¿Por qué el
sistema educativo francés es el mejor del mundo?
Una de las
respuestas es la figura de Jules Ferry (1832-1893), político francés de casta y
estadista de altos vuelos, no como los de ahora (en especial, los españoles): oportunistas,
adictos al postureo, al narcisismo mediático, al populismo tóxico, al insulto y
a las noticias falsas si valen votos. Definición de demagogo: el político que larga rollos sectarios que sabe
que son mentira a un público que sabe que es idiota. ¿En quién están pensando?
El parlamento que debería ser un lugar para resolver problemas con la eficacia
del señor Lobo se ha convertido en un corralito de apuestas con gallos de afilados espolones y diputados lenguaraces. Gritos y murmullos. En el caso de nuestro
país es evidente que no hemos superado los efectos fratricidas de la Guerra
Civil. Decía con razón un conocido tertuliano: los españoles nos odiamos demasiado. Los franceses estallan periódicamente
en convulsas revoluciones, pero al final salen juntos bandera en mano cantando
la Marsellesa por los Campos Elíseos.
Jules Ferry, Ministro
de Instrucción Pública y Presidente del Consejo de Ministros, estableció en
Francia, con las Leyes que
llevan su nombre, un sistema de
enseñanza público, laico, obligatorio y gratuito. Esta es la parte luminosa del
gran político republicano. Hay, por el contrario, otra más oscura a la que
también nos vamos a referir. A pesar de movernos por los vastos horizontes y
las grandes síntesis de los políticos europeos de la segunda mitad del XIX, me
resulta asombroso encontrarme con un fenómeno ideológico tan contradictorio. Es
lo que Ortega llamaría los argumentos de la razón histórica, inescrutables para las
generaciones futuras. Son auténticos tsunamis de la historia social y política del
pensamiento occidental. Hay en Jules Ferry una mezcla incandescente de ideas
progresistas ilustradas (se contaba entre los republicanos de izquierdas) con
otras procedentes de la tradición romántica más retrógrada. Una memorable muestra
de lo primero es el siguiente extracto de la carta que Jules Perry dirigió a
los maestros de enseñanza primaria (instituteurs)
en la fecha que consta. Traduzco del original.
Señor Maestro:
El curso escolar que se acaba de abrir será
el segundo año de aplicación de la ley del 28 de Marzo de 1882. No quiero dejar
que comience sin dirigiros personalmente algunas recomendaciones que sin duda os
van a parecer superfluas tras la primera experiencia que acabáis de tener en el
nuevo régimen educativo. […] La ley del 28 de Marzo se caracteriza por dos
disposiciones que se complementan sin contradecirse: por una parte, descarta de
la programación escolar obligatoria la enseñanza de cualquier clase de dogma
particular; por otra parte, sitúa en primera fila la enseñanza moral y cívica.
La instrucción religiosa pertenece a las familias y a la Iglesia, la instrucción
moral a la escuela. El legislador no ha pretendido, pues, llevar a cabo una
labor puramente negativa. Lo que sin duda ha tenido como objetivo prioritario
ha sido separar la escuela de la Iglesia, de asegurar la libertad de conciencia
tanto de los maestros como de los alumnos, de distinguir finalmente dos ámbitos
confundidos desde hace demasiado tiempo: el de las creencias, que son
personales, libres y diferentes, y el de los conocimiento, que son comunes e
indispensables para todos, es decir, del reconocimiento de todos. Pero hay otra
cosa en la ley del 28 de Marzo: tal ley afirma la voluntad de fundar entre
nosotros una educación nacional, y fundarla sobre las nociones del deber y del
derecho que el legislador no ha dudado en inscribir en el número de las
verdades fundamentales que nadie puede ignorar. Para esta parte capital de la
educación es con usted, señor, con quien los poderes públicos han contado. Así,
al eximiros de la enseñanza religiosa, no se ha pensado en libraros de la
enseñanza moral: eso hubiera sido privaros de lo que constituye la dignidad de
vuestra profesión. Al contrario, resulta totalmente natural que el maestro, a
la vez que enseña a los niños a leer y escribir, les enseñe también esas reglas
elementales de la vida moral que no están menos universalmente aceptadas que
las del lenguaje o del cálculo.
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Simultáneamente,
Jules Ferry defendió con ardor parlamentario el patriotismo extremo, el colonialismo,
el imperialismo y el racismo. Veamos algunos ejemplos.
La política de expansión colonial es un
sistema económico y político que puede ser relacionado con tres tipos de ideas:
económicas, ideas de mayor alcance relacionadas con la civilización e ideas de
tipo político y patriótico. Señores, es preciso hablar alto y claro: Hay que
decir abiertamente que, en efecto, las razas superiores tienen derechos sobre
las razas inferiores. Repito las razas superiores tienen derechos porque tienen
deberes. Tienen el deber de civilizar a las razas inferiores. Estos deberes han sido con frecuencia
ignorados en la historia de los siglos precedentes; ciertamente, cuando los
soldados españoles y los exploradores españoles introdujeron la esclavitud en
América central, en ningún caso cumplían con sus deberes de hombres de una raza
superior. Pero en la actualidad, sostengo que las naciones europeas cumplen con
generosidad, grandeza y esplendor estos deberes superiores de la civilización.
Discurso en la
Cámara de Diputados francesa el 28 de Marzo de 1884
Yo afirmo que la política colonial de
Francia, la política de expansión colonial, la que nos ha obligado a ir,
durante el Imperio, a Saigón, a la Cochinchina, la que nos ha llevado a Túnez,
la que nos ha arrastrado a Madagascar, insisto en que esta política de
expansión colonial se ha inspirado en una verdad sobre la que, sin embargo, es
necesario suscitar por un instante vuestra atención: a saber, que una marina
como la nuestra no puede prescindir, en la extensión de los océanos, de sólidos
refugios, de defensas, de centros de avituallamiento [ … ].
Discurso en la
Cámara de Diputados francesa el 10 de Julio
de 1885
El siglo XIX dio
para todo: en las artes, las letras, las ciencias, la filosofía (¡Hegel
filósofo romántico!) y la política.
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