Telépolis

sábado, 11 de mayo de 2024

Populismo

 

El principal problema degenerativo de todos los formas de gobierno es el populismo. Afecta (infecta) a todas las organizaciones del poder político: regímenes autoritarios, totalitarios, autocráticos, teocráticos o democráticos. La definición de la RAE es demasiado limitada: Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares (normalmente usado en sentido despectivo). La explicación sistemática es demasiado amplia: tipos, teorías, métodos, personajes, historia, actualidad…

El populismo consiste en la sustitución de la argumentación ideológica sobre temas o problemas sociales, es decir, el razonamiento objetivo sobre las cosas mismas, por la persuasión emocional dirigida a la captación de votos mediante la cancelación del adversario que deja de ser un interlocutor para convertirse en enemigo público. Se recurre a la manipulación de los sentimientos para conseguir una aprobación sin mediaciones. Usa distintos atajos. Ya nos hemos referido a algunos: la posverdad, las falsas narrativas, la tergiversación histórica, los bulos virales, los videos trucados, los textos apócrifos, los mensajes mercenarios, las denuncias sin causa o las falacias lógicas.

Estas últimas son falsos argumentos que forman parte de la vida cotidiana. Con buena o mala voluntad abundan de manera incontrolada en la discusión de pareja, el bar, la tertulia, el editorial, el aula, el púlpito o el parlamento. En realidad, no hay forma humana de librarnos de ellas. Aceptamos, por tanto, “falacia” como animal de compañía. El único consejo es mantener una actitud atenta ante todo tipo de informaciones, explicaciones y discusiones. El problema es que no hacemos otra cosa a lo largo de la vida.

El populismo dispone de un eficaz arsenal de falacias lógicas cuyo fin es degradar el funcionamiento de las democracias y convertirlas en una torre de Babel ingobernable. La más extendida es la falacia ad hominem. Cuando un político es acusado de corrupción en lugar de contrastar los hechos denunciados se desacredita al acusador mediante el Tú más y el Ventilador biográfico en marcha. No se critica el contenido objetivo sino a la persona cuando es irrelevante para la verdad o falsedad de lo que dice. Aristóteles, en sus Refutaciones sofísticas, describió el sofisma de cuestionar al oponente en lugar del argumento. Una variante es el rechazo radical sin un dictamen técnico fiable de un proyecto de ley simplemente porque lo ha presentado tal ministro o cual grupo parlamentario.

Otra recurrente es la Falacia ad ignorantiam. Una suposición es verdadera sólo porque no podemos comprobar que es falsa y viceversa. No se puede demostrar lo contrario, luego lo que afirma es cierto. No se puede demostrar que no existe una conspiración, luego existe. La prensa sectaria, crecida y multiplicada, la utiliza para encajar los eslabones inventados de una farsa y publicarla como el escándalo del año. La presunción de inocencia es una de las primeras víctimas. No importa si se trata de una mentira con las patas cortas porque el perjuicio ya está hecho y nadie pedirá disculpas excepto por sentencia judicial en la penúltima página. Miente que algo queda. Se trata de una falacia particularmente grave cuando los Estados se sirven de ella (y abundan los ejemplos).

Entre las más solicitadas está la Falacia ad baculum. La aceptación de un programa político no se debe a sus objetivos y valores encaminados a la obtención del bien común (que diría Tomás de Aquino), sino a las consecuencias apocalípticas en caso contrario. Tras la amenaza (la fuerza en las dictaduras) se enumeran las siete plagas de Egipto apoyadas en estadísticas maquilladas, verdades a medias y fárragos sobados. Cada plaga arrasa una institución. Nosotros o el caos. Es una falacia de alcance medio, demasiado vista y tan antigua como el hombre. La mayoría de la gente constata que la estrategia del palo y la zanahoria es el lugar natural de la clase política. 

La Falacia ex populo defiende una propuesta sin verificar, porque supone que una mayoría aplastante de ciudadanos la respalda. Por ejemplo: Casi la totalidad de la población de la Comunidad Autónoma de... es partidaria de que se utilice exclusivamente la lengua materna en la escuela, la sanidad y la administración pública. Se mezclan sin rigor demoscópico las definiciones de lengua materna y lengua cooficial y su predominio. Ante la ausencia de pruebas suele apuntalarse mediante términos aseguradores cuya intención es presentarla como indudable para evitar su cuestionamiento y crear a su alrededor un cinturón de certidumbre. “Es evidente que”, “Es sobradamente sabido”, incluso “Está totalmente demostrado por la ciencia”, mientras los científicos se mesan en vano los cabellos en foros tapados ante semejante dislate.

Incurrimos en la Falacia de la pregunta compleja al hacer preguntas que conllevan suposiciones implícitas, sutiles o gruesas, que intentan convencer al otro de una premisa o una conclusión prefabricada; incorporan términos sesgados que contaminan el mensaje de modo irreparable. Es un recurso muy utilizado para envenenar el pozo, (suponiendo que se pregunte algo). Consiste en desacreditar la pregunta a partir de información negativa para condicionar la respuesta de la parte contraria. Normalmente el interpelado no se traga el anzuelo, no responde, cambia de tercio y se limita a repetir el guión que le han preparado los asesores. Es el arma de destrucción masiva predilecta de sus señorías durante las predecibles sesiones de control, debates parlamentarios, mociones de censura e inútiles comisiones de investigación. Por supuesto, aparece en numerosos entornos: en las ruedas de prensa al entrenador de fútbol, las entrevistas televisivas a los famosos o las escaramuzas tertulianas.

Por último, la Falacia de la ambigüedad, la más fácil, se produce cuando en una argumentación se introducen términos poco definidos semánticamente, polisémicos o fuera de contexto, lo cual nos proporciona un margen de maniobra tan amplio que permiten sostener cualquier cosa. Progreso, libertad, democracia, justicia, derechos humanos… 

PD. Definición de demagogo: el político que hace promesas que sabe que son mentira a una gente que sabe que es idiota.

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