Telépolis

jueves, 2 de septiembre de 2021

Delfinarios

 

El confinamiento puso de manifiesto que las viviendas urbanas eran cárceles del alma. Recluidos en cien metros cuadrados (o menos) las familias amenazaron con convertirse en un polvorín. Por fortuna el hogar latino es un matriarcado, una unidad de destino donde las madres disponen con mano firme, sin las inútiles monsergas y estridencias paternas; donde llaman “mi bebé” a su hijo treintañero que con un empleo mileurista sobrevive en su cuarto de estudiante con la play, la bufanda del Madrid y un poster de los Rolling. Por fin pudimos imaginarnos lo que sienten los animales del zoo en sus sombríos recintos o los delfines, orcas y belugas en sus circos acuáticos.

A mediados de agosto visitamos con nuestra hija, su marido y los nietos el Oceanográfico de Valencia. Era domingo por la mañana y el complejo hervía de mascarillas. Recorrimos las instalaciones de los ambientes acuáticos y finalmente nos sentamos en las gradas del delfinario. Esperamos un buen rato, música trotona de fondo, hicimos tres veces la ola, escuchamos las palabras de niño y niña (¿formaban parte del montaje?) y finalmente asistimos a las piruetas y cabalgadas de los defines mulares. El espectáculo no resultó especialmente brillante; era como si hubiesen recortado y espaciado los números. Nos marchamos antes para evitar la marea de salida. Una empleada comentaba a un grupo de insatisfechos que los fines de semana había más sesiones y no se podía agotar a humanos y animales. Aún menos convincente me resulto el mensaje de la presentadora ilustrado en una pantalla gigante repleta de gráficos. El propósito del oceanográfico es, dijo, estudiar la conducta de los delfines (?), los métodos de adiestramiento, la exhibición de sus destrezas, su reproducción y cuidados, en definitiva, abrir las puertas a la bioeducación… Lo cierto es que no me convencen los argumentos naturalistas, pseudoecologistas, de los delfinarios. Se trata de seres vivos muy inteligentes, con un avanzado sistema emocional, sacados de su medio marino o nacidos en cautividad, forzados a vagar sin fin en sus piscinas, esclavos de las rutinas y una existencia en bucle; incapaces de encontrar, como creían los estoicos, la libertad en las cadenas. Es muy recomendable el documental Blackfish de Netflix (está en YouTube) para saber qué es realmente un delfinario y por qué las orcas atacan y matan a sus instructores. En fin, sin ánimo de ofender, las opiniones son como los traseros: cada cual tiene el suyo.

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