Telépolis

viernes, 26 de agosto de 2022

El coronel Abengoa. Técnica y tecnología

 

Hace tiempo sostuve unas conversaciones intermitentes con mi buen amigo el coronel Carlos Abengoa, hombre solitario, soltero profesional, misántropo sin malicia y militar ilustrado hasta donde alcanzo, pues es poco dado a confidencias personales y mi trato con él se reduce a unas breves estancias periódicas en un país de África Ecuatorial al que fui por razones profesionales. Nos presentaron durante una cena de cortesía que ofreció el embajador español en su residencia oficial al equipo de la Agencia de Cooperación Internacional (del que yo formaba parte) junto a otros miembros de la comunidad educativa; entre ellos, el coronel Abengoa, profesor titular de historia contemporánea en la extensión de la UNED de… Nuestra misión era asesorar a nuestros colegas africanos sobre el diseño curricular de las asignaturas de Bachillerato y la elaboración de los correspondientes libros de texto. Durante la cena el embajador se sintió obligado a disertar sobre las diferencias entre los rasgos culturales del país africano y el nuestro adobadas con anécdotas diplomáticas de perfil plano. En lugar de prestar atención y desconectar, algunos pelotaris avivaron con sus preguntas la hoguera de las vanidades. Un bostezo mal reprimido por mi parte, cuando un impecable mayordomo autóctono con uniforme de gala y guantes blancos retiró el segundo plato, fue la señal de nuestra futura amistad. Tras la cena nos dispersamos por la amplia residencia en grupos heterogéneos mientras el anfitrión seguía dando la matraca al representante de la Alta Inspección y al Agregado Cultural de la embajada. Algo achispados esa misma noche discutimos sobre la existencia de leyes históricas según el marxismo y otras teorías escatológicas. Siguiendo instrucciones muy precisas de las autoridades educativas españolas evitamos cualquier alusión crítica al país que solicitaba nuestra colaboración. Sobre todo, políticas. Sólo un detalle. La primera reunión oficial con las autoridades educativas fue peculiar. En la mesa presidencial estaba el gobierno al completo, incluido algún general con sable y colección de medallas. Durante los obligados discursos no dejaron de sonar los móviles de los profesores nativos sin que nadie se inmutara. Un rasgo cultural que el embajador, según parece, se olvidó de comentar. Luego me explicaron que era un símbolo de estatus y con algo más de malicia que era muy probable que se llamaran entre ellos. Quedamos Abengoa y yo con frecuencia en la Casa de España al amor del aire acondicionado y al buen trato del jefe de camareros, un simpático gaditano con buena mano para los cocteles étnicos. En nuestras charlas buscamos un terreno común lo que me dio la oportunidad de conocer sus ideas sobre filosofía de la historia. La primera era que el poder político está subordinado al poder económico, pero ambos, en última instancia, se sustentan en el poder militar. Resumí sus argumentos en una entrada de mi blog titulada C’est la guerre!

Ahora, jubilado, el coronel, nacido en Mondragón, ha vuelto del continente africano a su tierra de adopción, Madrid, donde tuvimos oportunidad de reanudar nuestras charlas sobre ochenta y tres diversas cuestiones, como reza (nunca mejor dicho) el título del opúsculo de San Agustín, casi todas, en la cafetería del Ateneo de Madrid. Un sitio que, por alguna razón, le inspira especialmente. Fui socio antes de mi aventura ecuatorial, ahora me he reenganchado, sentenció sin más. Entre todas, por su continuidad con la tesis antes expuesta, me resultó especialmente lúcida su nueva versión del motor de la historia. Voy a tratar de recordarla lo más fielmente posible.

El término “técnica”, comenzó Don Carlos tras apurar el primer sorbo del gin-tonic, procede, como es sabido del griego tékhne, que significa arte u oficio, industria o habilidad para hacer algo. La especie humana apareció gracias a la técnica y será la técnica la que hará que desaparezcamos de la Tierra, no lo dude (siempre nos tratamos de usted, una de las pocas formas de preservar la amistad entre adultos). Como sabe, el conocimiento técnico es el más antiguo en la evolución biológica y cultural del ser humano. Sin la técnica, sin la utilización, primero, y la posterior fabricación de instrumentos y herramientas no hubieran sido posible los procesos de hominización y humanización. La gran ventaja de la técnica frente a otros estadios iniciales del conocimiento como el mito, la magia, la religión o el arte cavernario fue que se trataba de un saber de control y dominio real de la naturaleza y la sociedad (no imaginario, simbólico, ornamental o propiciatorio). Era un saber efectivo, reglado, público, especializado, predictivo, revisable. La gran revolución neolítica hace nueve mil años fue posible por la implementación de nuevas técnicas aplicadas a la agricultura y la ganadería. Asimismo, el descubrimiento de nuevos materiales hizo posible el paso de la prehistoria a la historia con el surgimiento de las primeras civilizaciones: Asiria, Mesopotamia, Egipto y Persia.

Lo segundo, prosiguió, el final de la especie humana, un problema especulativo, distópico pero fundado, tiene su punto de partida en la gran Revolución científica del Renacimiento que culmina con la obra de Newton a finales del siglo XVIII cuando la antigua técnica basada en reglas de tanteo y eficacia se transforma en tecnología, es decir, en un saber con soporte científico: la tecnociencia. Se puede afirmar que el resto de las instituciones que configuran el desarrollo de las civilizaciones, la economía, la política, las fuerzas armadas, la familia, el sistema educativo, la moral, la religión, la medicina e incluso el deporte dependen directamente de la tecnociencia como el factor subyacente del proceso histórico. No se trata, prosiguió Abengoa, de un planteamiento reduccionista sino transversal. Podemos afirmar que la tecnociencia atraviesa y da sentido al resto de los factores de la historia. Sería interesante explicar la relación de dependencia de cada una de las instituciones con el factor central que las transforma. Le invito a intentarlo con cualquiera de ellas, por ejemplo, la familia, la economía, las fuerzas armadas o el deporte. En cualquier caso, esta idea surge con la famosa Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (“Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios”) editada entre los años 1751 y 1772 en Francia bajo la dirección de Denis Diderot y Jean le Rond d'Alembert. Su adquisición por la Real Academia Española de la Lengua ha sido admirablemente novelada por Arturo Pérez Reverte en su obra Hombres buenos. Se la recomiendo (la conozco le dije). Por cierto, y lo digo como elogio Don Carlos, me recuerda usted mucho al personaje central de la novela, el almirante don Pedro Zárate. Prosiguió sin inmutarse: la tecnociencia como factor central sobre el cual pivotan el resto de los pilares de la evolución histórica puede ser entendida a partes iguales como esperanza de futuro y amenaza de extinción. Como propone el consabido tópico, la tecnología no es en sí misma buena o mala, todo depende del uso que hagamos de ella. Me gustaría que nos fijáramos ahora en la segunda acepción, justamente la contraria al espíritu de la Enciclopedia y a la idea ilustrada de progreso. En tal caso podemos intentar un breve esbozo de la presencia negativa de la tecnociencia en algunas de las instituciones citadas. Es decir, del mal uso y sus consecuencias.

(Continuará)

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