cerrar los
resultados de la competición: clasificación, variaciones del hándicap,
historial, estadísticas, gráficos… Al amor de la copichuela servida en la
barra, los jugadores comentan los datos, recuerdan las incidencias más jugosas,
las anécdotas divertidas o heroicas, el azar y lo inevitable, lo general y los
detalles. Los ganadores reciben las enhorabuenas por anticipado y todos las
felicitaciones navideñas con los mejores deseos para el nuevo año.
Los cámaras oficiales, móviles ahora, se
esmeran en agrupar a los participantes según diversos criterios: el grupo
completo, los más jóvenes y los de más edad (sólo aplicable a los varones), las
señoras, los últimos ganadores o las nuevas incorporaciones. Antes, algunos voluntarios
se han ocupado de preparar según su experiencia la distribución más adecuada de
los comensales en el reservado del restaurante con vistas al campo, para dar
buena cuenta del menú.
Entonces, Enrique, con la colaboración de
los otros demás miembros de la Dirección dan la bienvenida a todos y muestra
con detalle los trofeos que se entregarán durante la comida. Explica las
novedades más relevantes que afectan al grupo y echa un vistazo al estado de
las cuentas. Después presenta a los nuevos socios que se han incorporado y
recuerda a los que no están o nos han dejado. Antes de comenzar se entregan unas
placas conmemorativas a los que han cumplido los ochenta (¡en ocasiones los
noventa!). A continuación, comienzan a circular las viandas y las copas de
vino. En plena faena, entre platos, suena la campanilla. Es el momento de la
entrega de trofeos: al ganador absoluto, a la salida más larga puesta en la
calle del hoyo 14 y a la bola más cercana a la bandera del hoyo 11. La
costumbre es que el último ganador elija el trofeo en liza y lo entregue, como
en el Master de Augusta. Aplausos, abrazos, más fotos y bromas del respetable.
Finalmente se procede a la popular rifa para los que no han conseguido ascender
al podio. Por último, queda el trofeo de consolación al forrabolas, el último
clasificado del torneo, un detalle simpático que se acepta gustosamente (aunque
la procesión va por dentro).
Tras los postres y el trasiego de la caja
de bombones, obsequio del ganador, los movimientos inquietos de los comensales
de un lado para otro de la mesa rectangular, suena la campanilla por última vez
para anunciar la clausura del acto. Es el momento de las despedidas… hasta el
día siguiente puesto que muchos volverán por la mañana a compartir bolsa y
carrito en las salidas del club.
Hace tiempo,
exageraba un conocido periodista: “Quién no tiene su página web personal no es
nadie. Un sitio en la red en el que contar al ancho mundo dónde vive, cómo es
su familia, cuál es su profesión, su coche o su mascota”. Superseniors dispone
desde sus orígenes ¡hace veintidós años!, de una estupenda página web creada y
mantenida con una dedicación encomiable por su fundador. Es, sin duda, la
historia más completa y el mejor testimonio vivo del grupo. Su consulta es
indispensable para todo aquel que quiera conocernos. Vedla en www.superseniors.co.uk
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P.D Ni siquiera
lo más crudo de la pandemia, el confinamiento, consiguió apartar al grupo de
Superseniors de su afición al golf. En primer lugar, había que mantenerse en
forma. Nada de rendirse sin condiciones al sofá y a las series de la tele. Había
que rescatar del trastero las mancuernas, las bandas elásticas, la bicicleta
plegable y otros aparatos para hacer ejercicio en seco, incluso la comba. Los
que tenían jardín instalaron una red de golf para entrenar con bolas de verdad
y chipear en un cubo de plástico; otros practicaron en la azotea con bolas
huecas o afinaron su putt en la alfombra. Como mínimo cincuenta swings
al día en la terraza. Tampoco podían faltar las lecciones de repaso en YouTube,
algún libro olvidado de Niklaus, el estudio de los medidores de distancias o el
canal de golf de Movistar.
A la una,
videoconferencia abierta por Skype para charlar con los colegas que quisieran
sumarse, tomar un vino en buena compañía y escuchar las expertas opiniones de
los galenos del grupo sobre el complejo equilibrio entre la bolsa o la vida. También
los divertidos memes de golf por WhatsApp y los correos con estudios científicos
nos ayudaron a sentirnos más optimistas e informados. Por fortuna la incidencia
del virus en los miembros de Superseniors ha sido mínima. Sin duda lo más
importante.
Por fin, durante
la reapertura del club en la fase 1 pudimos volver a los verdes campos del
honor, aunque con limitaciones (¿os acordáis): respetar el laberinto de
indicaciones para entrar o salir, guardar una distancia de dos metros en las
calles, no darnos las manos, no tocar más que nuestra bola, no utilizar los
rastrillos en los bunkers ni quitar las banderas, los hoyos con tope, buggies individuales
o con la señora (no siempre recomendable) y al acabar largarse cuanto antes empapados
de hidrogel. Era la época de las mascarillas chinas, despedidas a codazos,
saludos a la japonesa o caballeros de la mano en el pecho. Una cosa quedó clara
tras la vuelta: salir por amarillas no tiene nada que ver con sacudir con el hierro
siete a una manta vieja en el garaje. Otro misterio insondable del golf. Poco a
poco fuimos recuperando los vicios olvidados de nuestro swing de siempre y a
disfrutar.
A principios de
enero Madrid fue abatido por Filomena, la gran nevada que causó estragos
irreparables en nuestro querido Club y dejó consternados a todos los amantes
del golf como nosotros. El campo quedó muy afectado. Muchos de sus hermosos
árboles, su defensa natural contra los que realmente retan al recorrido, se han
perdido para siempre.
Pero la vida de
Superseniors sigue. Los equipos han reanudado sus salidas semanales con más o
menos regularidad. Siempre bajo la amable supervisión de la Secretaría de Golf
que nos reserva un tramo del horario de salidas, se han celebrado cuatro
competiciones para poner a prueba nuestro maltrecho hándicap (aunque luego no
fuera para tanto), aunque no hemos celebrado ningún premio hasta este otoño seguido
de la tradicional comida en el restaurante del Club para entregar los trofeos a
los vencedores y, sobre todo, para estar de nuevo juntos para siempre, como
dice la canción.
¡Espectacular! ¡Viva el golf y la madre que lo inventó!
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