Los primeros perjudicados (aunque no los
más) por la pandemia han sido los hinchas, esos fieles laicos que acuden al
estadio con fe renovada por los últimos reveses. Cuando iba con mi hijo al
Calderón (conocí el antiguo Metropolitano, pero no el nuevo) me di cuenta de
que vivir un partido en el campo no tiene nada que ver con el
rito mullido del sofá. Es una experiencia todavía más distante que ver una
película en el cine o en la tele. Ahora mismo el mundo del sillón-ball se
divide en dos: los que ven el partido con un discreto atrezzo de
espectadores virtuales, ambiente copiado del FIFA Play, diseños versallescos
del césped, vistas cenitales, drones y cámaras aéreas, proyecciones en tiempo
real… y los que ven el partido sin trucos, en su cruda realidad, un gélido
cruce entre 22 protagonistas: ¡humano, demasiado humano!
Por cierto, muchos
socios y aficionados se han quejado de que se permitan actividades deportivas
con público, como el tenis, culturales (cine, teatro, conciertos) o de ocio
(bares y restaurantes) y se olviden del fútbol. ¿Por qué no pueden estar
seguras tres mil personas en un recinto con una capacidad de sesenta mil? El
primer problema es la abigarrada recepción del autobús oficial en los aledaños
del Estadio con banderas, bengalas y cubrebocas de papel. Cuando la policía
aparta a empujones a los más recalcitrantes para que no vuelquen el autobús se
monta la trifulca, lluvia de botellas y manifestación antifascista. El segundo,
son las carreras, gritos y abrazos en las gradas. Por no hablar del servicio de
“caballeros”. Recuerdo los del Calderón en el descanso: un canalillo en el
suelo sin separaciones; si el de al lado se la sacudía más de la cuenta volvías
a tu asiento jurando en remojo. El tercero, la salida, cuando los aficionados,
para celebrar el triunfo o suavizar la derrota, se hacinan en los bares
colindantes y el virus se une al sentir de la afición. O se van a la nave de un
colega para montar un fiestón hasta las tantas. Vuelven a casa bien cargados.
El único remedio
paliativo para la soledad sonora de las gradas es la proliferación de
entrevistas telefónicas a los aficionados del ancho mundo en los programas
futboleros de la noche (esos programas que oímos con deleite antes de dormirnos
a salvo del virus): camioneros en route, erasmus catalanes en
Finlandia, malagueños que van con el Bilbao, jubilados insomnes, currantes
nocturnos, toda una fauna dickensiana que compite en propuestas y predicciones
con Maldini, Valdano, Segurola o Manolo Lama (los padres de la iglesia). ¿Por
qué no aplican la razón a la política?
Aviso a los amantes de
la estadística: La empresa MBD Analytics ha hecho un estudio sobre
cómo ha influido en los resultados la falta de público, tras comparar las cinco
últimas temporadas. También mide el número total de disparos, de goles, incluso
de faltas (hay gente para todo): Según el estudio, la ausencia de público
ha disparado las victorias visitantes, aunque tan solo en un 6,1%. Antes, los que jugaban
en casa ganaban un 45,7% de los partidos. Desde que la pandemia cambió las
variables del juego, solo lo hacen en un 40,6% de las ocasiones. Es llamativo,
especialmente, el escaso cambio en los empates. Cuando había afición en
los estadios, se empataban el 24,3% de los duelos. Desde marzo, el 23,3%. Así pues, la
estadística que verdaderamente ha presentado una evolución notable es la de los
triunfos fuera del feudo habitual. Nada especialmente llamativo. Tezanos debería tomar nota
de que la verdad estadística suele ser insulsa.
Tampoco los jugadores pagados onerosamente parecen cuidarse del covid. Cuanto mayor es el presupuesto más contagios se producen. De burbujas profesionales nada. Mas bien, videos traidores en las redes del cumpleaños del lateral izquierdo con varias figuras del plantel rodeados de curvas mareantes y copas de champán. Después, asintomáticos dos semanas en un casoplón de Mallorca. Cuando vuelven ya no son, como aquella mujer de la vida, ni sombra de lo que eran. Eso sin contar el rastro de contactos que dejan y las facturas de las PCR hechas tres veces a todo el que les ha dicho buenos días. En la mayoría de los casos, sólo me interesan las figuras como magos del balón no como personas. Abunda el ego desmedido, el nuevo rico y el rebuzno nacional. Pero no todo han sido alegrías para los cuerpos gloriosos: el confinamiento de los jugadores en el gimnasio de su casa, incompatible con el alto rendimiento; la ausencia de una pretemporada planificada para alcanzar el punto óptimo de forma, la sobrecarga de partidos en dos o más competiciones para cumplir el calendario y los contratos televisivos, el estrés de grupo y los continuos controles médicos… han tenido como consecuencia un alud imparable de lesiones; las plantillas se han quedado en los huesos y la competición devaluada.
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