Telépolis

viernes, 2 de septiembre de 2016

El romanticismo de Nietzsche


La música otorga instantes de “sensación verdadera” y podría
afirmarse que la filosofía entera de Nietzsche es el intento de
mantenerse en la vida cuando la música ha terminado.
En uno de los capítulos más atractivos de la obra de Rudiger Safranski Nietzsche. Biografía de un pensamiento se analizan las relaciones entre Nietzsche, la música y Richard Wagner. De su lectura se desprende la profunda (incluso desmedida) ideología romántica del filósofo alemán que se extiende con más o menos intensidad al resto de su obra y no solo al denominado primer período, algo crucial para una cabal comprensión de su pensamiento que con frecuencia se obvia, se ignora o se niega... No es que no haya otras fértiles, innumerables, incluso contradictorias direcciones en el pensamiento de Nietzsche, pero la influencia romántica es insoslayable y, en una sostenida interpretación, sobrevuela e impregna a todas las demás. Incluso las afirmaciones que tergiversó interesadamente el nacionalsocialismo (la moral de los señores, el superhombre, la voluntad de poder, la decadencia de occidente y la vulgaridad de la democracia) proceden de constelaciones románticas.
Su concepción metafísica, en el fondo teológica, de la música como lo absoluto (otro concepto romántico); la intuición suprema de que la música genera el resto de las artes y la verdad es la belleza (clave de la estética romántica) culminarán con el deslumbramiento profético que Nietzsche sintió por el drama musical wagneriano (ambos bajo la influencia de la filosofía de Schopenhauer). Su entrega extática al universo del autor de El anillo culminará con el sacrificio de su carrera académica a la visión suprema (y sublime) de que la música es el único camino al reino de lo desconocido. Recordemos aquella proclama romántica sobradamente conocida escrita a golpes de martillo:
Ya en el "Prólogo a Richard Wagner", el arte -y no la moral- es presentado como la actividad propiamente metafísica del hombre; en el mismo libro reaparece en varias ocasiones la agresiva tesis de que sólo como fenómeno estético está justificada la existencia del mundo.
Friedrich Nietzsche, El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música (primer título de 1872).
Ninguno de los grandes quebrantamientos nietzscheanos de la tradición cultural ilustrada que constituyeron su vida y su obra fueron ajenos a las figuras románticas del individuo que debe demostrar aquello que lo hace único, del genio creador de un universo propio o de la vida trágica del héroe.
Finalmente llegó el desengaño y la ruptura de Nietzsche con Wagner cuando descubrió su faceta más mundana: su amor al dinero, al lujo y a la vida cortesana; El proyecto faraónico del teatro de Bayreuth, la superficialidad –cuando no la falsedad- de su sensibilidad estética, el dudoso valor literario y el carácter artificioso de sus libretos (un pastiche de tradiciones populares germánicas) y su entrega en las últimas obras a los excesos espirituales de la mística cristiana. En la primera representación en Bayreuth, a la que invitó a Nietzsche, Wagner dirigió su obra Parsifal, drama "cristiano-germano". El efecto fue fulminante, hasta el punto de que el filósofo nunca más le dirigió la palabra. Esta fue su opinión: El Wagner real, el Bayreuth real fue para mí como una mala copia última de una calcografía en un papel escaso. Mi afán imperioso de ver hombres reales y sus necesidades recibió un estímulo extraordinario a través de esta bochornosa experiencia. Por su parte Wagner afirmó enigmáticamente (?): Podría decirse que donde la religión se hace artificial, queda reservado al arte salvar el núcleo de la religión.
(Ello no impedirá a Nietzsche referirse en su obra autobiográfica Ecce Homo a la hora sagrada en que murió Wagner en Venecia).

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