Winston Churchill que además de
político fecundo en ardides, era un gran estratega militar e insólito Premio
Nobel de literatura (solo escribió unas memorias de la Segunda Guerra
Mundial para mayor gloria suya) fue una fuente inagotable de frases y aforismos.
Dijo que (y cito de memoria) un país democrático siempre tiene el gobierno que
se merece, opinión que salpimentó con otra sentencia literal: El mejor argumento en contra de la democracia
es una conversación de cinco minutos con el votante medio.
Está claro desde Maquiavelo que la política
real consiste en alcanzar, mantener y extender el poder; y en una democracia el instrumento es el voto. Se trata de que el cuerpo electoral te
otorgue sus favores, lo que significa en la práctica que la política no está sujeta a la ética (el meollo de tanta querella vana y tantas voces en el desierto) aunque se deben guardar las apariencias, es decir, "el príncipe" debe tener como referencia nominal las
declaraciones de derechos humanos (que no se cumplen ni por el forro). Lo
cierto es que la política ni siquiera está sujeta a la lógica: antes podías
decir una cosa cuando estabas en el gobierno y la contraria desde la oposición; ahora
puedes decir cosas contradictorias desde una u otra y sólo se quejan los de siempre. O simplemente jugar al vamos a contar mentiras, tralará, para magnetizar
la atención del "votante medio" al que se refería Winston Churchill: las redes sociales se pueblan de bulos, insultos y rebuznos. El invento funciona.
Caso práctico en general: Pedro Sánchez busca (y encuentra) la Moncloa desde una mayoría parlamentaria inviable, incluso a medio plazo, por
las siguientes razones: primero, en el debate de la moción de censura airea las
miserias del Partido Popular para que, incluso con pinzas en las narices,
muchos de sus votantes se abstengan; o desvíen el voto, políticamente incorrecto y minoritario, hacia la extrema
derecha, léase Vox; o hacia una “derecha liberal”, a la que le falta por lo menos un hervor, con la que pueden llegar a pactos
ventajosos. “Otrosí”, desde el gobierno se maneja mejor los resortes de unas
elecciones generales que desde la oposición. Es sabido que la televisión pública
es la voz de su amo, el CIS cocina las encuestas a la medida del gobierno, se
habla bien o mal del PSOE, pero se habla, se cuenta con la inercia del voto
rural, etc. Sánchez escenifica además una imposible negociación con los
independentistas catalanes (que sólo quieren un referéndum de independencia)
para presumir de su talante dialogante
y tratar de llevar a su molino el voto indeciso del "centro", o sea, Ciudadanos (un partido que más que asentarse, levita); y
se aleja por la izquierda de los principios moderados del felipismo para meterle un bocado enorme a Podemos. Tiempo habrá con el talego lleno de ponerse la máscara socialdemócrata. Finalmente, cae la
lluvia de oro de los decretos leyes de última hora (pensiones, derechos de la
mujer, impuestos, servicios sociales) sin que quede claro de dónde van a salir los
fondos para pagarlos, o sea, que se cumplirán el día del juicio final a las cinco de la tarde.
La política está únicamente supeditada a la
economía: es el capital industrial y financiero quien realmente detenta el
poder: El Poder Efectivo. Los derechos humanos sirven de aceite lubricante para
los grandes negocios. Las democracias representativas, y en esto se parecen a
la Iglesia católica, deben adaptarse al poder real como requisito de supervivencia.
El que manda, manda. ¿Recuerdan cuanto duró la ley del Tribunal Supremo a favor de los clientes sobre los impuestos de las hipotecas? Por cierto, un fantasma recorre Europa: los poderes fácticos han anunciado que se avecina otra crisis...
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