Cada época ha tenido su particular
concepción de la naturaleza: la materia eterna en constante proceso de cambio,
el estado inferior de la realidad creada, natura naturans y natura
naturata, Dios o la naturaleza, un libro misterioso escrito en lenguaje
matemático, un inmenso mecanismo de relojería, la manifestación externa de lo
bello y lo sublime.
Ya avanzado el siglo XXI, la
naturaleza es para la tecnociencia objeto de investigación en lo micro y
en lo macro, de avances vertiginosos, de multinacionales energéticas, de
inversiones milmillonarias. Y si entendemos, por ampliación, el universo
entero, entonces el conocimiento de la materia se extiende hasta los límites de
lo impensable (en sentido literal) puesto que sabemos por la teoría de la relatividad
y la física cuántica que el mundo no es tal como lo observamos por los
sentidos, sino como lo describe con asombro el físico George Gamow en su
popular libro El país de las maravillas. La máxima del Obispo
Berkeley Ser es ser percibido, en general los
principios del empirismo epistemológico, ha perdido por completo su vigencia.
Pero llegó la pandemia y se
produjeron novedades en la visión de la naturaleza. Una visión ambivalente:
como amenaza y como solución. En el primer caso un retorno a los supuestos del
apocalipsis. En el segundo una explosión incontrolada de neorruralismo. Aquí nos referimos al primero.
Las catástrofes naturales forman
parte de la humanidad. Erupciones volcánicas que sepultaron ciudades,
terremotos y tsunamis devastadores, huracanes descontrolados, inundaciones
imparables, sequías prolongadas, olas de calor extremas, heladas persistentes,
granizadas severas, nevadas profundas, incendios voraces, etc. En nuestro país
hemos sufrido últimamente casi todas las plagas de Egipto, siempre relacionadas
con el cambio climático. Los destrozos de Filomena, la ola de calor
insoportable de la segunda mitad de agosto, los incendios posteriores.
Como advierte Justin Rowlatt,
corresponsal de medio ambiente de la BBC: El mundo tiene un tiempo
limitado para actuar si quiere evitar los peores efectos del cambio climático.
La pandemia de covid-19 fue el gran problema de 2020, sin duda, pero espero
que, para fines de 2021, las vacunas se hayan activado y hablemos más sobre el
clima que sobre el coronavirus. Este año que comienza será decisivo. El
mismo secretario general de la ONU afirma que estamos librando una "guerra
suicida" contra la naturaleza. El Grupo Intergubernamental de Expertos
sobre el Cambio Climático (IPCC) de Naciones Unidas ha publicado un diagnóstico
demoledor sobre las consecuencias del calentamiento global en las próximas
décadas. Se trata de una alerta roja sin paliativos. Según el informe, las
emisiones continuas de gases del efecto invernadero podrían quebrar el límite clave
de la temperatura global en poco más de una década, después se
desataría nuestra némesis. Está en juego aquí y ahora la
supervivencia de la especie humana.
También las epidemias y pandemias
pueden ser consideradas catástrofes naturales (aunque por el momento no está
claro si el virus SARS-CoV-2 es natural o un producto de laboratorio). El Grupo
de Trabajo Científico Internacional en Prevención de Pandemias, organizado por
el Instituto de Salud Global de Harvard, en un informe publicado este
18 de agosto, analiza el riesgo actual de que surjan nuevas enfermedades como
la covid-19: la posibilidad de propagación de enfermedades infecciosas que
puedan desencadenar otra pandemia ha aumentado en las últimas cinco
décadas debido a una creciente alteración de los ecosistemas causada
por la proliferación de explotaciones agrícolas, pesqueras, madereras o mineras
no sostenibles. Estas prácticas antinaturales degradan el medio ambiente y
provocan el desplazamiento forzoso de especies lejos de sus nichos biológicos…
lo que puede provocar zoonosis, es decir, que un patógeno de alto
riesgo latente en un animal se transmita a la especie humana y se declare una
enfermedad pandémica. La lista de enfermedades zoonóticas es interminable y
cada vez más letales.
A escala cósmica, se han
multiplicado las predicciones apocalípticas de colisiones de asteroides y
cometas con la Tierra. Obviamente, los anuncios de la NASA sobre posibles
impactos peligrosos no han variado mucho, pero sí la presencia de estas
amenazas en los medios de comunicación. El telón de fondo de este creciente interés
por los futuros desastres extraterrestres procede de la convicción, surgida de
la pandemia, de la fragilidad de la vida humana y, por extensión de la propia
humanidad. Después de todo, la ONU ha alertado de que cada día se
extinguen en nuestro planeta 150 especies. Habría que retornar a la
mentalidad colectiva de la Edad Media para encontrar una crisis tan profunda
del antropocentrismo. Hemos dejado de ser el centro del universo para convertirnos en potenciales víctimas de los más grande y lo más pequeño. El arquetipo jungiano de la Sombra, nuestra parte oscura
y reprimida sobrevuela el conjunto de las relaciones sociales. Ni siquiera los
avances de la tecnociencia y los desmentidos de la NASA consiguen esconder
nuestras miserias. El mito del fin del mundo, constante en todas las
civilizaciones, recobra vigencia renovada y nos envuelve con sus peores
temores. La Sombra ha sido convocada y comparece.
No hay comentarios:
Publicar un comentario