Telépolis

lunes, 12 de septiembre de 2022

El lenguaje inclusivo

 

El lenguaje inclusivo, una forma incorrecta pero intencional de forzar la gramática, descalificada por la Real Academia Española de la Lengua, tiene además un significado inconsciente inverso al que pretende potenciar. Alguien que crea en la plena igualdad del hombre y la mujer sin fantasmas en el sótano no debería usar expresiones tan disonantes como las que propongo a continuación. Por ejemplo, una profesora se dirige a la clase del siguiente modo: los alumnos y las alumnas deberán ponerse de acuerdo en la fecha del examen de Lengua y Literatura. Es una expresión redundante que trata de evitar con calzador que el término “alumnos” se asocie inevitablemente a “alumnos varones”. En realidad, las aulas acogen una cantidad similar de jóvenes de ambos sexos. A un profesional de la enseñanza le resulta imposible asociar la palabra “alumnos” a un aula sólo de varones; alguien debe tener interiorizado un cierto machismo inconsciente para enfatizar una y otra vez que en un aula hay alumnas y no aceptar sin más que un alumno puede ser de cualquier sexo. El objetivo del feminismo es mostrar que la igualdad entre hombres y mujeres es una obviedad, no algo que deba ser reforzado continuamente mediante el lenguaje inclusivo. Apliquen el mismo ejemplo a una convención de médicos, a un congreso de arquitectos o a una reunión de jueces o notarios. Profesiones de altura en las que abundan las mujeres. Además de incorrecto el femenino es cacofónico. En una votación para elegir a un cargo sindical sería chocante que el presidente de la mesa dijera: todos y todas deben identificarse antes de introducir la papeleta en la urna, etc. Por cierto, el absurdo término “todes” debería molestar especialmente a los que señala porque la palabra “todos” incluye a cualquier persona sin etiquetas de género.

El presidente del gobierno utiliza en sus intervenciones la muletilla inclusiva “ciudadanos y ciudadanas”. Obviamente es un guiño a sus socios de gobierno y un anzuelo electoral. Como si el término "ciudadanos" no incluyera por definición a las mujeres. El nombre del partido que apoya al gobierno es un despropósito. Unidas podemos sugiere literalmente que o bien no hay varones en ese partido o que tienen un papel secundario. Ciudadanos de segunda, ahora sí.

El lenguaje inclusivo revela el machismo latente de quienes no se acaban de creer que no tiene nada de insólito que haya mujeres entre los alumnos, los médicos, los arquitectos los jueces o los políticos; su uso sistemático a fin de visibilizar y empoderar a la mujer sugiere más bien la dificultad de asumir realmente (no basta con reconocer oficialmente) que las mujeres tienen las mismas capacidades que los hombres. No hace falta dar la matraca permanente. Parece que necesitan recordárselo a sí mismos en todo momento y que los demás lo tengamos siempre presente. Es como si dijéramos que un negro puede jugar igual que un blanco al fútbol. A nadie se le ocurre semejante perogrullada. 

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