Para no resultar
demasiado pelmazo con las etimologías les resumo en una expresión castiza, sin cultismo latiniparla, el significado originario del término intelectual. Intelectual,
sustantivo, es una persona leída, que según la RAE se refiere a
alguien que ha leído mucho y es persona de muchas noticias y erudición. Intelectual,
adjetivo, se refiere a todo lo que pertenece o es relativo al
entendimiento. En ambos casos, el problema es que la gente culta y sus sesudos
problemas conforman un conjunto matemático demasiado extenso. Dicho de otro
modo: el concepto de intelectual es polisémico, polémico y tiene unos límites
indeterminados. Hay mucha gente que ama la lectura y no es un intelectual. Por otra
parte, el término entendimiento es especulativo, sin rigor científico
(también el de voluntad). Memoria, entendimiento y voluntad son las tres
potencias del alma desde San Agustín. Memoria para recordar, entendimiento
para saber y voluntad para quererte mucho más… Podría ser la letra de un
vals criollo.
Un escritor, un
profesor, un investigador, un director de orquesta, un realizador de cine, un
crítico literario, un pintor abstracto, un divulgador científico, un filósofo de
moda, un especialista médico, un académico de la lengua, un jurista reconocido
y un catálogo interminable de perfiles responderían a esta denominación de
origen. Aunque lo más probable es que algunos considerasen redundante el
calificativo y otros lo ignorasen con un gesto displicente por reconocerse exclusivamente
en su profesión. La única forma de agruparlos sería meterlos a empujones en los manifiestos a favor o en contra de una causa del tipo Los conocidos
intelectuales abajo firmantes… La lista de los intelectuales más conocidos
del planeta publicada hace años por la revista norteamericana Foreing Policy
que edita el Washington Post incluía nombres como Benedicto XVI, Al Gore,
Norman Foster o Garry Kasparov. El único español de la lista era Fernando
Savater, filósofo, profesor, escritor, articulista; estoy convencido de que considera
superfluo el título de intelectual.
Recuerdo el
impacto a finales de los años sesenta del libro del lingüista Noam Chomsky La
responsabilidad de los intelectuales. El gran filólogo denunció la apatía
crítica, cuando no la subordinación de la inteligencia norteamericana al poder
durante la guerra de Vietnam para añadir dos propiedades al conjunto cantoriano:
el compromiso con la sociedad y la autoridad moral ante la
opinión pública. No creo que los nuevos atributos aumenten o disminuyan los elementos
del agregado. Son los mismos personajes heterogéneos. No añaden nada especial a
sus señas de identidad.
El término intelectual y su plural son relativamente nuevos. Su uso en cualquiera de las lenguas modernas en contextos cotidianos, en los medios de comunicación y en las ciencias sociales no va más allá del último tercio del siglo XIX. De acuerdo con la versión aceptada surgió en Francia durante el debate que movilizó y dividió a la opinión pública en torno al “caso Dreyfus” (1898). Hasta entonces, el vocablo había circulado marginalmente en revistas de la vanguardia anarquista y simbolista parisina. En conclusión, el concepto resulta anticuado, decimonónico y afrancesado. Debemos desconfiar de la presunta universalidad de las élites culturales francesas; precavernos de su seductor inconsciente colectivo.
Propongo para rematar dos definiciones contrarias del término. Según la primera, un intelectual es alguien que pretende hacer de la alta cultura un modo de vida. Según la segunda, un intelectual es un cultureta diletante que se mira en el espejo cóncavo de las ciencias y las letras para sentirse superior a los demás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario