Telépolis

domingo, 10 de julio de 2022

Big data

 

Aparte de sus catorce amantes, según cuentan las crónicas, el único problema que le quitaba el sueño a Luis XIV, el rey omnipotente, era el control de la información; es decir, no ser omnisciente. Sabemos que disponía de una eficiente policía secreta, una red de espías que hurgaba en cada rincón de Francia, un número desmedido de confidentes, delatores, soplones y chivatos a sueldo de las arcas del Estado que, según decía con frecuencia, era Él mismo. Aun así, reprochaba a sus ministros que nunca se enteraba de nada… Los cotilleos de la corte son más útiles que estos embrollos, añadía indignado tras lanzar los papeles al viento. Y tenía razón. Lo cierto es que la información es poder, fama y dinero. Dicho de otro modo: un suceso como tal, en bruto, si es que existe algo así, recorría hasta llegar al Rey Sol una escala ascendente de sujetos cada uno de los cuales lo utilizaba en beneficio propio tras introducir sutiles mutaciones, variantes interesadas y dudosas interpretaciones. Ahora, por el contrario, la información es recolectada sin molestos intermediarios, sin ruidos, sin trampa ni cartón por las nuevas tecnologías (Big data) para su tratamiento direccional mediante complejos algoritmos informáticos. Cito un artículo publicado por el diario El País hace unos días:

Parece mentira, pero existe un sector sin paro con los mejores sueldos en España. Es el área tecnológica y, dentro de ella, hay una especialización que está en auge: el big data. Esta industria recopila, almacena y analiza el reguero de datos que generamos cada segundo, ya sea subir una foto a Istagram o buscar dónde cenar. Detrás de cada gesto que hacemos hay un equipo especializado en macrodatos que se dedica a estudiar nuestras preferencias, tendencias y perfiles. Son ingenieros, programadores o analistas.    

El artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclama a los cuatro vientos que: Nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, su familia, su domicilio o su correspondencia, ni de ataques a su honra o a su reputación. Toda persona tiene derecho a la protección de la ley contra tales injerencias o ataques.

En realidad, habría que redefinir lo que se entiende en pleno siglo XXI por vida privada. Los historiales personales de navegación, el barrido de opiniones en las redes sociales, incluso la actividad itinerante fuera de telépolis, están controlados por las grandes tecnológicas. La única forma de evitar esta intromisión permanente en tu privacidad es llevar, como San Jerónimo, una vida de anacoreta en una cueva del desierto y esconderte cuando pasa el satélite no sea que lean tus devotos labios y conozcan tus deseos más íntimos para complacerlos a buen precio. Puedo imaginarme al santo varón asombrado por la llegada de un dron con pizzas y un vibrador masculino.   

En todo caso, es preciso distinguir los dos niveles de influencia que tiene este seguimiento exhaustivo de los patrones de navegación de los ciudadanos: el impacto individual y el global. En mi caso, como individuo me afecta poco. En el fondo, me da igual que Google, Apple o Facebook conozcan las páginas web que visito, los lugares que recorro, mis restaurantes favoritos o los viajes que hago. Por lo demás, semanalmente los elimino (o creo que lo hago). Como soy Amigo de paradores, me envían por correo las ofertas del mes. Igual, las agencias de viaje. Me he comprado un coche nuevo y la marca me envía correos con catálogos de accesorios y suscripciones. He buscado en Amazon un scanner y me ha llegado vía web un amplio surtido de modelos. Además, publico un blog en blogger, la plataforma de Google (¡qué más quieren saber de mí!). Me hizo gracia un Watch de Facebook (videos subidos por cierto usuarios, normalmente picantes) en el que una monja cubierta de negro hasta el moño no consigue pasar el arco de seguridad del aeropuerto porque siempre le pita. Empieza a quitarse la ropa y complementos de dentro afuera (¡y qué ropa!), y como el final me parecía bastante previsible volví al inicio. Al día siguiente la oferta Watch de señoras que no pasaban el arco se multiplicó por tres. Las tecnológicas cuentan con potentes lectores de reconocimiento faciales y de objetos, pero con limitaciones. Hace tiempo subí a una conocida plataforma varios desnudos de la pintora Tamara de Lempicka y al día siguiente recibí una amenaza de baja si repetía la difusión de imágenes obscenas. La Inteligencia Artificial, capaz de ganar al mejor ajedrecista del mundo, no distingue la naturaleza del arte.

El mayor inconveniente del filtrado masivo de datos son las llamadas comerciales no deseadas que proceden de listas propias o compradas a proveedores del Big data. A la currita de una operadora de telefonía ante su insistencia llegué a decirle que no podía cambiarme de compañía porque no tenía teléfono… Ni se inmutó; siguió con el rollo hasta que colgué. ¡Cuidado con irte de la lengua poque te están grabando y todo lo que no sea un NO rotundo lo consideran un SÍ! Me apunté a la lista Robinson, pero da igual. Si bloqueas el número te llaman desde otro.

Otro asunto es el demoledor impacto de los Big data en la economía de mercado. Palabras como data sciencie, modelización matemática, citizen sciencie, variables latentes, etc. forman parte de un método cuyo fin último es la optimización de activos, el cálculo de inversiones financieras y el techo del balance empresarial. Por supuesto, puede tener otros usos: conservación del medio ambiente, predicción de la curva de una pandemia o análisis de las necesidades educativas de una sociedad.  El deporte profesional de élite, por ejemplo, no es ajeno a esta metodología. En realidad, puedes tomar datos de cualquier fuente.

Un uso controvertido del Big Data Analytics es el rastreo masivo de las comunicaciones para prevenir posibles ataques terroristas y, en general como estrategia militar. Todos las Agencias de Seguridad de las potencias mundiales, especialmente la norteamericana, disponen de medios electrónicos para seleccionar y controlar informaciones cruciales para evitar atentados y localizar objetivos humanos de alto interés. ¿Libertad o seguridad? Como se trata de una antinomia, es decir, de una contradicción en la que tesis y antítesis pueden ser demostradas con igual fuerza, la única solución es que desempaten con sus propias cabezas. Aunque el procedimiento se puede volver en contra, como ocurrió en el caso de las filtraciones de Wikileaks con cerca de 400.000 documentos militares clasificados y más recientemente con Pegasus el software espía más poderosos del mundo que se ha introducido sin permiso en miles de ordenadores, entre ellos los celulares de los más desatacados dirigentes del planeta. No somos nadie. Cuando afirmamos con fundamento que la democracia representativa se degrada deberíamos comenzar por una reflexión a fondo sobre el significado del Big data. Y todavía no han entrado en escena los ordenadores cuánticos que harán posibles impensables algoritmos. Un ordenador cuántico logra en 36 microsegundos resolver lo que uno clásico en 9.000 años. Los poderes fácticos están cambiando.

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