Telépolis

domingo, 4 de mayo de 2025

La Semana Santa. Lo sagrado y lo profano.

 

Los precursores de las procesiones de la Semana Santa en España son los Autos de la Pasión medievales, obras litúrgicas de teatro que se representaban en las iglesias y los pórticos con intención didáctica y ejemplarizante. En la Baja Edad Media cobraron auge las procesiones penitenciales de nazarenos (seguidores de Jesús de Nazaret) que desfilaban por las calles para mostrar arrepentimiento público aunque anónimo. La vestimenta consistía en una túnica de color morado, el color de la Pasión, un cíngulo o cinturón que se usaba para sujetar la túnica y un capirote o capuz puntiagudo como el que llevaban los condenados por el Tribunal de la Inquisición hasta donde se consumaba el auto de fe. Un símbolo de escarnio y arrepentimiento. Muchas tradiciones penitenciales siguen vigentes: los portadores de la cruz a cuestas, los nazarenos descalzos con el cilicio bajo la túnica, Los Picaos de San Vicente de la Sonsierra, disciplinantes de la Cofradía de la Santa Vera Cruz que se flagelan la espalda, incluso La Rompida de la Hora en Calanda donde después de 26 horas de tamborrada se suceden los desmayos, el histerismo místico y las manos ensangrentadas.

Las primeras cofradías de Semana Santa surgieron en España a partir del siglo XV. Se organizaban como gremios de creyentes que se asociaban para exaltar la fe y celebrar la Pasión de Cristo mediante desfiles procesionales. El culto a las imágenes se fortaleció tras El Concilio de Trento entre 1545 y 1563 y La  Contrarreforma. La Iglesia Católica, preocupada por la expansión del luteranismo, pidió a los creyentes manifestar públicamente su fe en las calles. Es una verdad a medias considerar a la Semana Santa una expresión de la religiosidad cristiana. Sería más riguroso decir “religiosidad católica”. Para el cristianismo reformado, protestante, la justificación mediante la fe y la lectura literal de la Biblia excluye el culto a los santos y todo tipo de signos externos: imágenes, lujo y ostentación en los templos, desfiles procesionales, peregrinaciones, liturgia. Quizás el desbordamiento de la fe en determinadas fechas, no sólo en Semana Santa, se deba a que la mayoría de los católicos son creyentes a tiempo parcial, mientras que los protestantes lo son todo el tiempo. En realidad, los textos revelados de las grandes religiones monoteístas (el Judaísmo, el Cristianismo, el Islam) prohíben la sacralización, adoración e incluso la representación figurativa de las imágenes.

Las procesiones de Semana Santa en las ciudades, pueblos y aldeas españolas conforman una variada y variopinta cultura religiosa. La Iglesia católica permite el culto a las imágenes para honrar el mensaje evangélico, pero prohíbe la idolatría. Sin embargo, la línea entre ambos conceptos es en ocasiones muy tenue. Por ejemplo, los paisanos que alardean de no asistir a la misa dominical pero son capaces de partirse la cara con sus vecinos del pueblo colindante por la excelencia comparada de sus Vírgenes patronas. O la madrugá de Sevilla; o la procesión malagueña del Cristo de la Buena Muerte escoltado por La Legión; o El Encuentro en la Calle de la Amargura de Valladolid; o la solemne procesión de la Virgen de las Angustias en Cuenca. Hace tiempo publiqué una entrada en tono menor, irónica pero sin pasarme, pensé, sobre mi visión de la Semana Santa conquense que me valió una andanada de insultos y las críticas beligerantes de algunos cofrades ofendidos. Yo mismo fui hermano de la cofradía conquense del Santo Entierro. Túnica negra, capa y guantes blancos, capirote blanco con la cruz de Santiago en el pecho, cíngulo blanco con borlas. Tres pasos. Abría la procesión el yacente, seguido de la Cruz Desnuda y Nuestra Señora de la Soledad y la Cruz. Cuando desfilaba en mi época universitaria en las filas del yacente y cuando lo contemplo ahora en la bajada de la Plaza Mayor acompañado del canto del miserere siento el mismo estremecimiento y se me escapan las mismas lágrimas.  

Lo cierto es que la Semana Santa presenta aspectos no religiosos, el turismo vacacional, las especialidades gastronómicas (las torrijas, los huevos de Pascua, los pestiños, el resoli, el potaje de vigilia) y ciertas costumbres en declive: en los años sesenta se cerraban los cines, los bares y las salas de baile, sólo se escuchaba música religiosa en la radio, se recomendaba ayuno y abstinencia, no tener relaciones sexuales, usar ropa oscura o de luto (nunca roja), no jugar a los naipes, no decir groserías ni palabrotas, no clavar clavos el Viernes Santo y acudir a los oficios (en las ciudades de provincias se conoce todo el mundo). 

En fin, debemos a la teología protestante la música de Bach, las Pasiones, las Cantatas, la Misa en sí menor, los Himnos y Corales.  A la católica el resto del gran arte sacro. Las tallas de muchos pasos de Semana Santa tienen un gran valor histórico y artístico. Destacan, sobre todo, la escuela castellana y la escuela andaluza. La primera tiene su centro en Valladolid y sus máximos representantes son Gregorio Fernández y su sucesor Andrés Solanes, Francisco del Rincón, Juan de Ávila y su hijo Pedro. La segunda repartida entre las ciudades de Sevilla, Granada y Málaga, incluye artistas como Martínez Montañés, Alonso Cano, Pedro de Mena, Pedro Roldán y su hija Luisa o Juan de Mesa.

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