Para mí hay tres grandes detectives en el mundo de la
literatura: Sherlock Holmes de
Arthur Conan Doyle, el Padre Brown de
Gilbert Keith Chesterton y Hercule Poirot de Agatha Christie. No soy muy
original, lo reconozco. A los dos primeros les he dedicado un artículo en este
blog. Vamos con el tercero en sabrosa compañía de sus ilustres colegas.
Es evidente que a Agatha Christie le
interesó mucho marcar las diferencias entre su personaje más célebre, el
detective belga afincado en Inglaterra (se exilia en Inglaterra tras la
ocupación alemana de Bélgica durante la Primera Guerra Mundial), y el más grande
de los sabuesos literarios. Todo son contrastes: Poirot es un hombre de mundo,
bajo, rollizo, cabeza ovoide, pendiente de su forma impecable de vestir así
como de su engominado mostacho, el más cuidado de su época según las crónicas.
Lo más atractivo de su figura son sus ojos verdes de gato que brillan cuando
vislumbra un hallazgo crucial. Al revés que Holmes, que utiliza una
indumentaria convencional, abrigo y gorra incluidos (excepto cuando se
disfraza) y está siempre apremiado por encontrar un caso a la medida de su
talento (y si no chute de cocaína y violín lamentoso), Poirot ya no
desea ejercer como detective porque a la altura en que nos lo presenta la
escritora en sus aventuras más famosas tiene una abultada cuenta corriente
debido a sus anteriores éxitos, la mayoría legendarios y muy bien pagados. Se
sabe que entre las dos guerras mundiales, recorrió Europa y Oriente Medio,
resolviendo problemas en los que estuvieron involucrados personajes de la alta
sociedad e, incluso, de la realeza. Ahora (alrededor de 1935) sólo desea
disfrutar de una vida viajera, gastronómica y de lujo. A Poirot los casos le
caen encima en circunstancias imprevistas e inexcusables: por supuesto un
misterioso asesinato cometido delante de sus engalanadas narices, que, le obligan,
a pesar de sus sinceras protestas, a tomar cartas en el asunto. Al final, le
puede el instinto del viejo cazador fascinado por las brumas del misterio y lo
insólito del caso. Se trata, por tanto, de un detective retirado que, como el
Padre Brown, se tropieza indefectiblemente con laberintos criminales de una
gran complejidad intelectual que, como a Holmes, le permitan poner en
funcionamiento la formidable maquinaria de sus células grises. El más simple en
su vestimenta es el padre Brown, antítesis de Poirot, cubierto con su grasienta
sotana, su papista sombrero de teja y un enorme paraguas. A su vez, Holmes es
el más excéntrico, seguido de Poirot y el inefable Padre Brown (del que
ignoramos los detalles de su vida privada).
Otra diferencia es el lugar donde viven.
La casa del primero refleja su carácter ordenado, metódico, simétrico: un
cuadro torcido, una mantelería mal puesta pueden privarle del sueño. Las
habitación que Holmes comparte con Watson en la calle Baker es caótica,
desordenada y usada para fines experimentales de todo tipo (química, balística,
anatomía comparada, resistencia de materiales…). Nada conocemos, aunque nos lo
imaginamos, de las celdas monacales de las parroquias dónde ejerció el Padre
Brown: una cama sencilla a juego con una mesa y una silla, un montón de libros
apilados en el suelo, en la cabecera un crucifijo de madera.
Otra distancia notable es que mientras Holmes
soluciona sus casos en Londres o en sus alrededores (como mucho toma un tílburi
o un tren de cercanías en la Estación Victoria), Poirot es un detective
cosmopolita, amante de los mullidos camarotes de primera clase o de las
confortables cabinas de la Compañía Internacional de Coches Cama: muchos de sus
crímenes más famosos ocurren incluso fuera de Europa, como recuerdan los
amantes del género. Es cierto que Holmes también cuenta entre sus clientes con
algunas de las testas coronadas más célebres del viejo continente, pero
finalmente todas acaban llamando a la campanilla de la calle Baker. También el
Padre Brown se relaciona en ocasiones con los embrollos de las capas más altas
de la sociedad para hacerles comprender, cuando cae el telón, la necesidad del
único camino y la vaciedad de la vanitas.
Pero quizás la gran distancia entre los tres
detectives está en sus métodos. Holmes es logicista, Poirot psicologista y
Brown espiritualista. Holmes utiliza el método inductivo, no aventura
hipótesis, lo que le interesa es la colección de datos, el filtrado de los
hechos relevantes de los irrelevantes y su afán por construir una teoría que
abarque todos los datos empíricos significativos. Los sospechosos encajan o no
en los hechos lógicamente ordenados hasta que por destilación se descubre la
secuencia completa del crimen y el culpable acaba entre rejas. Los actores del
drama están, en cierto modo, “cosificados”.
Poirot se interesa, por supuesto, por los hechos pero
sobre todo por la personalidad de cada uno de los personajes. Para avanzar con
paso firme en la urdimbre del enigma les hace a cada uno las preguntas que,
acordes con su forma de ser, resultarán productivas. En realidad, para Poirot
no hay propiamente hechos objetivos sino perspectivas subjetivas desde las que
los hechos afloran, salen a la luz y cobran sentido después de
que cada actor enfoque o desenfoque su relato. La forma de interrogar es
básica. Una pregunta aparentemente neutra dirigida incorrectamente puede diluir
la semilla de un hecho como si la hubiéramos teletransportado, alejarnos de la
verdad y hacernos perder un tiempo inestimable (¡El asesino no duerme!). Poirot
exprime a los testigos con preguntas sorprendentes, incluso extravagantes,
cuya intención pasa inadvertida incluso para los expertos policías. Esta es su
manera de desvelar lo oculto aunque esencial. De ahí que la paradoja que nos
engancha surja de la forma en que los distintos personajes explican lo
que vieron o escucharon (o creyeron ver o escuchar). También se interesa
por la interpretación que alguien hace de la interpretación de otro o de
varios. De ahí la teatralidad, el estilo indirecto, retórico,
grandilocuente de sus interrogatorios frente al carácter conciso, preciso y
nada ampuloso de los de Holmes. Como el Padre Brown, el fundamento de sus
éxitos (antes de exiliarse, Poirot fue uno de los miembros más famosos de la
policía belga) es el análisis de la condición humana en sus múltiples facetas.
Eso le permite convertir los detalles más nimios en pistas relevantes e
inversamente, rechazar los hechos inmediatos, evidentes, como sendas perdidas.
Lo que tiene vital importancia surge del mundo de la vida no de las huellas
dactilares. Lo que cuenta no el puñal que se utilizó sino por qué ese y no otro
y quién lo escogió.
El padre Brown va acaso más lejos al transformar lo
sobrenatural en natural, lo milagroso en racional, lo trascendente en humano,
demasiado humano. Todavía más que su admirado Tomás de Aquino, separa
radicalmente razón y fe. Su método se basa en la empatía con la mente criminal.
Por sus dotes introspectivas y su profunda comprensión espiritual de la
naturaleza humana es capaz de ponerse en el lugar de la intención más perversa,
penetrar en los motivos más impúdicos y en los planes más antinaturales… Su
capacidad de adivinar los oscuros meandros del libre albedrío para apartarse de
la ley moral (el demonio existe) le permite intuir primero, deducir después y
por último simplificar lo acontecido. El tema central de los enigmas del curita
católico es la magnitud del Mal en el mundo por lo que la resolución del caso
es en primer lugar una invitación a la reflexión ética. El Padre Brown es más
un filósofo que un psicólogo y más un psicólogo que un científico.
Poirot es el más vanidoso de los tres
(se llega a considerar el detective más grande del mundo). Después Holmes, que
se ruboriza como una jovencita cuando le alaban (y en el fondo piensa lo mismo)
y por último, a años luz, el Padre Brown, humilde, sencillo y nada narcisista.
El egocentrismo de Poirot se muestra en lo que podemos llamar la puesta en
escena final del crimen. Una representación en la que todos, sospechosos,
inocentes, culpable y lector asisten pasmados a la explicación de lo
inexplicable. En realidad, los tres grandes, cada uno a su manera, deben rendir
cuentas al lector.
Si quieren conocer más y mejores detalles les remito a
esta estupenda entrada del blog Mis detectives favoritos creado
por Santiago Rafael Roncagliolo.
me encanta es muy util
ResponderEliminarlos felicito monos
es que fueron los primos de mi mejor amiga!!!!!
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