Para Nietzsche, el
cristianismo primitivo, la religión de las clases más bajas y de los esclavos
durante el Imperio Romano, consiguió imponer en occidente una concepción moral
basada en tres principios:
El resentimiento, entendido como
hostilidad inmediata contra toda manifestación individual o social de lo noble
y elevado.
La igualdad, entendida como moral de la mayoría, democrática, propia de los valores comunes que igualan a los hombres, como tendencia permanente a la nivelación y negación del individuo superior.
La mediocridad, entendida como
vulgaridad, como moral del vulgo, de “la chusma” y sus costumbres
decadentes. Moral del rebaño.
El contenido de estos
valores se origina en la interpretación funesta, según Nietzsche, que San Pablo
(el verdadero fundador del cristianismo) hizo de la antropología neoplatónica.
El cristianismo paulino es platonismo para el pueblo. Es el
resultado de una moral concebida como “antinaturaleza”, una moral que se
enfrenta a la vida y legisla contra los sentidos, los instintos, la
corporalidad. Según Nietzsche, la vida acaba donde comienza el reino de
Dios.
El cristianismo inventó,
afirma Nietzsche, un más allá trascendente para depreciar el valor supremo
de la fidelidad al sentido de la tierra. Imaginó un tiempo
escatológico para eliminar la idea griega del eterno retorno. Creó
los valores degradados del amor al prójimo, la compasión, la humildad, la
abnegación, la obediencia y el sacrificio para debilitar la voluntad de
poder. Dionisos contra el crucificado es el lema de
Nietzsche.
Por otra parte, siempre tuvo presente en su crítica al cristianismo la versión protestante, una religión de la subjetividad cuyo fundamento es la interiorización de los valores religiosos y teológicos, espirituales. El protestantismo es una religión de la totalidad: el protestante es cristiano siempre, cada hora de su vida, mientras el católico sólo lo es a tiempo parcial y en contadas ocasiones. Por oposición al protestante, el cristianismo católico es para Nietzsche una religión de la exterioridad, de los aspectos externos a la conciencia, como la liturgia y el culto, las imágenes, el ornamento, el arte sacro y los templos. En su obra El Anticristo manifiesta su entusiasmo por el carácter aristocrático de la Iglesia Romana durante el Renacimiento. César Borgia papa.
Por otra parte, siempre tuvo presente en su crítica al cristianismo la versión protestante, una religión de la subjetividad cuyo fundamento es la interiorización de los valores religiosos y teológicos, espirituales. El protestantismo es una religión de la totalidad: el protestante es cristiano siempre, cada hora de su vida, mientras el católico sólo lo es a tiempo parcial y en contadas ocasiones. Por oposición al protestante, el cristianismo católico es para Nietzsche una religión de la exterioridad, de los aspectos externos a la conciencia, como la liturgia y el culto, las imágenes, el ornamento, el arte sacro y los templos. En su obra El Anticristo manifiesta su entusiasmo por el carácter aristocrático de la Iglesia Romana durante el Renacimiento. César Borgia papa.
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