Telépolis
lunes, 30 de diciembre de 2024
Oratorio de Navidad
lunes, 23 de diciembre de 2024
Lógica y antipolítica
Estamos
rodeados de filosofía por los cuatro costados por más que esté cuestionada por la
pregunta permanente de para qué sirve. Este acoso es el motivo
más fuerte para insistir con empeño en la enseñanza de la filosofía tanto académica
como mundana. En cierto que el formato disciplinar de las pruebas de acceso a
la universidad supone una cierta limitación para este enfoque holístico. Nada
que objetar. Por suerte la mayoría de los alumnos escoge la opción de Historia
de España lo que concede al profesor un valioso margen para que, sin
descuidar el programa oficial, intente una visión más integradora y divergente.
Por ejemplo, la Lógica, esa parte de la filosofía que
se puso de moda en muchas facultades españolas durante los años setenta por
influencia anglosajona, es una referencia didáctica y
un modelo comparativo para entender la antipolítica que actualmente
nos envuelve. Lo intentamos.
La
tradicional definición aristotélica del hombre como “animal racional” (zoon
logikon) no es del todo precisa; debería traducirse más bien como “animal
dotado de la facultad de la palabra”. Y quien tiene tal facultad puede
utilizarla de un modo racional o irracional. Aristóteles trató de enseñarnos los
diferentes modos de utilizarla correctamente. Llamó Organon a
los tratados de Lógica y consideró que la silogística era el
instrumento propio del razonamiento formalmente válido. En un silogismo, si el contenido empírico de las premisas es verdadero, la
conclusión, el juicio, lo será necesariamente. Del juicio o proposición, pasamos
al argumento y del argumento a la tesis o propuesta (detesto la manida palabra “relato”).
Pero en la antipolítica las premisas del silogismo están
contaminadas: su punto de partida no son hechos verificados, sino interpretaciones
incompatibles con los hechos o farsas prefabricadas de los hechos. En la
antipolítica el lema festivo y creador de la imaginación al poder se
ha convertido en su perverso contrario.
La
consecuencia de esta degeneración del razonamiento deductivo supone la quiebra
de los tres grandes principios de la Lógica formal: identidad, contradicción y tercero
excluido.
Del principio de identidad, en cuanto los mismos hechos, exactos e iguales, pierden su carácter unívoco y se desvanecen en una gama de grises en la palabra intempestiva de nuestros representantes electos. El Parlamento se convierte en una Torre de Babel ingobernable, en un conjunto de lenguajes privados donde cada concepto se asocia según la bancada a uno o más anticonceptos, como en la física de partículas. No hay que olvidar que la Torre, un desafío irracional al Logos supremo, acabó, según algunas exégesis bíblicas, por ser quemada, tragada por la tierra y arruinada por el tiempo.
Sus
señorías tampoco se atienen el principio de contradicción. Pueden defender a
corto plazo una posición o la contraria según los intereses circunstanciales de
cada partido. Es legítimo pactar con los irreconciliables o defenestrar al
primero de la lista porque ha dicho la verdad; o pasar del duelo a garrotazos
al abrazo de Vergara en función de las encuestas internas o de un puñado de
votos. Lo cierto es que de una contradicción se sigue cualquier cosa. Así nos
va.
El
principio del tercero excluido afirma que una proposición sólo puede ser o
verdadera o falsa y no cabe otra. Pero para los partidarios de la antipolítica
existe un inagotable repertorio de verdades intermedias o medias verdades según
una lógica polivalente que busca la eliminación del contrario. Lo característico
de los llamados “hechos alternativos”, según la lógica, es que tienen múltiples
sentidos y la misma referencia.
No
menos frecuentes son las falacias en que incurren sus señorías sin empacho ni sonrojo.
En Tópicos y Refutaciones sofísticas, otros escritos del Organon,
Aristóteles clasificó y analizó estos falsos silogismos. Aquí explicamos
las falacias más esgrimidas en las cámaras desde la lógica actual. Seguramente
las reconocen. Además pueden ponerles nombres y apellidos.
Falacia ad
hominem: En lugar de analizar una idea
y criticar las razones que la sostienen, la consideramos falsa tras
desautorizar, desprestigiar y ningunear a la persona que la propone.
Falacia tu quoque (tú también, o tú más): Es
una variante de la anterior. Se alega que una crítica o una objeción se aplican
igual o más a la persona que la defiende para descartarla sin entrar en la cosa
misma.
Falacia ad
verecundiam: Una tesis o idea es
verdadera por la supuesta autoridad intelectual, política, moral o religiosa de
quien la mantiene.
Falacia ad
baculum: La aceptación de una propuesta
no se debe a las razones que la sustentan sino a las amenazas explícitas o
implícitas que se presentan como razones incontestables.
Falacia ex
populo: Se defiende una propuesta tras
aducir que por unanimidad o mayoría imaginarias todo el mundo está de acuerdo y,
por tanto, hay que aceptarla sin discusión.
Falacia de la ambigüedad: El uso en una argumentación de
términos poco rigurosos semánticamente proporcionan un margen de maniobra tan
amplio que nos permiten sostener cualquier cosa.
Falacia de la generalización precipitada. La cometemos cuando
a partir de unos datos claramente incompletos establecemos un estereotipo o una
generalización que damos por buena.
Falacia
de los términos aseguradores. Son expresiones cuya intención dialógica es
presentar una idea como cierta e indudable para evitar así la controversia mediante
un falso escudo de seguridad y certidumbre.
Falacia de los términos sesgados: Algunas palabras y expresiones incorporan connotaciones positivas o negativas. Creencias religiosas y morales, dogmas ideológicos, prejuicios raciales o sexuales, tópicos sociales... están cargados de un significado bipolar (peyorativo-apreciativo) que infecta el argumento de un modo irreparable.
P.D. 1 Definición del demagogo populista o manipulador de la palabra: el político que larga rollos sectarios que sabe que son mentira a un público que sabe que es idiota. El parlamento que debería ser un lugar para resolver problemas con la eficacia del señor Lobo se ha convertido en un corralito de apuestas con gallos de afilados espolones y diputados lenguaraces. Es evidente que no hemos superado los impulsos fratricidas de la Guerra Civil. Los franceses estallan periódicamente en convulsos conflictos y callejones sin salida, pero al final salen juntos bandera en mano cantando La Marsellesa en los Campos Elíseos.
P.D. 2 Es imprescindible una reflexión a fondo sobre el concepto de
patriotismo.
jueves, 5 de diciembre de 2024
¡De nuevo la Unión Balompédica Conquense!
Esta noche a
las nueve juega en partido de Copa del Rey la Unión Balompédica Conquense con
(¿contra?) toda una Real Sociedad de San Sebastián. Copio literalmente el titular
del diario deportivo AS.
Puente
colgante hacia la ilusión
El
Conquense, modesto club con más de 75 años, sueña con una gesta gigante.
https://as.com/futbol/copa_del_rey/puente-colgante-hacia-la-ilusion-n/
Aprovecho para revivir una vieja entrada de mi blog (y yo con ella) sobre el segundo club de mis amores. Escrita hace un montón de años, cuando todavía era alto, rubio y con ojos azules, la dejo tal cual, viejuna como toca. Un abrazo a todos los amigos balompédicos que en ella se dan cita.
https://rodolfolopezisern.blogspot.com/2017/03/la-union-balompedica-conquense.htmlmartes, 3 de diciembre de 2024
Ironía o iglesia
Ironía o iglesia, decía Santiago González Noriega,
maestro admirable en la Universidad Autónoma de Madrid que nos dejó prematuramente
en 2003, privando a la filosofía española de una de sus voces más incisivas
y difícilmente clasificables. La evolución de su brillante, lúcida y
escéptica trayectoria intelectual es un paradigma de la separación
insalvable entre el pensamiento libre y las ideologías políticas. Este apego a los
dogmas lapidarios es el principal problema que impide a la
sociedad española alcanzar una transición definitiva. Dogmas generacionales, educacionales, ancestrales. Todavía no hemos encontrado la salida
del laberinto español. Lo cierto es que España no es una democracia
normalizada.
Otro de mis mentores y amigo, el doctor Abengoa Garmendia, decía en
su tertulia del Ateneo que la política española actual se parece a una película
del Oeste donde los buenos son muy buenos y los malos muy malos (sin señalar
quién es cada cual). En realidad, añadía, son todos muy malos; pistoleros de
segunda que desenfundan con cualquier pretexto para disparar sus maldades
prefabricadas y arrasar al contrario. Recuerdo sus palabras cuando los
jovenzanos con ínfulas de leídos le interrogaban sobre sus ideas políticas,
morales, religiosas o estéticas: pregúntenme sobre un asunto puntual,
concreto, y les diré lo que pienso hoy.
Abstracto y concreto. Abstracto proviene del latín abstractus,
compuesto del prefijo abs que denota separación, privación y tractus,
participio del verbo trahere, que significa arrastrar. Abstracto es lo
que ha sido empujado, alejado de sus límites precisos, como los conceptos
políticos universales, tópicos adaptados al arsenal del partido que se esgrimen
como armas arrojadizas en cualquier contexto, pero vacíos de contenido objetivo. El término concreto procede del
verbo latino concrescere que significa crecer conjuntamente. El
pensamiento concreto es la única aproximación posible a la espiral productiva de
la dialéctica, al arte del diálogo, al viaje a Siracusa a
través de la palabra. La dialéctica es contradicción, negación de la negación…
el reverso de las ideologías políticas cerradas y selladas.
Por lo demás, las ideologías políticas son imprescindibles para una democracia representativa, esa forma de politeia, de espacio público que permite leer los periódicos que quieras, separar las voces de los ecos y expresar tus ocurrencias libremente, siempre bajo el control del algoritmo que graba, censura y manipula. En todo caso, es mil veces preferible el coro de grillos que cantan a la luna que la bota del soldado desconocido. Las ideologías políticas forman parte del contrato social que garantiza nuestros derechos y libertades, pero tienen graves inconvenientes. Los hemos analizado en numerosas ocasiones: la delegación del voto en una clase política poco formada e incompetente, la desconfianza en las instituciones, el nihilismo antipolítico o las formas degenerativas del Estado, entre otros.
sábado, 23 de noviembre de 2024
Alma, universo, Dios
Fue Kant quien puso de manifiesto la inevitable tendencia de la
razón a la realización de síntesis cada vez más generales que acaban siempre por
ir más allá de los límites de la experiencia. En la Crítica de la razón pura
el filósofo de la Ilustración analizó la posibilidad de la metafísica como ciencia,
así como el alcance y límites de sus tres ideas absolutas: la síntesis última de
la totalidad de la experiencia interior, el alma; la síntesis última de la
totalidad de la experiencia exterior, el universo y la síntesis última de la
totalidad de la experiencia interior y exterior, Dios. Bajo la influencia de la
física matemática newtoniana concluyó, como es sabido, que la metafísica es una
ilusión epistemológica y, por tanto, no es posible un conocimiento válido de tales
ideas… al menos para la razón teórica.
No obstante, la ineludible querencia, la necesidad del pensamiento de especular sin tregua en el vacío, una especie de ejercicio compulsivo de bicicleta estática sin cadena, se manifiesta de forma recurrente en ámbitos distintos y distantes de la cultura. Incluso entre la comunidad científica contemporánea prosperan profusas variantes de las síntesis kantianas. Se trata de teorías no contrastadas empíricamente que se aceptan porque son la única explicación posible (y provisional) que permite encajar todas las piezas del rompecabezas.
En torno al alma, el emergentismo es un modelo explicativo
que trata de resolver el problema ancestral de la relación entre la mente y el
cerebro. En un reciente libro del escritor Juan José Millás y el paleontólogo
Juan Luis Arsuaga La conciencia contada por un sapiens a un neandertal, el
científico justifica la definición verbalista de la mente como una propiedad
emergente del cerebro: Lo de "propiedad emergente" es una fórmula
que usamos los científicos para eludir hablar de algo que no entendemos. Lo más
que podemos decir es que cuando los componentes de un sistema alcanzan cierta
complejidad y actúan entre sí, pueden surgir propiedades que no estaban por
separado en ninguno de sus componentes y que no eran deducibles por tanto de
los elementos de ese sistema. Algo parecido a lo que el premio Nóbel de
Medicina en 1963 John C. Eccles y el filósofo Karl Popper propusieron en su
libro conjunto El cerebro y la mente (1980). Sostienen que los
componentes del cerebro (neuronas, árboles dendríticos, conexiones sinápticas,
áreas funcionales) son insuficientes para comprender los procesos mentales, algunos
de ellos de una gran complejidad como la autoconciencia, la identidad personal,
el carácter voluntario de la acción humana, el inconsciente o el pensamiento
creador. Tales procesos hacen necesaria la hipótesis de una mente autónoma. En
consecuencia, desarrollaron la hipótesis mentalista de que en la corteza
cerebral interactúan las dendronas (agrupaciones de dendritas) de carácter
neurofisiológico y la psiconas (agrupaciones de unidades de activación mental)
de carácter psíquico. La interacción entre ambas se explica mediante una
inextricable teoría bioquímica rechazada por la comunidad científica. En realidad, desde los órficos y los pitagóricos no se ha avanzado
mucho en la solución del dualismo antropológico; únicamente podemos afirmar que
tanto el cerebro como la mente son estructuras demasiado complicadas (y todavía
más su interacción) y que, en todo caso, han servido para enriquecer el léxico
de los diccionarios académicos. El infierno de la retórica y el paraíso del
neologismo, en palabras de Giorgio Agamben.
Si nos referimos al universo, segunda síntesis, los vacíos
cosmológicos se multiplican: la teoría del Big Bang, incapaz de explicar
en qué consiste esa singularidad infinitamente densa que originó el universo
tras la gran explosión; la materia oscura, invisible al no emitir ningún tipo
de radiación electromagnética y que, según los físicos, contiene un 85% del
universo; las ondas gravitacionales, demostrables con sólo tirar un lápiz e indetectables
para la tecnología actual; los agujeros de gusano que sólo convencen a los
guionistas de ciencia ficción; la teoría de cuerdas, un constructo matemático que
no funciona a menos que el universo tenga diez dimensiones. O el destino del
universo: ¿Seguirá expandiéndose como un globo hasta el infinito y más allá como
supone la teoría de la inflación cósmica o habrá una gran implosión o Big
Crunch que lo comprimirá hasta el estado previo a la gran explosión y
vuelta a empezar en un universo cerrado y pulsante?
Del otro lado, el espeluznante mundo de la mecánica cuántica
(Einstein dixit) y sus teorías sobre el microcosmos o los sistemas
atómicos y subatómicos. Richard Feyman, el genial físico, premio Nobel en 1965,
afirmó que Si usted piensa que entiende la mecánica cuántica es que no la ha
entendido… sentencia que se aplicaba a sí mismo. Por no hablar de la
ecuación formulada por el físico británico Paul Dirac, Premio Nobel en
1933 compartido con Erwin Schrödinger, quien predijo la existencia de
la antimateria, sin que nadie se explique por qué sólo se observa en
condiciones experimentales o de laboratorio, pero no se detecta en ninguna formación
del universo. La NASA envió al espacio en 2011 la sonda Alpha Magnetic
Spectrometer para buscar indicios o restos de antimateria, pero sin
resultados concluyentes hasta la fecha. Algunos cosmólogos duermen tranquilos
tras anunciar su desaparición hace millones de años.
¿Es posible hablar de Dios desde la ciencia? La variante de la
última síntesis kantiana. Es conocida la frase lapidaria de Einstein para
refutar la mecánica cuántica y sus principios indeterministas: Dios no juega
a los dados con el universo. Se trata de una metáfora. No
así la respuesta de Pierre S. Laplace (1749-1827) a Napoleón cuando el
emperador, tras conocer la fama del Traité de Mécanique céleste, lo
recibió en su biblioteca con la siguiente observación: Monsieur Laplace me
dicen que habéis escrito este gran libro sobre el sistema del universo y nunca
habéis mencionado a su creador. Laplace inflexible con sus principios se
levantó y replicó bruscamente: No tenía necesidad de tal hipótesis.
La mayoría de los científicos consideran que la existencia de Dios es un tema que está fuera de la ciencia. En sentido kantiano: Dios no es un problema de la razón teórica, sino de la razón práctica. Aunque algunos no están de acuerdo y defienden la hipótesis de Dios en el sistema del universo. La cuestión es si se trata de ciencia o de teología camuflada mediante un selecto repertorio de términos científicos; el mismo recurso que utilizan los programas de misterio, enigmas sobrenaturales y platillos volantes. Hay publicaciones recientes: Dios y la ciencia, hacia el metarrealismo de Jean Guitton y otros; Dios, la ciencia, las pruebas, el albor de una revolución de Oliver Bonnassies y Michel-Yves Bolloré. Todo muy francés y católico (ver las biografías). No se trata, en ambos casos, de defender un panteísmo que identifica el universo y Dios en una unidad en el fondo materialista. Según parece, postulan la existencia de un Dios creador y ordenador del universo. Me recuerda al primer motor inmóvil de Aristóteles o a la primera causa incausada de Tomás de Aquino. Pero como no he leído ninguno de los dos libros no puedo opinar sobre estas nuevas teorías del Punto Omega y otras entelequias.
miércoles, 13 de noviembre de 2024
Historia de las ideas políticas
Cuando se
filtraron los últimos borradores de los curricula de la LOMLOE
aconsejé a algunos veteranos asesores del Ministerio de Educación, a los que
todavía trataba, que sopesaran la posibilidad de ofrecer en Segundo de
Bachillerato con el mismo rango académico una Historia de las ideas
políticas como opcional a la asignatura de Historia de la filosofía,
obligatoria en todas las modalidades. Ambas serían impartidas por el
departamento de filosofía. Obviamente, la propuesta de mantel blanco y huevos
rotos no prosperó; seguramente ni siquiera llegó a la burocracia del castillo.
Cuando la hice (y la mantengo) no pretendía presumir de aurúspice ni de
consejero áulico retirado, sino mostrar el alarmante desinterés de los jóvenes
preuniversitarios por las teorías de los maestros pensadores, por más que los
aguerridos docentes traten de enseñarles su vigencia. Algo, en el fondo,
anacrónico, aunque aprovechable con matices. Lo cierto es que estamos rodeados
de filosofía por todas partes, pero nadie se da por aludido. Tenía razón
Antonio Gramsci cuando afirmaba que todos los hombres son filósofos, en
tanto que la filosofía es una concepción del mundo ineludible, que está
contenida en el lenguaje, las ideas, el sentido común o las creencias
religiosas.
Es evidente que sobrevolaba en las aulas un creciente desapego por la asignatura de Historia de la filosofía; que la mayoría de los alumnos elegían Historia de España en las pruebas de acceso a la universidad; que se estaba produciendo entre los jóvenes una alarmante deriva hacia el nihilismo en todos los ámbitos de la razón práctica, incluso una manifiesta aversión hacia la política y los políticos. Tampoco en las altas esferas ministeriales había una especial estima por la materia en cuestión. Es algo parecido a lo que ocurrió con las lenguas clásicas. La diferencia es que los filósofos constituyen un eficaz grupo de presión temido por el gobierno de turno porque saben transmutar las legítimas causas gremiales en argumentos humanísticos que comportan incómodas críticas y arrastran votos.
En todo caso, lo más preocupante era y es la distancia cada vez mayor entre la política real y la filosofía social y política. Y la razón por la que una asignatura sobre las ideologías modernas y contemporáneas podría resultar atractiva a los alumnos tanto por su actualidad, su interés circunstancial y generacional, como por la posibilidad de acortar la escisión entre ambos mundos mediante la comprensión de los principios teóricos que los unen. Un ejemplo a favor de esta propuesta sería la exposición resumida de las tres concepciones de la democracia liberal. Algo que nos concierne más que el hilemorfismo aristotélico, el yo pienso cartesiano o las categorías de Kant.
El original
y genuino pensamiento liberal es el liberalismo progresista de Bentham y, sobre todo, de Stuart
Mill (del cual he
escrito una breve monografía con fines didácticos). Además de preservar las libertades civiles de pensamiento, conciencia y
expresión, defiende la autonomía creadora del individuo y la supeditación del
legítimo interés individual a la utilidad general; la mejor decisión
política es la que produce la mayor felicidad para el mayor número.
Mill calificó su pensamiento de liberalismo social (algo muy
próximo a la socialdemocracia), sostuvo que el Estado debe intervenir cuando es
preciso proteger a la sociedad de la desigualdad y los abusos de la iniciativa
privada; incluso fue partidario de una economía mixta, privada y pública por este
orden.
El liberalismo conservador o liberalismo económico de Adam Smith, Ricardo y
Malthus se fundamenta en una economía de mercado donde el Estado es un mero
árbitro de las leyes naturales de la libre competencia que
por sí mismas producen la mayor felicidad para el mayor número. La
nueva figura antropológica, el homo economicus, busca por una
inclinación universal, inherente a la condición humana, el interés individual o
egoísta e identifica la felicidad con el bienestar material, es decir con la
posesión y disfrute de bienes que dependen, en última instancia, de la cantidad
de riqueza acumulada o capital. La felicidad puede, por tanto, ser
cuantificada.
Los antecedentes del neoliberalismo hay que buscarlos en el darwinismo social de Herbert Spencer, las políticas económicas de Keynes y, posteriormente, de Milton Friedman y la Escuela de Chicago. En la actualidad es el resultado de la globalización, el flujo de capitales, la deslocalización de las grandes corporaciones, el impacto imprevisible de las nuevas tecnologías y el progreso indefinido de la tecnociencia. Para el neoliberalismo radical -un fantasma que recorre el mundo- la política debe ser sustituida por la economía; dicho de otro modo, o los políticos son meros gestores del capital industrial y financiero o no son nada, de ahí el debilitamiento del liberalismo social en las democracias representativas y el papel secundario o el descrédito de los políticos profesionales, víctimas en demasiadas ocasiones de su identificación con los poderes fácticos que representan. El fin último y el único criterio ético-político del neoliberalismo es alcanzar el éxito económico. Para el neoliberalismo radical el fin justifica los medios (frase que Maquiavelo nunca pronunció); la diferencia es que mientras el Príncipe buscaba el bien común y la cohesión social, los medios legítimos que utiliza el neoliberalismo pueden ser irracionales y falaces. En el neoliberalismo conviven tres formas paralelas de organización social que siempre llegan a encontrarse: la real, la virtual y la posfactual. La posfactual maneja un eficaz repertorio de estrategias: la cancelación, la posverdad, los bulos, las falsas noticias, el populismo y el relato. Toda una constelación de influencers se dedican a promover el delirio colectivo. Ahora los hechos no se constatan ni se interpretan, se fabrican. Se trata de promover un nuevo orden antipolítico cuyo nombre, una vez que se quitan los andamios, los europeos conocemos de sobra.
martes, 29 de octubre de 2024
Pantallas digitales
Comienza el martes de
un ejecutivo medio, soltero empedernido, de una gran empresa. Tiene cuarenta años y vive solo. La radio reloj
despertador digital se activa a las ocho de la mañana con un aria de los tres
tenores, por ejemplo, Nessun dorma. En la mini pantalla se puede
ver la fecha y hora, la temperatura, la humedad relativa del aire y la presión
atmosférica; hay más iconos, pero los ignora porque sólo hojea el manual de
instrucciones en el retrete. Cuando acaba el aria el dispositivo se conecta
con la cadena radiofónica seleccionada o el resumen de noticias de la tecnológica preferida. Después un poco de ejercicio tonificante en una
bicicleta estática con un monitor que muestra en una cuadrícula doce parámetros
biométricos. Por supuesto, los memoriza desde el día que la probó en la
tienda. Finalmente, cepillo dental eléctrico con indicador de tiempo y modo,
afeitado y ducha (¡al fin solo!).
Enciende el móvil de
empresa para descargar los primeros mensajes y wasaps del día; la mayoría son
imperativos amables de arriba para que unos flecos estén resueltos anteayer. Ha sustituido el móvil personal por un reloj inteligente que, además de todas las funciones, te notifica en su esfera multicolor la
frecuencia cardiaca, la capacidad aeróbica, el oxígeno en sangre, las calorías
gastadas y las horas de sueño. Además, mide la distancia de la bola a la
bandera en el campo de golf. Desde anoche hay muy poco en la bandeja de entrada,
un Tik Tok ultra, dos intentos de estafa y los buenos días del pelmazo
de siempre.
Los martes y jueves, teletrabajo. Abre el portátil de empresa vinculado al
departamento al que está adscrito, producción y contabilidad. Según las conclusiones
sociológicas, el teletrabajo obliga, si se quiere rematar la faena, a echar más
ladrillos a la carretilla por el mismo precio. Normal: una oficina de
interacción virtual es más lenta que una presencial. En una plataforma de
empresa siempre hay alguien que te pone en cola melódica, otro se escaquea y
sugiere que todavía no han llegado los informes, otro no abre el correo, otro
se ha ido a desayunar, otro está de baja, el jefe en un congreso… En términos
de la teoría de la comunicación hay demasiado ruido entre emisor y receptor.
A las diez de la mañana
suena el telefonillo del portal; desde el videoportero contesta al casco de un
repartidor que se ha equivocado de piso. Cuando regresa a la plataforma tiene
un e-mail: el director ejecutivo avisa que esta tarde a las cuatro hay
una reunión con el departamento de ventas para una puesta en común. El ponente,
experto en mercadotecnia, utiliza una pizarra digital interactiva Smart para
analizar las diferencias estratégicas con la competencia a
partir de las tendencias y demandas de los distintos segmentos del consumo. Sigue
una tormenta de ideas, opiniones sutiles, propuestas innovadoras que acabarán en
la papelera de reciclaje. Unas breves palabras por videoconferencia del consejero
delegado desde el piso catorce (donde se toman las decisiones) ponen fin al
evento. En ningún país avanzado de Europa los empleados vuelven a su casa a las
ocho o más de la tarde. A las cinco dejan caer el lápiz y estampida.
Cuando sube al coche para volver a casa, la interfaz del panel de control le indica mediante imágenes y sonidos la línea de salida de la plaza de garaje. Algunos coches de gama alta incorporan en la parte trasera una pantalla de entretenimiento multimedia para reproducir audio y video. Al abrir la puerta de su casa desactiva la alarma que dispone de una cobertura angular de videocámaras conectadas a la central de seguridad. Se prepara una cena sencilla. Deja para los domingos, cuando invita a los amigos, el robot de cocina con visor web incorporado que abre la página de recetas donde puede elegir el plato principal y seguir las instrucciones de pesos y medidas con precisión matemática. Después se relaja en el sofá del salón y hojea rápidamente en su tablet los titulares de la prensa. Dedica más tiempo a la cobertura de las fuentes seleccionadas por las tecnológicas. Le interesan sobre todo las noticias insólitas, los buques de guerra, los escándalos de la gente guapa, la informática de divulgación, las monedas virtuales, las majaderías de los políticos y el incurable sectarismo futbolero. Termina con los espectaculares semidesnudos de las influencers y la belleza rotunda de las novias (o esposas) de los deportistas multimillonarios. Es el momento de encender la Smart TV 4K QLED de 65 pulgadas para seguir un nuevo episodio de su serie favorita en una plataforma de streaming. Su ultra definición permite ver la realidad mejor que la realidad (cuando entran en un museo lo destrozan). Después, llega el momento de irse a la cama. Retoma su e-book Kindle por la página donde se había quedado, un estudio sobre la Inglaterra Victoriana que le produce un sopor invencible antes de un cuarto de hora. ¡Qué soledad sin colores! Apaga la luz y se duerme con la radio puesta hasta las tres de la madrugada. La apaga, se da media vuelta y mañana será otro día. ¿Son los sueños también una pantalla?
P.D.1 Recuerdo las excelentes gachas con torreznos de la única taberna de un pueblo de la Serranía de Cuenca (venden con santo y seña un feroz aguardiente de fabricación casera). Pero, sobre todo, recuerdo un admirable letrero bien visible al entrar: No tenemos Wifi. Hablen entre ustedes.
P.D.2 (En mis frecuentes horas de insomnio pienso que la pantalla digital en todas sus variantes es el primer soporte de la triada del espíritu absoluto sin Hegel: la inteligencia artificial, los visitantes de las estrellas y el reencuentro con Dios).
domingo, 20 de octubre de 2024
Sobre la posverdad
El descrédito actual de la
política proviene de la conspiración constante contra la verdad, la certeza, la
opinión y la duda, sustituidas por la falsedad, el error, la ignorancia y la
mentira. En esto consiste la posverdad. Es como si en un caso de
Sherlock Holmes lo que realmente importara fueran los rumores tabernarios por
la ausencia de pistas, las conjeturas apresuradas de la prensa, el cierre en
falso del obtuso Lestrade que no se entera de nada o las raquíticas teorías de
Watson que apenas rascan la superficie de los hechos.
La posverdad surge por la
desinformación intencional y la desmemoria crónica de los presuntos implicados;
o al revés, por la negación de la evidencia en casos de corrupción
que se ocultan tras las interminables garantías procesales de un poder judicial
polarizado. También la favorecen los pesebres ideológicos de los tertulianos,
las fabulaciones de los ignorantes mediáticos (el famoso “relato”) que se abren
paso a codazos para medrar, las cortinas de humo de las noticias calientes que se
venden (en el doble sentido de la expresión) y las declaraciones de
encefalograma plano de los políticos profesionales. Lo que aparenta ser la
verdad es más decisivo que la verdad. Un retorno a la caverna
de Platón: lo que cuenta son las sombras vacilantes que se proyectan sobre la
pared y los ecos confusos de las voces que resuenan en la gruta.
Son varios los elementos que intervienen en la proliferación de la posverdad. De entrada, la psicología de masas: en “posmodernidad” o “posindustrial", el prefijo post se refiere a algo que, aunque ha ocurrido, está superado; alude a ciertos hechos brumosos no del todo negados, pero ahora irrelevantes, desbordados por los nuevos escenarios nacionales o internacionales. Es algo que la memoria colectiva debe dar por concluido, condenado al olvido porque ha sido desplazado por nuevas realidades inmediatas y más urgentes: de ahí que se hable de verdad posfactual. La sustancia de la verdad posfactual es precisamente que la verdad no importa. Es agua pasada y el cauce está seco. Ex nihilo nihil. De la nada no proviene nada. Por tanto, se refutan los no hechos y se crean otros nuevos para adecuarlos a los intereses partidistas del momento.
El abuso de la posverdad ha
propiciado la indiferencia colectiva, cuando no el desapego a la política. Las escenas a las que asistimos en los debates
parlamentarios del Congreso con un hemiciclo descontrolado y sin rumbo es un
prueba de la eficacia del modelo. Su objetivo es el desprestigio de
cualquier boceto de democracia normalizada. Estamos ante el caldo de cultivo de
ideologías prefacistas. El primer paso es utilizar de forma torticera las
libertades del Estado de derecho, en especial la libertad de expresión:
demagogia populista, vacíos flagrantes, desmentidos infumables, teorías de la
conspiración, desvergüenzas maquilladas. También el aluvión en las redes
sociales de bulos y farsas, intrigas inventadas y, sobre todo, las campañas de
manipulación emocional perpetradas al milímetro por los laboratorios de
ingeniería de la conducta al servicio de la posverdad.
Llevan razón los que afirman que la política actual tiene cada vez más un carácter orwelliano. Se trata de fabricar una posverdad para cada problema político. Se cambia la noción misma de “hecho”. Los hechos ya no se interpretan, sino que se construyen. Como en la célebre novela de Orwell el pasado puede ser simplemente eliminado de la historia y sustituido por otro. Los protagonistas de lo que no ocurrió por decreto posfactual son “vaporizados”. La pantalla que vigila a todas horas, el ojo del Gran Hermano, es una modesta bisabuela de los modernos métodos telemáticos de control y distribución de la información. Cabe temblar ante las posibilidades distópicas de la inteligencia artificial. Nunca el totalitarismo ha estado tan cerca de las democracias occidentales. Ha caducado el principio fundacional del utilitarismo liberal-progresista (Bentham-Stuart Mill) o liberal-conservador (Adam Smith-Ricardo) que sentó las bases de las democracias representativas: Es bueno lo que sirve para proporcionar la mayor felicidad al mayor número. Se ha impuesto la ley del interés del “pensamiento único” y el darwinismo social. El ascenso profesional, el beneficio económico y la hegemonía política se consideran la ley natural desde la antropogėnesis y algo inherente a la condición humana. Hay un principio de la lógica clásica que afirma que de lo falso se sigue cualquier cosa. La conclusión es que nadie tiene la menor idea de lo que nos espera ni siquiera a corto plazo. ¿Tiene la política nuevas reglas que Maquiavelo no pudo imaginar? Es evidente que sí: la posverdad.
domingo, 13 de octubre de 2024
Teorías pragmáticas de la verdad 2. Bentham
La segunda teoría pragmática que abordamos es el utilitarismo
ético de Jeremías Bentham (1748-1832). En su principal obra, Introducción a los principios de la
moral y la legislación,
afirma que La naturaleza ha puesto a la humanidad bajo el gobierno de
dos regidores soberanos, el dolor y el placer. Sólo a ellos les corresponde señalar
y determinar lo que debemos hacer. Por un lado, la norma de lo correcto e
incorrecto, el estandarte del bien y el mal, por el otro, la cadena de causas y
efectos sujetos a su trono. Ambos nos gobiernan en todo lo que hacemos, en todo
lo que decimos, en todo lo que pensamos.
Es una reflexión crucial porque nos señala, por una parte, lo que debe ser (las normas y los valores éticos) y, por otra, el ser (las causas y las consecuencias empíricas de la conducta). El punto de unión o síntesis entre los valores morales (ética) y los motivos empíricos de la acción (psicología) es el principio de utilidad cuya propuesta es que se debe en cualquier circunstancia maximizar el placer y minimizar el dolor. El utilitarismo identifica lo bueno en sentido ético con lo útil en sentido pragmático: son moralmente buenas las acciones cuyas consecuencias contribuyen a aumentar el placer y disminuir el dolor. La felicidad o infelicidad personal es la diferencia matemática entre ambos. En su obra describe las fuentes del placer y del dolor: físicas, materiales, públicas, morales, intelectuales, espirituales; también sus factores o propiedades: intensidad, duración, certeza, proximidad, pureza… El problema de una ética de las consecuencias es que aquello que en principio nos produce placer puede acabar por producirnos dolor y viceversa, lo que hace difícil predecir el final de la cadena. Bentham, consciente del conflicto, apeló al cálculo preciso de los eslabones intermedios que nos permita anticipar la felicidad a largo plazo.
Obviamente el utilitarismo no puede tener un significado meramente
egoísta pues la búsqueda exclusiva del placer individual supondría un conflicto
entre intereses particulares que haría inviable la felicidad de todos al poner
en peligro la convivencia y la existencia misma de la sociedad civil. La institución que permite hacer compatible la felicidad
individual y la colectiva es el derecho. Bentham transita de la psicología a la
ética y de esta a la política. El utilitarismo consiste, finalmente, en alcanzar
la mayor felicidad posible para el mayor número de personas. Es decir: la
felicidad colectiva depende del buen funcionamiento social. No hay que olvidar
que Bentham era ante todo un destacado jurista formado en el Queen’s College de
la Universidad de Oxford. No obstante, nunca se interesó por el ejercicio
profesional de la abogacía pese a las importantes ofertas públicas y privadas que recibió. Sus
obras son ante todo tratados reformistas de amplio alcance para la filosofía
del derecho. También en su
principal obra proponía que todo acto humano, norma o institución,
deben ser juzgados según la utilidad que tienen, esto es, según el placer o el
sufrimiento que producen en la mayoría de las personas. Bentham, igual que Marx, no era
el prototipo del filósofo clásico; no pretendía construir un sistema teórico, sino
influir directamente en la organización social mediante la formulación de
normas jurídicas aplicables a las leyes de una nación. Su objetivo último, la
parte más especulativa de su obra, era crear un código completo de derecho
utilitario que abarcara todos los ámbitos de la sociedad. Hay que resaltar la
considerable influencia que tuvo en toda una generación de políticos,
economistas e intelectuales de su época. Su propia casa se convirtió en el lugar
de reunión y debate de las teorías utilitaristas.
De las tres grandes tendencias que han abarcado la filosofía del
derecho, naturalismo, positivismo y eticismo, hay que incluir a Bentham en la
última. Criticaba la ley natural como una superstición religiosa (como Marx era
ateo) y al derecho natural como una justificación del absolutismo monárquico; consideraba
absurdo el iusnaturalismo de la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano
aprobada por la Asamblea Constituyente francesa en 1789, según
el cual las normas jurídicas se siguen de un conjunto de principios
morales, universales e inmutables que la razón descubre mediante el análisis de
la condición humana. No son derechos naturales sino históricos (coincide
también con Marx), pero mientras para Marx el derecho es una ideología burguesa
al servicio de la clase dominante, en Bentham es la garantía de un Estado
constitucional y representativo. Asimismo, enfrentado al positivismo
conservador de la legislación inglesa de su época, que rechazó casi todas sus reformas
legales, no admitía que el derecho fuera una mera técnica o práctica
especializada en sí misma ni justa ni injusta cuya finalidad sería regular
eficazmente la vida social sin más consideraciones.
Según Bentham, el derecho debe estar fundado en una aritmética moral que permita calcular racionalmente la cantidad de placer y dolor que nos proporcionan las acciones, proyecto que nunca concretó. El utilitarismo ético está estrechamente unido a la versión más noble de liberalismo político que culminará en la obra de su discípulo Stuart Mill. Bentham fue un firme defensor de los derechos y libertades individuales, en especial de la libertad de expresión, la economía de mercado, la redistribución de la riqueza, la separación de la Iglesia del Estado, la igualdad entre el hombre y la mujer, el derecho al divorcio, la despenalización de la homosexualidad, la abolición de la pena de muerte y cualquier forma de castigo físico; fue, incluso, uno de los primeros defensores de los derechos de los animales. Su ideario, como el de Stuart Mill, es más parecido al de una socialdemocracia avanzada que al de los liberales clásicos que, al final, son muy poco liberales.
lunes, 7 de octubre de 2024
Teorías pragmáticas de la verdad 1. Marx
A lo largo de la historia de la filosofía se han expuesto diversas teorías de la verdad: correspondencia, verificación, desvelamiento, proceso, perspectiva, intuición, comprensión, consenso, realización práctica. Esta última es la denominada teoría pragmática de la verdad; analizaremos tres: el marxismo, el utilitarismo y la posverdad.
Marx sostiene que el hombre es
ante todo un ser práctico y la praxis, es decir, el trabajo o la producción
material, su principal actividad. La actividad productiva es el fundamento
objetivo del conocimiento y la condición misma del hombre; es más, la ciencia o
la filosofía no existen ni puede ser entendidas como algo abstracto sino como saberes
de control y dominio. Los filósofos no han hecho más que interpretar de
diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo. (Karl
Marx, Tesis sobre Feuerbach XI).
Marx atribuyó la primacía errónea
del hombre teórico sobre el práctico en la filosofía clásica a la omisión del
trabajo como principal categoría antropológica y a una visión equivocada de la
historia. No existe, según Marx, una naturaleza humana universal. El hombre es
un ser cuya naturaleza consiste en las relaciones sociales y económicas que
contrae a lo largo de la historia: el esclavo griego, el siervo feudal, el
artesano de los gremios de las primeras urbes, el proletario de las fábricas de
la revolución industrial no tienen nada esencial en común... Asimismo, la
historia no puede ser interpretada como una sucesión de fechas, hechos y protagonistas
(positivismo), ni la acción imaginaria de unos sujetos imaginarios, una
especie de gigantomaquia de los conceptos (idealismo), sino como el desarrollo y
superación necesaria de los modos históricos de producción (idea extrapolada
del finalismo racionalista o teleología de la historia de Hegel).
En las primeras
civilizaciones, Asiria, Mesopotamia, Egipto, Persia, y en la antigüedad grecorromana
el trabajo se tenía por una actividad propia de esclavos; en la sociedad feudal
como una ocupación propia de siervos y en el capitalismo inicial del siglo XIII,
en el ocaso de la Edad Media, como un quehacer característico de los estamentos
inferiores. Por el contrario, la actividad contemplativa o teórica era una
ocupación elevada propia de las clases superiores y de los hombres libres... La dialéctica del amo y el
esclavo como figura de la autoconciencia
en la Fenomenología del espíritu de Hegel fue decisiva en esta revolución
historicista y economicista del pensamiento de Marx. La evolución de los
momentos y figuras del espíritu en el sistema hegeliano se invierte en Marx en la
superación de los modos históricos de producción. La conclusión de la historia
en Hegel, el espíritu absoluto, se convierte en Marx en el paraíso
socialista puesto que la contradicción entre las fuerzas productivas (clase
obrera y ley de la miseria creciente) y el modo de producción capitalista
conducirá inevitablemente al estadio final de la auténtica sociedad humana.
Por tanto, el problema de la
verdad encuentra su solución definitiva en la praxis. No es posible resolverlo mediante
disquisiciones abstractas, sino en la práctica social. El problema de si al
pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva no es un problema
teórico sino práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la
verdad, es decir la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento.
La discusión sobre la realidad o irrealidad del pensamiento aislado de la
práctica es un problema puramente escolástico. (Karl Marx, Tesis sobre
Feuerbach II). En la praxis, en la producción de bienes mediante la
transformación de la naturaleza y de las condiciones materiales de la
existencia, quedan resueltos los desafíos teóricos de la ciencia y la filosofía
además de superados los enredos contemplativos de la metafísica. Todos los
misterios que descarrían la teoría hacia el misticismo, encuentran su solución
racional en la práctica humana y en la comprensión de esta práctica. (Karl
Marx, Tesis sobre Feuerbach VIII).
También la realización ética del
hombre depende de la praxis. Mediante la praxis se establecen las condiciones
del trabajo, de la producción material de la vida colectiva de la que depende la
felicidad o el infortunio del individuo. Momento en el que Marx pasa del
concepto de praxis al de alienación, puesto que las relaciones sociales y económicas
que los hombres contraen en un determinado estadio de la historia pueden
resultar reificadas o desrealizadoras. El concepto de alienación
(y el de conciencia infeliz) también proceden de Hegel. Alienación significa
escisión, extrañamiento en lo otro, exteriorización del sujeto o enajenación
como perdida de la propia vida. En todas las formas de alienación (económica,
política, religiosa, ideológica, social), el hombre como existencia
(autoconciencia en Hegel) deja de ser sujeto de sus propios actos, que ya no le
pertenecen ni le hacen feliz, para ser controlado por fuerzas externas ante las
que se siente extraño a sí mismo. La principal forma de alienación, además del
origen de las demás, es la económica: en ella el sujeto se contrapone a las
leyes generales de la economía capitalista, las cuales actúan frente a él como
fuerzas superiores e incontrolables, con unas leyes propias que desposeen a la
praxis de su dimensión ética, creadora, consciente y realizadora de la vida
humana.
En el posfacio a la segunda edición alemana de El capital Marx define su método como dialéctico. Al hacerlo, reconoce explícitamente a Hegel como el primero que supo exponer de un modo amplio y consciente sus formas generales de movimiento. Pero, a la vez, deja claro que mi método dialéctico no sólo es completamente distinto del método de Hegel, sino que es, en todo y por todo su antítesis […] Lo que ocurre es que la dialéctica aparece en él invertida, puesta de cabeza. No hay más que darle la vuelta, mejor dicho, ponerla de pie, y en seguida se descubre bajo la corteza mística el fundamento racional.
miércoles, 2 de octubre de 2024
La Junta de Evaluación
Una de las experiencias más tensas como profesor de Bachillerato
la sufrí en la evaluación final de un Curso de Orientación Universitaria de la
entonces modalidad de Ciencias Sociales. Ocurrió dos años antes de jubilarme y
me confirmó la presión agobiante que la comunidad educativa (delegados, tutores,
junta directiva, asociación de padres e incluso la inspección) ejercía sobre el
profesorado para que los alumnos aprobasen todas las asignaturas y pudieran presentarse a las Pruebas de Acceso a la Universidad (cuyos dadivosos
criterios de calificación merecen un capítulo aparte). Las sinrazones de esta
deriva creciente son, entre otras, el pánico a las estadísticas del fracaso
escolar entre aquellos que dirigen el gobierno plurinacional con vistas al
bien común (plagiando a Tomás de Aquino); la obligación de escolarizar por
ley a todos los adolescentes y, a la vez, evitar el nudo gordiano de una multitud
varada que repetiría curso si se aplicaran unos procedimientos de
selección más rigurosos; o la inflación de títulos universitarios de
nueva creación bajo demanda que, por muy devaluados que estén, siempre
ayudan a encontrar un puesto de trabajo en la jungla del mercado laboral.
Sobre las cuatro de la tarde se reunió la Junta de Evaluación en
un aula de la tercera planta, la más tranquila, con la asistencia obligatoria del Jefe de Estudios en una tarde sofocante de finales de Mayo.
Estalló la tormenta cuando se produjo un efecto dominó de aprobados raspados a
una alumna… excepto en mi asignatura.
Su recorrido académico en Historia de la Filosofía era el
siguiente: sólo se presentaba a las pruebas de recuperación que eran asequibles
y previsibles, y, sin duda, menos complejas que los exámenes oficiales de
Selectividad propuestos en cursos anteriores. No pasaba del dos benevolente:
escribía poco y lo poco que escribía eran vaguedades y errores. Además, había
un examen final de mínimos por evaluaciones suspensas (en su caso todas) o
dicho de otros modo, se respetaban las aprobadas por curso. Comenzó tal prueba de
dos horas a las doce de la mañana de un lunes según el calendario fijado por el
centro. Cuarenta minutos después la citada alumna no había comparecido. Se
presentó con una hora de retraso, se disculpó con no recuerdo la excusa y me
pidió el examen. Varios alumnos ya se habían ido y llevado con mi
permiso las hojas impresas con los textos y preguntas de las tres evaluaciones para
comprobar, comparar y preparar, dijeron. Obviamente, una cosa es la
desconfianza, otra el sentido común y una más jugártela por una bagatela. Le
dije a la alumna que le quedaba una hora y le di un examen distinto, pero de la
misma dificultad (siempre llevo suplentes por si acaso). En menos de media hora
se levantó, me entregó el examen y se despidió. Allí mismo lo corregí y era más
de lo mismo: vaguedades y errores. No se molestó en pedir la revisión a la que
tenía derecho en día y hora.
Volvamos a la Junta de Evaluación: al arreciar las presiones para
que la aprobara porque era la única asignatura que le quedaba les referí con
detalle lo antedicho. Añadí que si lo hacía tendría que aprobar por evidente justicia
equitativa a todos los alumnos suspensos de los dos cursos del COU donde
daba clase. Contratacaron en mayoría: déjalo entonces en manos de la Junta
de Evaluación y así te quitas un peso de encima (justo lo contrario de
lo que pensaba). La Junta, dije, no tiene competencias legales para aprobar o
suspender a un alumno, esa facultad corresponde exclusivamente al profesor de
la asignatura. Intervino el Jefe de Estudios: el acta tiene que estar firmada
mañana. No por mí, dije; mañana temprano podemos consultar a la Inspección de zona
sobre las posibles soluciones al callejón sin salida en que estamos metidos; y
así zanjé el asunto. Exigí, además, al tutor que reflejara literalmente en el acta
la sesión, haciendo hincapié en mi posición al respecto. Dicho, hecho y
rubricado por todos.
Tuve noticias (esperadas) a los dos días tras hacerse públicas las notas definitivas de los grupos del COU: la primera, que el acta había sido firmada y validada legalmente por un tercero lo cual se me comunicó por escrito. La segunda, que los padres de los alumnos suspensos, tras reclamar por escrito al tutor como exige el protocolo, acudían en tropel al Departamento de Filosofía a la hora de las reclamaciones para increparme por haber aprobado a la susodicha y dejado a sus hijos con parecidos deméritos en la estacada. Les leí pausadamente el acta de la sesión, así como la notificación posterior, recomendándoles que se dirigieran a la Junta Directiva para informarse más a fondo. Nunca supe quién fue el tercero abajo firmante. Ningún alumno insistió en la evidente asimetría. Nadie volvió a pedirme explicaciones. Y mucho menos mi conciencia.
lunes, 23 de septiembre de 2024
La clase de religión
La reivindicación explícita o implícita, eclesial o ilustrada,
fideísta o humanista de la enseñanza de la asignatura de Historia Sagrada (en
sentido estricto no es historia) en las aulas públicas suscita de inmediato tres
cuestiones: quién: es decir, qué docentes la van a impartir; cómo:
o sea, qué método se va a utilizar; y para qué: a saber, cuáles son los
fines u objetivos que se pretenden alcanzar. En este caso prefiero soslayar las
explicaciones sistemáticas, “hegelianas”, y responder a este triple asunto desde
mi experiencia personal con la asignatura de religión.
Estudié hasta el segundo curso de bachillerato en un Colegio
Salesiano. De los once a los trece años. No dudo que ahora sea distinto, no lo
sé, pero en aquel tiempo todas las asignaturas eran, en el fondo,
Historia Sagrada. La Historia de las civilizaciones (también por supuesto la de
España) era una versión simplificada de la agustiniana Ciudad de Dios; la Física tenía como premisa la ley natural tomista y las cinco vías, la
literatura se convertía en una caza de brujas mal explicada y así
sucesivamente… Además, zurraban. La clase de religión era una preparación para
los ejercicios espirituales trimestrales donde nos aterrorizaban con las llamas
del infierno y la muerte en pecado mortal esa misma noche. Nos confesábamos
tres veces al día. Al final me despidieron junto con otros díscolos por
incompatible con el ideario del centro. Cuando me prepararon la encerrona en el
despacho del director apuntalado por el jefe de estudios, mi padre, harto de la
tragicomedia, tardó menos de diez minutos en mandarlos al cuerno con cajas destempladas.
Después me echó la bronca del año con retiro de la paga y trabajos forzados por no
saber comportarme en un colegio de curas. Lo único cierto, en eso coincidíamos,
es que no enseñaban nada.
Proseguí en un instituto de enseñanza media (ahora
secundaria). Tuve dos profesores de religión. El primero, Don Ramiro, párroco
que tuvo que salir por pies tras embarazar a una de sus fieles, me pareció el
más sensato. Llegaba con su reluciente sotana a clase. Tomaba asiento con
parsimonia y pasaba lista (diez minutos), nos indicaba la página del libro de
Historia Sagrada donde nos habíamos quedado y nos obligaba a repasar el tema durante
media hora mientras leía su misal y se hurgaba en la nariz a fondo. A los que
dábamos la murga nos llamaba a su lado y sin levantar la vista del Libro de los
Salmos nos aplicaba unos pellizcos feroces en brazos y piernas. Después nos
sacaba a la palestra y nos hacía repetir lo que habíamos repasado, en realidad,
leído por primera vez, con mayor o menor aplicación. No comentaba nada durante
la “exposición” (sospecho que no escuchaba por su gesto impasible ante ciertos
disparates) y al final nos ponía a ojo de buen cubero, según le caías ese día, de
notable para arriba. El segundo profesor de religión fue Don Anselmo, un
coadjutor de otra parroquia que se lo tomaba más en serio. Recuerdo sus clases
como una fiel representación de las procesiones de Semana Santa. Se centraba
exclusivamente en el Nuevo Testamento, nada de judeocristianismo, ni siquiera
de cristianismo, pues son muchas las iglesias, confesiones y sectas desde
los Padres de la Iglesia; sólo la doctrina oficial católico-romana en versión
del régimen. En clase, a imitación del método medieval, nos largaba una lectio
doctrinal que hacía bostezar a los abrigos colgados en las perchas; seguía una quaestio
en la que nos exigía nuestra opinión sobre lo que había dicho; había que
mojarse sí o sí. Por supuesto, teníamos buen
cuidado de responder lo que sabíamos de sobra que quería escuchar. Cuando le
preguntábamos dócilmente sobre el misterio de la Trinidad y otros curiosos enigmas
del dogma, por ejemplo, las parejas del arca de Noé, se avinagraba y decía que
no lo entenderíamos, aunque nos lo explicara (pienso que él tampoco lo
entendía). Por supuesto, cualquier alusión a la virginidad de María era
considerada anatema bajo pena de excomunión, expulsión y cero. Un imprudente colega le soltó que según su
padre el hombre provenía del mono. No me extraña que lo diga, sentenció
Don Anselmo. Los exámenes eran una suerte de interrogatorio inquisitorial donde
había que andar con pies de plomo si no querías que te situara a la izquierda
del Padre celestial y del tuyo. La mejor forma de que te dejara en paz, de ser
oveja y no cabrito, era hacerte monaguillo y ayudar a decir misa al párroco de la
Iglesia a la que pertenecía el coadjutor. Lo cierto era que aquel tejemaneje
litúrgico nos parecía divertido. Al final nos aprobaba a todos por imperativo social.
Para aprobar la asignatura de religión en la Universidad, una de
las llamadas marías, pasé por el trance farisaico de entregar un trabajo
de diez folios (copiado de una enciclopedia) sobre las Cartas de San Pablo
y una entrevista con el cura donde se clareaba que no las había leído, aunque al
buen señor le daba lo mismo. Le pagaban para poner el visto bueno en el certificado, no para crear problemas donde no los había.
Por último, en el Instituto de Enseñanza Secundaria donde trabajé antes de jubilarme compartí cordialmente Departamento por falta de espacio con dos profesores de religión (uno era del atleti, otra religión). Vestían pantalones de pana y jersey azul marino y respondían con naturalidad a mi curiosidad sobre sus clases. Muchas diapositivas, visitas al Prado, errores en los péplums de romanos, fragmentos bíblicos comentados sin afán de adoctrinar, preguntas abiertas a la interpretación personal: en fin, una excelente puesta en escena de la asignatura de religión católica elegida por aquellos alumnos que, o bien pretendían eludir las mínimas exigencias de la materia alternativa, ética, o bien procedían de familias con firmes convicciones religiosas. Nada que objetar excepto que en los centros públicos no se deberían impartir clases de religión con el dinero de todos. Para eso está la catequesis (algo que, por lo demás, nunca les dije).