Telépolis

martes, 11 de diciembre de 2018

Tres tipos de turismo



Repasaba la perezosa mañana del día de la Constitución en mi sofá favorito uno de los libro de texto que estudié en la Alliance Française de Madrid. Se titula Le nouvel édit y leído a retazos, incluso en el excusado, me está resultando mucho más interesante que en el aula. Suele ocurrir. La profesora nos hacía sudar la gota gorda para resolver los distintos ejercicios y competencias. Y bien que nos vino. Sin ese esfuerzo no serían posibles mis goces y mis sombras actuales. Las unidades son las de siempre, neutras aunque abiertas a interpretaciones, opiniones, discusiones y críticas. Como debe ser: los medios de comunicación, Internet, las tendencias culturales, el mundo del arte, el trabajo, los viajes, la naturaleza, la gastronomía, la historia de Francia, etc. ¡Qué diferente a la forma chapucera en que “nos enseñaron” la maravillosa lengua francesa en el bachillerato y a la que dediqué la entrada El francés de entonces!
Uno de los apartados de la unidad dedicada a los viajes  (Les nouveaux voyagers) trata de las distintas formas de hacer turismo. La tipología y el vocabulario es extenso, a veces poco claro para un hispanohablante, pero merece la pena ponerse a ello, lo cual me obliga a poner a prueba mis recursos gramaticales en ambas lenguas. El resultado es un diccionario del término tourisme con las variantes que vienen en el manual, traducido y comentado por mi parte con más o menos fortuna.
Para no fatigar al sufrido lector lo dividiremos en varias entradas, con tres clases de turismo en cada una. O dicho de un modo: ahora que están de moda, se trata de “la primera temporada” de una serie bloguera, titulada “Avatares del turismo”.

- Chez l’habitant. Literalmente “en casa del habitante”. Se refiere a quien pasa las vacaciones en su hogar dulce hogar. Si son estivales con ventilador, botijo, camiseta y calzoncillos. No hay nada, dicen sus partidarios (aunque suena a justificación), como una gran ciudad vacía en Agosto: toda para ti… excepto que los sitios más interesantes están cerrados, tus amigos fuera y tu suegra dentro. La televisión y la radio están en manos de segundones quejumbrosos, la prensa parece la hoja parroquial y para colmo ni siquiera hay fútbol. La solución es apretarse el cinturón durante el año o pedir un crédito al banco. Luego viene el llanto y el crujir de dientes. Y si no a la piscina municipal o vuelta por enésima vez a los pueblos de la provincia. Más vale malo conocido que bueno por conocer, dice el abuelo que no está para muchos trotes y pretende consolarnos sin éxito. Además al volver al trabajo en Septiembre tienes que aguantar el narcisismo estúpido de tus compañeros bronceados y tu patética imagen de pobre de solemnidad.  

- Circuit. Circuito, es decir, recorrido o itinerario predefinido por lugares de interés turístico en una zona más o menos amplia. Se escoge el punto de inicio, el final, los sitios de paso y lo que quieres dedicarle a cada cual. Las agencias de viaje te ofrecen múltiples circuitos por tierra, mar y aire. Obviamente son viajes en grupo. La parte positiva es que te dan todo hecho. Se acabó acabar en medio de la nada por culpa del GPS, broncas con la parienta por ver dónde vamos primero o las reservas que según el hotel no constan y acabas durmiendo en el coche. Por ejemplo, un recorrido por Egipto desde Aswan hasta el Cairo por el Nilo, o una travesía por el Danubio con parada en las principales ciudades, se prestan a ser visitados en modo circuito. Aunque tiene algunos inconvenientes: el primero es que durante unos días tienes que compartir un espacio-tiempo con desconocidos. Es inevitable que se te anexe algún descolgado que te da la murga en comedores, iglesias y parajes y no se da por aludido a no ser que le plantees directamente tu necesidad (y la de tu pareja) de soledad e intimidades porque (truco efectivo) estáis pasando unos momentos difíciles en vuestra relación. Al fin se esfuma, pero la excusa te condena a mirar con aprensión si está cerca cuando por fin has encontrado otros colegas de viaje sanotes y enrollados. El pelmazo, mientras, se ha pegado a otras víctimas tras contarle a todo el mundo que sois unos bichos siniestros. También el solitario puede transmutarse en un matrimonio excesivamente amable que intenta compartir contigo su vida desde la primera comunión hasta su último nieto. Son inmunes a su molienda. Si insistes en el truco de los momentos difíciles, la pifias a lo grande porque te ofrecerán su hombro para que llores y largues junto con su manual de consejos para salir del trance. O tomas medidas drásticas o te los comes con patatas. La única salida digna (y efectiva) es decirles con cierta firmeza que habéis venido a reconciliaros (y le enseñas una caja de cincuenta condones) y no a tiraros los trastos a la cabeza con recuerdos funestos y menos delante de desconocidos. Normalmente se van con la música a otra parte. Por su parte, los viajeros insociables no suelen presentar problemas porque la mutua ignorancia, cortés en general, deja a todos felices y contentos. Quedan lejos del área de influencia de las malas vibraciones los protestones crónicos y los tardones recalcitrantes a los que siempre hay que esperar lloviendo. Otro inconveniente son los recorridos relámpago por ciudades normalmente grandes, por ejemplo Budapest, que ves a toda prisa desde el autobús. La azafata se limita a nombrar en tres idiomas (sólo vamos españoles) los monumentos más importantes mientras las cabezas del pasaje del autobús parecen la de los espectadores de un partido de tenis. Otra cuestión es la horterada organizada: en España suelen llevar a los guiris a un tablao de tres al cuarto. En Venecia (lo recuerdo) la gracia fue una procesión de góndolas amenizada con canciones italianas de todos los tiempos, desde el festival de San Remo a lo mejor de los tres tenores… mientras los turistas acompañaban las melodías con albricias desafinadas y tiraban al canal botes de cerveza y cáscaras de pipas. Los restaurantes típicos (me recuerdan al genial Asterix en los juegos Olímpicos) también pueden ser fuente de sorpresas desagradables. Platos raros que echan humo del picante o insípidas ensaladas, músicos que te rascan el violín en la oreja o la florista que no te quitas de encima ni con un spray de pimienta.

Le croissière. El crucero. En el fondo es una variante del circuito de turismo por la mar salada con fondeo en los puertos más conocidos. Salida a tu aire y vuelta a dormir al camarote. Al que le guste que lo compre. Abstenerse claustrofóbicos y adictos a la biodramina. El barco, sobre todo si se trata de un moderno trasatlántico, es como vulgarmente se dice una ciudad flotante con más de seis mil pasajeros a bordo y dos mil tripulantes. El Symphony of the Seas de la compañía Royal Caribbean es el crucero más grande del mundo por tonelaje bruto. Tiene más instalaciones de recreo, cultura, restauración, esparcimiento y deportivas que la mayoría de las capitales de provincia. Por ejemplo, teatro, parque acuático, pista de patinaje sobre hielo, piscina climatizada con spa, paredes de escalar, casinos con ruleta, camarotes con jacuzzi, campo de prácticas de golf (con red  claro) y profesores con tecnología para mejorar tu swing… Los grandes trasatlánticos tienen en mi opinión dos inconvenientes: el precio básico del crucero, por ejemplo de una semana, parece asequible para un despliegue de tales dimensiones. Lo que no te cuentan los folletos es que la mayoría de las instalaciones “de lujo” hay que pagarlas aparte. Puedes comer en el restaurante común si no eres muy exigente; pero si quieres afinar, la cuenta del restaurante francés, pongo por caso, te sube un pico. La noche del capitán o cena de gala (lo mismo la fiesta de despedida) me parecen el paraíso perdido de la pequeña burguesía con pretensiones. El segundo inconveniente es que además del restaurante común hay un montón de buffets libres, servicio de catering con camareros que pasan a todas horas con bandejas surtidas de pinchos y canapés, rincones regionales, máquinas que despachan tentadores snacks… Si me obligaran a ir solo me pasaría la mayor parte de la travesía leyendo a Conrad en sillones confortables. Te pasas el día papeando. Cuando vuelves a casa no cabes por la puerta. Ya puedes comprarte ropa nueva o perder quilos a base de incontables miserias y privaciones. Nunca lo lograrás.  

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