El lenguaje inclusivo, una forma
incorrecta pero intencional de forzar la gramática, descalificada por la Real
Academia Española de la Lengua, tiene además un significado inconsciente
inverso al que pretende potenciar. Alguien que crea en la plena igualdad del
hombre y la mujer sin fantasmas en el sótano no debería usar expresiones tan
disonantes como las que propongo a continuación. Por ejemplo, una profesora se
dirige a la clase del siguiente modo: los alumnos y las alumnas deberán ponerse
de acuerdo en la fecha del examen de Lengua y Literatura. Es una expresión
redundante que trata de evitar con calzador que el término “alumnos” se asocie
inevitablemente a “alumnos varones”. En realidad, las aulas acogen una cantidad
similar de jóvenes de ambos sexos. A un profesional de la enseñanza le resulta
imposible asociar la palabra “alumnos” a un aula sólo de varones; alguien debe
tener interiorizado un cierto machismo inconsciente para enfatizar una y otra
vez que en un aula hay alumnas y no aceptar sin más que un alumno puede ser de
cualquier sexo. El objetivo del
feminismo es mostrar que la igualdad entre hombres y mujeres es una obviedad,
no algo que deba ser reforzado continuamente mediante el lenguaje inclusivo. Apliquen
el mismo ejemplo a una convención de médicos, a un congreso de arquitectos o a
una reunión de jueces o notarios. Profesiones de altura en las que abundan las
mujeres. Además de incorrecto el femenino es cacofónico. En una votación para
elegir a un cargo sindical sería chocante que el presidente de la mesa dijera:
todos y todas deben identificarse antes de introducir la papeleta en la
urna, etc. Por cierto, el absurdo término “todes” debería molestar
especialmente a los que señala porque la palabra “todos” incluye a cualquier
persona sin etiquetas de género.
El presidente del
gobierno utiliza en sus intervenciones la muletilla inclusiva
“ciudadanos y ciudadanas”. Obviamente es un guiño a sus socios de gobierno y un
anzuelo electoral. Como si el término "ciudadanos" no incluyera por
definición a las mujeres. El nombre del partido que apoya al gobierno
es un despropósito. Unidas podemos sugiere literalmente que o
bien no hay varones en ese partido o que tienen un papel secundario. Ciudadanos
de segunda, ahora sí.
El lenguaje inclusivo
revela el machismo latente de quienes no se acaban de creer que no tiene nada
de insólito que haya mujeres entre los alumnos, los médicos, los arquitectos
los jueces o los políticos; su uso sistemático a fin de visibilizar y empoderar a
la mujer sugiere más bien la dificultad de asumir realmente (no basta con
reconocer oficialmente) que las mujeres tienen las mismas capacidades que los
hombres. No hace falta dar la matraca permanente. Parece que necesitan recordárselo a sí mismos en todo
momento y que los demás lo tengamos siempre presente. Es como si dijéramos que
un negro puede jugar igual que un blanco al fútbol. A nadie se le ocurre
semejante perogrullada.
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