Telépolis

viernes, 9 de septiembre de 2016

Sobre la política actual


Aumentar los deseos hasta lo insoportable y a la vez hacer que satisfacerlos resulte cada vez más difícil: este es el principio único en el que se basa la sociedad occidental.
Michel Houellebecq, La posibilidad de una isla
Decididamente no me interesa la política. Los hombres y mujeres más valiosas, más capaces huyen de la política. No tengo la más mínima intención de dedicar un minuto a especular sobre las últimas chapuzas y componendas parlamentarias. ¡Cuánto dinero perdido por unas querellas vanas! Una de las desgracias de vivir en nuestro país (¿tiene sentido esta expresión?) es la presencia constante del laberinto español del que hablaba Brenan. ¿Aún se cree alguien que las causas y los efectos de la guerra civil española han prescrito? Además, los debates políticos profesionales desatan rencores y oscuras amenazas. Todos se odian entre sí. Prefiero leer a Tomás Moro, Locke o Tocqueville. Infinita distancia entre política y filosofía política.
Por lo que respecta al pueblo soberano: Los “argumentos” políticos, en general, no son razones sino justificaciones personales y de clase. Habladurías. La mayoría de los que hablan de política no argumentan sino que charlan sobre sí mismos. Les encanta blanquear su buena conciencia burguesa. Simplemente cuentan lo que son en ese momento para reafirmarse en sus prejuicios ideológicos, morales o religiosos. Y sobre todo económicos. Cualquier interlocutor sensato podría cortarles con una frase: No me cuentes tu vida, chaval.
Demasiada información. En una tribu perdida de África las normas sociales que debe interiorizar el nativo son pocas y claras. En la sociedad de la globalización las tendencias, las ideologías, las cosmovisiones, las religiones inundan el mercado de las ideas. Finalmente en la edad del capitalismo financiero se ha cumplido la leyenda de la torre de Babel. Cuantas más puertas y ventanas se abren al mundo, mayor es nuestro grado de ignorancia.
Hay más. Aunque quisiéramos argumentar no podríamos. Carecemos de información relevante. El único problema político que le preocupaba seriamente a Luis XIV, el rey absoluto por excelencia, era el control de la información: disponía de una policía secreta implacable, una red de espías que abarcaba el territorio, un número de asesores y consejeros desmedido, confidentes, delatores, soplones, chivatos… Aun así reprochaba a sus ministros que no se enteraban de nada. Decía un místico del Renacimiento que no debemos aferrarnos a lo que no entendemos. Un ejemplo sería la administración de la información por los poderes efectivos, los que realmente dirigen el mundo mundial (y este sí es un tema político crucial). Por el contrario, hay que prescindir de lo que dicen los tertulianos, la prensa comercial, las empresas mediáticas y las majaderías de los políticos. Definición de demagogo: el político que larga rollos ideológicos que sabe que son mentira a una gente que sabe que es idiota. ¿En quién están pensando? Pero sobre todo, hay que considerar irrelevante la avalancha de chorradas y rumores, que circulan por las redes sociales. Si hacemos caso al místico (y a las quejas de Luis XIV) deberíamos huir de cualquier preocupación obsesiva relacionada con la política, la economía, el cambio climático, la energía nuclear, los sucesos o el deporte. Cuando discutimos acaloradamente sobre estos temas, el Ángel de la Sabiduría, desde las altura, se ríe o llora por nosotros alternativamente.
Muchos ven la solución al problema político en la educación. Por supuesto, me gustaría que todo el mundo tuviera la mejor educación. Lo cual no quita para que la educación que ha recibido la mayoría de la gente no parezca haberle aprovechado gran cosa… Por lo menos en política. Más sobre el pueblo soberano: un tertuliano de pro sentenciaba por la mañana en una cadena de radio con una fe democrática sin fisuras: El pueblo es siempre sabio. En primer lugar sabios o necios solo son los individuos. El resto de la frase es una variante del dogma metafísico de Rousseau sobre la entelequia del YO COMÚN y una mala interpretación del contrato social en versión libre para la radio. Además podemos poner ejemplos actuales de cómo la voluntad popular expresada sucesivamente en las urnas es una insensatez, un despropósito y un episodio más de la historia universal de la incoherencia (por no utilizar otra expresión  más dura).
Por cierto, excelente definición de política: A la salida de una sesión del Consejo de Ministros, los periodistas le reprocharon al Conde de Romanones (1863-1950), Grande de España, que hubiera aprobado una ley que veinticuatro horas antes había rechazado en el Parlamento con la frase indignada de “nunca jamás”. Imperturbable, el Conde les adoctrinó: “tengan ustedes en cuenta que cuando digo nunca jamás, me refiero siempre al momento presente”.
Posdata1. Prefiero la democracia representativa sólo porque me permite bajar al kiosco de la esquina y comprar el periódico que quiero. Es mil veces mejor el coro de grillos que cantan a la luna que la bota del soldado desconocido. Todo lo demás de la democracia o lo pongo entre paréntesis o no me lo creo. Es lúcida la definición que hizo Marx, un pensador perspicaz, del voto democrático: “Un comentario sentimental y extenuante a los logros de la etapa anterior de poder”.
Posdata 2. Democracia representativa: “todo el poder para los representantes electos”, es decir, para alguien que decide por ti, tiene patente de corso para sus manejos y al que no puedes pedir explicaciones. Miren a su alrededor. Otra paradoja de la división de poderes: los jueces carecen de contrapesos efectivos, están en el vértice del poder y no responden ante nadie por sus acciones.
Posdata 3. La libertad de pensamiento y de expresión sin límites ni restricciones filisteas son los dos principios constituyentes de una democracia participativa. Todos los demás derechos y libertades fundamentales se siguen de ellos y son su desarrollo consecuente. No le den más vueltas.

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