Telépolis
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jueves, 7 de octubre de 2010
El sentido del deber
Robert Walser, Los hermanos Tanner
El doctor Klaus, conocía miles de deberes grandes y pequeños, y a veces hasta daba la impresión de echar en falta algunos más. Era una de esas personas que impelidas por el imperativo de cumplir con su deber, se precipitan en un edificio ruinoso y construido enteramente con deberes ímprobos, por miedo a que alguna obligación recóndita y poco evidente pudiera, llegado el caso, írsele de las manos. Se imponen muchas horas de inquietud por aquellos deberes no cumplidos, sin pensar que un deber deposita siempre otro nuevo sobre los hombros de quien ha asumido el primero, y creen haber cumplido con algo parecido a una obligación sintiéndose inquietos y angustiados por su aun oscura existencia. Se enredan con facilidad en muchas cosas que, si las considerases con más calma, no tendrían por qué importarles, y quisieran ver a los demás tan cargados de preocupaciones como ellos mismos. Suelen mirar con envidia a los desprejuiciados y exentos de obligaciones y echarles luego en cara su irreflexión y falta de escrúpulos al ir tan campantes por la vida, con la cabeza tan fácilmente erguida. El doctor Klaus se imponía a veces algún descuido mínimo, modesto, aunque luego volvía siempre al gris y sombrío mundo de sus deberes. Quizás alguna vez, cuando todavía era joven, tuvo deseos de cortar por lo sano, pero le faltaron fuerzas para dejar tras de sí, sin darle cumplimiento, algo que parecía un deber admonitorio, soslayándolo con una sonrisa de desdén. ¿Desdén? ¡Qué va: el nunca desdeñaba nada! Pensaba que, de haber querido intentarlo alguna vez, habría salido muy mal parado y siempre hubiera recordado con pesar el objeto de su desdén. Jamás despreciaba nada, y perdía su joven vida disponiendo y analizando cosas en absoluto dignas de análisis, examen, cariño o consideración alguna. Así se fue haciendo mayor, y como no era hombre carente de sensibilidad ni fantasía, muchas veces se reprochaba con acritud no haber atendido la obligación de ser él mismo un poquito feliz. Era ésta una omisión más que venía a mostrar muy a las claras que justamente las personas con mayor sentido del deber jamás logran cumplir con todas sus obligaciones; que hasta puede resultarles más fácil desatender sus deberes principales para recordarlos sólo al cabo de un tiempo, cuando quizás ya es demasiado tarde. Más de una vez el doctor Klaus había pensado en sí mismo con cierta tristeza al evocar una dicha entrañable que se le había escapado, la dicha de verse unido a una muchacha joven y amorosa que, por supuesto, hubiera debido proceder de una familia irreprochable.
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