Telépolis

domingo, 4 de diciembre de 2022

El coronel Abengoa. La idea de progreso

 

Invité a comer un arroz abanda en el restaurante La Barraca a mi buen amigo el coronel Don Peio Abengoa Garmendia, doctor en Historia Contemporánea y Licenciado en Filosofía, oriundo de Mondragón. Me lo presentó el agregado cultural de la embajada de un país del África Ecuatorial en uno de mis viajes de trabajo. Se había jubilado con la setentena y hacía casi dos meses que no nos veíamos. Siempre lo he considerado mi Sócrates particular, un maestro en el arte de la dialéctica. 

- He leído hace poco, le dije, la novela de Arturo Pérez Reverte, Algunos hombres buenos, literatura de pandemia (añadió), es distraída desde la primera página, bien escrita y con una documentación, real e imaginaria, excelente. Es el típico libro que te engancha y no puedes dejarlo hasta que el mal perece y el bien prevalece. Los buenos y los malos están bien construidos, no como nuestros políticos bipolares que convierten la vida nacional en una mala novela del Oeste. Me gustó volver a esa idea del progreso indefinido de la humanidad que defendían con tanta convicción los grandes filósofos del siglo de las luces (Kant incluido), sobre todo los franceses que forman parte de la intrahistoria de la narración. Es admirable su confianza ilimitada en la eficacia y universalidad de la razón. ¿Qué le parece, coronel, la idea ilustrada de progreso?

- Es una idea metafísica, una síntesis absoluta de la totalidad de la historia. Se trata en el fondo de una utopía determinista, teleológica, que sostiene, como el marxismo de Marx o el positivismo de Compte, la existencia de unas leyes o estadios que rigen el sentido interno de los hechos históricos cuyo sujeto activo o pasivo es el hombre. En todo caso, habría que trocear la historia en sus elementos constituyentes, las instituciones, y aplicarles la idea de progreso. Me refiero a la familia, la moralidad, la religión, la economía, la educación, la política, la medicina, el deporte…

- Aun así, es muy complicado, le dije. Imposible llegar a un acuerdo consistente. Cuando nos conocimos en la embajada española usted era amigo (y consejero) del embajador y yo uno de los expertos de un equipo interdisciplinar encargado de elaborar con los profesores del país ecuatorial los programas de Enseñanza Secundaria y Bachillerato. Mis colegas me comentaron las enormes dificultades que tuvieron con la asignatura de Ética. Al proponer los Derechos Humanos como principal referencia normativa, los profesores nativos se resistieron. Los Derechos Humanos, argumentaban, son un invento europeo. No son universales. Nuestro país se rige por otros valores, a veces contrapuestos, basados en las relaciones de dominio interétnico, el carácter supranacional de las etnias, el patriarcado, la poligamia, la supremacía de los jefes tribales y el liderazgo hereditario. Al final, curiosa paradoja, tuvo que intervenir el líder supremo para imponer nuestro criterio. Necesitamos libros de texto homologables con los planes de estudios europeos sin excepción, fue, en resumen, la conclusión.

- En el fondo, comentó Abengoa, la ley del más fuerte. 

- En tal caso se podría afirmar que en sentido estricto sólo se podría aplicar la idea de progreso a la ciencia. Esta esta era la idea fundacional del pensamiento ilustrado que tuvo su culminación en la Enciclopedia, o Diccionario razonado de las ciencias, las artes y los oficios.      

- Ni siquiera a la ciencia, dijo Arbeloa. Más que de progreso científico habría que hablar de sustitución de la realidad. El mundo de la física aristotélica es distinto al de Galileo y este al de Descartes que es inconmensurable con el de Newton, a su vez radicalmente distinto al universo relativista que, por otra parte, tiene graves incompatibilidades con la mecánica cuántica. No existen los hechos puros, cada paradigma o marco teórico determina los suyos, cada revolución científica descubre un nuevo universo. La evolución de la ciencia no es acumulativa sino discontinua. La existencia objetiva, la cosa en sí kantiana, es incognoscible. El único vínculo con la cosa en sí, aunque vacío, es el lenguaje matemático. En fin, aceptemos por un momento que existe el progreso científico-técnico. Más bien habría que llamarlo avance o desarrollo parcial; solo cuando suponga una mejora para el resto de las instituciones cabría llamarlo progreso. Las vacunas cumplen este requisito, pero no las tecnologías energéticas o militares. El mayor logro tecnocientífico de la historia contemporánea, internet, es completamente ambivalente. De hecho, la mayoría de las utopías científicas acaban en distopías.  

- ¿Qué podemos decir del resto de las claves de la razón práctica? ¿Hay algún tipo de progreso moral, político, religioso, económico?

- No si lo sometemos al amplio tribunal de las ideologías, la idiosincrasia, el relativismo cultural o el etnocentrismo, sentenció el coronel. Sólo es transitable la vía de la opinión. Los derechos humanos, la democracia participativa, el laicismo tolerante, la paz perpetua son ideas platónicas. Una parte nada desdeñable de la humanidad las ignora, otra las rechaza. Ni siquiera los creyentes las respetan. ¿No sigue el mundial de fútbol? Quedamos usted, yo y algún ingenuo ilustrado. Incluso se cuestiona la utilidad del árbitro asistente por video, el famoso VAR.

- Quizás se trate, en el fondo, de un falso problema, terminé. Habría que definir qué se entiende por progreso. Después de todo la primera acepción del término latino progressus (prefijo y verbo) es ir o caminar hacia adelante, ni más ni menos. 

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