Un personaje tan
notorio como Woody Allen, en una entrevista al diario El Mundo, ha
realizado unas polémicas declaraciones durante la presentación de su última
película en el Festival Venecia, Coup de chance, en las que quita hierro
al pico del inhabilitado presidente de la Real Federación Española de
Fútbol.
Es difícil
entender que una persona pueda perder su trabajo y ser penalizada de esa manera
por dar un beso a alguien. Si fue inapropiado o demasiado agresivo, hay que
decirle claramente que no haga eso y que se disculpe. No es que haya
asesinado a alguien. Pero lo suspendieron de su cargo y podría perderlo todo.
(…) Fue resultado del "momento" y la "emoción de la
victoria". (…) Lo primero que pensé es que no se escondieron ni la
besó en un callejón oscuro. No la estaba violando, era solo un beso y era una amiga.
¿Qué hay de malo en eso? En la primera información no sabíamos si la mujer se
apartó y le dijo: “No hagas eso” (…) Como ciudadano medio, estuvo
mal, hizo algo incorrecto… pero no fue como si hubiera quemado un colegio
(…) Fue algo público. No la estaba besando en su despacho con la puerta cerrada
ni nada parecido donde ella estuviera amenazada. Fue claramente a la vista de
todos y ella no estaba en peligro. Pero claro, ella tiene todo el derecho
a dejar claro que no quiere, y él tiene el deber de pedir disculpas y de
asegurar que no lo volverá a hacer. Y hecho eso, seguir los dos adelante…
Sólo una persona
completamente ajena al affaire Rubiales podría haber opinado así. Es
curioso que el más cercano, el cesado presidente, y el más lejano, el célebre
director, no entiendan lo que ha ocurrido. Ambos juzgan un hecho concreto, una
acción aislada, un acontecimiento en sí mismo; no lo que es: una enmienda a la
totalidad.
El beso robado y
el gesto obsceno de Rubiales no es la causa sino la ocasión de ajustar viejas
cuentas con el fútbol profesional femenino. Si la selección española no hubiera
hecho la proeza de ganar el Mundial 2023 nada habría salido a la luz. El
problema viene de atrás. Hace más de un año, quince jugadoras enviaron un
correo a la Federación Española de Fútbol para comunicar su renuncia
a jugar en la Selección por su desacuerdo con los métodos y decisiones del
entrenador, Jorge Vilda; las capitanas pidieron además su destitución. La
respuesta de Rubiales y Vilda fue contundente: el primero desautorizó la pretensión
de las jugadoras por incompetencia y amenazó con sanciones legales por
incomparecencia; el segundo se aferró al cargo sin más explicaciones. Posteriormente
doce de las quince rebeldes solicitaron su disposición a volver a la selección.
Hace días Jorge Vilda ha sido destituido por su estrecha connivencia con
Rubiales. En la Asamblea de la RFEF fue uno de los que aplaudió a rabiar el
discurso exculpatorio de su jefe (igual que el actual entrenador de la
selección nacional masculina, Luis de la Fuente). Cuando cambió la dirección
del viento ambos se sumaron a las críticas e improvisaron unas endebles excusas:
el contexto emocional, dijeron, los había arrastrado a ponerse en pie y sumarse
al sentimiento unánime del grupo. Lo cierto es que muchos asistentes se
sentaron con las manos en los bolsillos y miraron al suelo.
También ha sido
decisivo el irresistible ascenso del feminismo, siempre con años de retraso, en
nuestra sociedad. El affaire Rubiales ha tenido la singularidad de encrespar
a todas las tendencias feministas en una escala ascendente de descalificaciones:
desde la impresentable actitud machista hasta el abrazo mataleón. La jugadora
Jenni Hermoso que inicialmente se mostró perpleja y después molesta por el achuchón
subitáneo, denuncia ahora formalmente al implicado, lo cual ha activado una
querella “a la mayor brevedad” de la teniente fiscal de la Audiencia Nacional
por indicios de agresión sexual. Rubiales pasa de ser cesado a juzgado. Incluso
un alto comisionado de la ONU ha condenado el caso por abuso de posición
dominante.
Por supuesto,
los partidos políticos han puesto en marcha la máquina de picar carne y se han
posicionado en torno al beso no consentido. El PSOE considera que
Rubiales "no puede seguir representando ni los valores del deporte, ni
los valores de un país al que no representa”. El PP ha pedido que se
"escuche a la sociedad y a las futbolistas e insta al Gobierno
a que actúe para no llegar tarde a la solución del problema”. Sumar pide
la "suspensión inmediata" de Rubiales al Consejo Superior de Deportes
que, a su vez, ha remitido la documentación pertinente al Tribunal
Administrativo del Deporte que estudia el caso como "una infracción grave
pero no muy grave". Por tanto, el CSD no tiene vía libre para la
suspensión definitiva y deja en cueros al Gobierno. Vox, por su parte, denuncia
la "cacería política" contra el expresidente, critica el “falso
feminismo”, carga contra la ley del “solo sí es sí” y pide la dimisión de
Sánchez. Lo cierto es que PP y PSOE permitieron e incluso promovieron cuando
gobernaban el ascenso de altos cargos federativos poco capacitados (un eufemismo) para una
gestión eficaz del deporte. De aquellos barros estos lodos. En fin, lo de
siempre.
P.D. A esto se unen las tertulias de mañana, tarde y noche que, aunque pregonan que sólo deberíamos dar protagonismo al triunfo de la Selección Femenina de fútbol, campeonas del mundo (increíble dadas las circunstancias masculinas), en realidad de lo que único que hablan es del caso Rubiales. En breve una serie de Netflix.
Qué listos sois los del Atleti. Impecable resumen, como impecable fue, también, el comentario de D. P. Simeone: «Opino lo mismo que el 90% de la población». Es decir: da igual lo que opine porque cualquier matiz significa tirarte tu solo a los pies de los caballos. Sin embargo, como estamos en petit comitè, pondré uno. Para Woody Allen, seguramente, además de que no está al tanto de lo que ocurre en la RFEF, un beso en los labios tiene otras connotaciones. Cuando visité por primera vez los Estados Unidos, con 17 añicos, fui a visitar a la familia de mi anfitrión y su abuela, octogenaria, me saludó con un beso en los labios; su nieta, en cambio, lo hizo con un púdico apretón de manos. Pero lo que tampoco sabe Allen, probablemente, es que los besos y abrazos se han convertido en un signo de la tribu. En el instituto, entre clase y clase, los alumnos y las alumnas se besan y abrazan, y vuelven a besarse y abrazarse en el siguiente cambio de clase. Más de una vez he preguntado en clase si a todo el mundo le gusta ese besuqueo permanente, y la respuesta ha sido que no a todo el mundo, pero que no hacerlo condena al individuo a la estrechez social, y si te descuidas a cierta marginación. «Ese no es de los nuestros». Lo que le ocurrió al pobre hombre ese, que por lo demás es un pájaro de cuenta y, salvo su familia, nadie ha sacado la cara por él, es que creía formar parte de la tribu; creía que era amigo de la jugadora, él sabrá por qué, a la que pensó que, como iba así de tatuada, había que saludarla como ella saluda a sus amistades. La metedura de pata fue sideral. A mí me parece muy bien que el episodio haya servido de espoleta para cambiar unas cuantas cosas (entre otras, que un gañán como él nos represente), pero no dejo de pensar que la lapidación pública a la que, quizá con razón, ha sido sometido tiene un punto de clasismo. Con otro que no fuera un gañán ni tuviera cara de figurante de película kinki, no hubiéramos llegado tan fácilmente a ese 90%. Por lo demás, ojalá sirva para que la gente, cuando te considera de su tribu, deje de babearte con sus besos, algo que a mí, particularmente, me pone malo. Lo de Allen probablemente sea que cuando uno ronda los 90 años ya no tiene ganas de opinar lo mismo que el 90% de la gente en cuestiones que al menos se merecen un matiz.- Antonio Castellote
ResponderEliminarPerdón por el tú sin tilde
ResponderEliminarDispuesto a matizar, es decir puesto a los pies de los caballos, confieso que prefiero el hecho en sí mismo a sus consecuencias.
Eliminar