Telépolis

miércoles, 16 de enero de 2019

Hercule Poirot


Para mí hay tres grandes detectives en el mundo de la literatura: Sherlock Holmes de Arthur Conan Doyle, el Padre Brown de Gilbert Keith Chesterton y Hercule Poirot de Agatha Christie. No soy muy original, lo reconozco. A los dos primeros les he dedicado un artículo en este blog. Vamos con el tercero en  sabrosa compañía de sus ilustres colegas.
Es evidente que a Agatha Christie le interesó mucho marcar las diferencias entre su personaje más célebre, el detective belga afincado en Inglaterra (se exilia en Inglaterra tras la ocupación alemana de Bélgica durante la Primera Guerra Mundial), y el más grande de los sabuesos literarios. Todo son contrastes: Poirot es un hombre de mundo, bajo, rollizo, cabeza ovoide, pendiente de su forma impecable de vestir así como de su engominado mostacho, el más cuidado de su época según las crónicas. Lo más atractivo de su figura son sus ojos verdes de gato que brillan cuando vislumbra un hallazgo crucial. Al revés que Holmes, que utiliza una indumentaria convencional, abrigo y gorra incluidos (excepto cuando se disfraza) y está siempre apremiado por encontrar un caso a la medida de su talento (y si no chute de cocaína y violín lamentoso), Poirot ya no desea ejercer como detective porque a la altura en que nos lo presenta la escritora en sus aventuras más famosas tiene una abultada cuenta corriente debido a sus anteriores éxitos, la mayoría legendarios y muy bien pagados. Se sabe que entre las dos guerras mundiales, recorrió Europa y Oriente Medio, resolviendo problemas en los que estuvieron involucrados personajes de la alta sociedad e, incluso, de la realeza. Ahora (alrededor de 1935) sólo desea disfrutar de una vida viajera, gastronómica y de lujo. A Poirot los casos le caen encima en circunstancias imprevistas e inexcusables: por supuesto un misterioso asesinato cometido delante de sus engalanadas narices, que, le obligan, a pesar de sus sinceras protestas, a tomar cartas en el asunto. Al final, le puede el instinto del viejo cazador fascinado por las brumas del misterio y lo insólito del caso. Se trata, por tanto, de un detective retirado que, como el Padre Brown, se tropieza indefectiblemente con laberintos criminales de una gran complejidad intelectual que, como a Holmes, le permitan poner en funcionamiento la formidable maquinaria de sus células grises. El más simple en su vestimenta es el padre Brown, antítesis de Poirot, cubierto con su grasienta sotana, su papista sombrero de teja y un enorme paraguas. A su vez, Holmes es el más excéntrico, seguido de Poirot y el inefable Padre Brown (del que ignoramos los detalles de su vida privada).
Otra diferencia es el lugar donde viven. La casa del primero refleja su carácter ordenado, metódico, simétrico: un cuadro torcido, una mantelería mal puesta pueden privarle del sueño. Las habitación que Holmes comparte con Watson en la calle Baker es caótica, desordenada y usada para fines experimentales de todo tipo (química, balística, anatomía comparada, resistencia de materiales…). Nada conocemos, aunque nos lo imaginamos, de las celdas monacales de las parroquias dónde ejerció el Padre Brown: una cama sencilla a juego con una mesa y una silla, un montón de libros apilados en el suelo, en la cabecera un crucifijo de madera.   
Otra distancia notable es que mientras Holmes soluciona sus casos en Londres o en sus alrededores (como mucho toma un tílburi o un tren de cercanías en la Estación Victoria), Poirot es un detective cosmopolita, amante de los mullidos camarotes de primera clase o de las confortables cabinas de la Compañía Internacional de Coches Cama: muchos de sus crímenes más famosos ocurren incluso fuera de Europa, como recuerdan los amantes del género. Es cierto que Holmes también cuenta entre sus clientes con algunas de las testas coronadas más célebres del viejo continente, pero finalmente todas acaban llamando a la campanilla de la calle Baker. También el Padre Brown se relaciona en ocasiones con los embrollos de las capas más altas de la sociedad para hacerles comprender, cuando cae el telón, la necesidad del único camino y la vaciedad de la vanitas
Pero quizás la gran distancia entre los tres detectives está en sus métodos. Holmes es logicista, Poirot psicologista y Brown espiritualista. Holmes utiliza el método inductivo, no aventura hipótesis, lo que le interesa es la colección de datos, el filtrado de los hechos relevantes de los irrelevantes y su afán por construir una teoría que abarque todos los datos empíricos significativos. Los sospechosos encajan o no en los hechos lógicamente ordenados hasta que por destilación se descubre la secuencia completa del crimen y el culpable acaba entre rejas. Los actores del drama están, en cierto modo, “cosificados”.
Poirot se interesa, por supuesto, por los hechos pero sobre todo por la personalidad de cada uno de los personajes. Para avanzar con paso firme en la urdimbre del enigma les hace a cada uno las preguntas que, acordes con su forma de ser, resultarán productivas. En realidad, para Poirot no hay propiamente hechos objetivos sino perspectivas subjetivas desde las que los hechos afloran, salen a la luz y cobran sentido después de que cada actor enfoque o desenfoque su relato. La forma de interrogar es básica. Una pregunta aparentemente neutra dirigida incorrectamente puede diluir la semilla de un hecho como si la hubiéramos teletransportado, alejarnos de la verdad y hacernos perder un tiempo inestimable (¡El asesino no duerme!). Poirot exprime a los testigos con preguntas sorprendentes, incluso extravagantes, cuya intención pasa inadvertida incluso para los expertos policías. Esta es su manera de desvelar lo oculto aunque esencial. De ahí que la paradoja que nos engancha surja de la forma en que los distintos personajes explican lo que vieron o escucharon (o creyeron ver o escuchar). También se interesa por la interpretación que alguien hace de la interpretación de otro o de varios. De ahí la teatralidad, el estilo indirecto, retórico, grandilocuente de sus interrogatorios frente al carácter conciso, preciso y nada ampuloso de los de Holmes. Como el Padre Brown, el fundamento de sus éxitos (antes de exiliarse, Poirot fue uno de los miembros más famosos de la policía belga) es el análisis de la condición humana en sus múltiples facetas. Eso le permite convertir los detalles más nimios en pistas relevantes e inversamente, rechazar los hechos inmediatos, evidentes, como sendas perdidas. Lo que tiene vital importancia surge del mundo de la vida no de las huellas dactilares. Lo que cuenta no el puñal que se utilizó sino por qué ese y no otro y quién lo escogió.
El padre Brown va acaso más lejos al transformar lo sobrenatural en natural, lo milagroso en racional, lo trascendente en humano, demasiado humano. Todavía más que su admirado Tomás de Aquino, separa radicalmente razón y fe. Su método se basa en la empatía con la mente criminal. Por sus dotes introspectivas y su profunda comprensión espiritual de la naturaleza humana es capaz de ponerse en el lugar de la intención más perversa, penetrar en los motivos más impúdicos y en los planes más antinaturales… Su capacidad de adivinar los oscuros meandros del libre albedrío para apartarse de la ley moral (el demonio existe) le permite intuir primero, deducir después y por último simplificar lo acontecido. El tema central de los enigmas del curita católico es la magnitud del Mal en el mundo por lo que la resolución del caso es en primer lugar una invitación a la reflexión ética. El Padre Brown es más un filósofo que un psicólogo y más un psicólogo que un científico.
Poirot es el más vanidoso de los tres (se llega a considerar el detective más grande del mundo). Después Holmes, que se ruboriza como una jovencita cuando le alaban (y en el fondo piensa lo mismo) y por último, a años luz, el Padre Brown, humilde, sencillo y nada narcisista. El egocentrismo de Poirot se muestra en lo que podemos llamar la puesta en escena final del crimen. Una representación en la que todos, sospechosos, inocentes, culpable y lector asisten pasmados a la explicación de lo inexplicable. En realidad, los tres grandes, cada uno a su manera, deben rendir cuentas al lector.
Si quieren conocer más y mejores detalles les remito a esta estupenda entrada del blog Mis detectives favoritos creado por Santiago Rafael Roncagliolo.

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