Telépolis

viernes, 11 de noviembre de 2016

Las novatadas


Soy de los que se han alegrado de que por fin se hayan prohibido las novatadas en los Colegios Mayores. El tema ha llegado hasta el Senado que las ha vetado. Tolerancia cero para el próximo curso. Lo cierto es que llevan prohibiéndolas en vano durante décadas. Estoy convencido de que se siguen haciendo. Es difícil erradicarlas porque la sociedad las considera chanzas de estudiantes más o menos gruesas y además los directores de los Colegios, como es lógico, no tienen interés en expulsar a la mitad de sus pupilos nada más comenzar las clases y enfrentarse después con sus padres que ya han pagado las matrículas y la primera cuota mensual. Francia las incluye en el código penal (hasta seis meses de cárcel y multas elevadas) pero se repiten sin solución. Este año en Lyon ha habido graves incidentes. Como recordaba el diario El País, se trata de una ilegalidad que se resiste un año tras otro.  Muchas no son bromas pesadas, ni gamberradas, sino auténticas vejaciones y vandalismo. La culminación de estas prácticas ha sido la tragedia de Portugal con seis muertos en un acantilado tras un ritual iniciático de alto riesgo aún sin esclarecer, pues el único superviviente, el jefe del grupo, lo niega todo.
Hay páginas web en las que se sugieren “novatadas graciosas”, incluso hay veteranos que intercambian información sobre posibles “variantes y novedades”. Es cierto que muchos estudiantes no están en contra porque, según dicen, “ayudan a conocer a tus nuevos compañeros, son hasta divertidas si no se pasan de la raya y culminan en la fiesta del novato, donde todos quedan amigos para siempre”. No comparto la opinión sadomasoquista de estos jóvenes. Desde mi punto de vista, las novatadas son degradantes aunque no te toquen ni un pelo.
También hay una Asociación No Más Novatadas que enumera algunas de las más comunes. No olvidemos que los Colegios Mayores actuales son mixtos.
- Novatos embudos de bebidas.
- Novatos cenicero.
- Duchas heladas, tras despertarlos varias veces durante la noche.
- Lavado de dientes con la escobilla del retrete.
- Depilado de piernas en los chicos.
- Pintarles un testículo de verde y otro de rojo para hacer de semáforos.
- Simular la felación de una novata poniendo un plátano en la bragueta del novato.
- Tumbar a la chica en bragas y sujetador boca abajo, ponerle una manzana entre los muslos y tratar de que los nuevos se la coman (los veteranos se apuntan gustosos a la “performance”).
- Tartazo al novato.

Mientras cursé los estudios  de la carrera viví durante cuatro cursos en un Colegio Mayor de Madrid muy popular. Entonces eran sólo de chicos, por supuesto. Prefiero no dar nombres. Las novatadas eran entonces un rito de iniciación universitario no sólo tolerado por la autoridad académica, sino justo y necesario. El primer año, por tanto, tuve que soportarlas en todo su esplendor. Tres veteranos de aspecto sombrío me despertaron a la tres de la madrugada dando gritos y porrazos en la puerta, ¡arriba puto novato, estás en la lista de la Gestapo!
Simularon un interrogatorio musculoso en el que yo era un colaborador de la resistencia y tenía que cantar. Flexo en la cara, insultos, preguntas personales inadmisibles, empellones desagradables, remojones con un vaso de agua con escupitajos, pasta de dientes por el pelo… hasta que a uno, algo bebido, se le fue la mano y me largó un guantazo que hizo volar mis gafas por la habitación. Uno de los cristales se hizo añicos. Se dieron cuenta de que se habían pasado tres pueblos y sin más explicaciones se largaron a dar la murga a otro infeliz. Tuve suerte, la tortura sólo duró un cuarto de hora. Por supuesto no dije ni pío a nadie.
A mi vecino de enfrente, la noche siguiente (lo pude ver por una rendija), dos energúmenos se empeñaron en sacar la puerta de su habitación de los goznes como entrante de la “broma”, pero el novato, un aragonés recio de más de uno ochenta les advirtió que al primero que lo intentara le partía la cara de una hostia. Recularon, supongo, para buscar refuerzos, pero que yo sepa no volvieron. Las novatadas más celebradas en mi Colegio Mayor eran las carreras de cuadrigas por la Avenida de Séneca, con cuatro novatos tirando del carro y un veterano auriga con un látigo hecho con palo y cuerda. Al acabar, los corceles debían comer hierba fresca en el Parque del Oeste para recobrar las fuerzas. Otra era el estirasoga entre novatos, diez en cada lado y la piscina por medio, diez caían al agua y diez se salvaban… por el momento. Pero una multa de proporciones muy notables llegó a la dirección del centro y calmó los ánimos durante un tiempo cuando en una ocurrencia sin par metieron como su madre lo trajo al mundo a un pamplonica de notables atributos masculinos en un baúl de mimbre que los autores birlaron de la lavandería; lo llevaron en una furgoneta hasta la Gran Vía, lo bajaron entre cuatro, le dijeron que rezara tres padrenuestros y dos avemarías y después saliera del escondite. El tiempo justo para aparcar en la acera de enfrente y no perderse el espectáculo. El escandalazo en aquella época fue mayúsculo (hoy la gente pasaría de largo creyendo que era el número fuerte de un mendigo) y cuando la policía le echó el guante y les contó lo que había pasado, la cosa llegó hasta “las más altas instancias”. Hubo expulsiones y amenazas, reuniones a cara de perro, llanto y crujir de dientes, pero al curso siguiente continuaron, ni qué decir tiene, las novatadas. Puedo decir, sin ninguna vanagloria, que jamás hice ninguna a nadie ni nada que se pareciera y en la medida que estuvo en mis manos estuve totalmente en contra e hice todo lo posible por impedirlas. Muchos como yo también lo intentaron. Pablo Aragonés ha realizado un estremecedor film autobiográfico, Novatos.

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