No resulta fácil explicar el
término “imagen”. Demasiados usos del lenguaje y demasiados contextos de uso. Es
posiblemente la palabra más polisémica que conozco. Genéricamente hay cinco
tipos de imágenes: materiales, digitales, virtuales, psicológicas y sociales.
“Imagen” procede del latín imago cuya
traducción literal es “representación, retrato”. En la Antigua
Roma designaba la máscara de cera o efigie de los muertos que se
exponía en el Forum Romanum. En plural imagines se aplicaba
a los retratos de los antepasados que los patricios y familias distinguidas
colocaban en el atrio de sus casas guardados en armarios adosados a las paredes
y unidos entre sí formando el árbol genealógico de la familia. Tiene, por
tanto, un significado material. Una imagen material es una
representación visual de un objeto real o imaginario con fines muy diversos: entre
otros, informativo, emotivo, persuasivo, normativo o artístico. Las imágenes
materiales son el soporte de las artes visuales tradicionales: dibujo, pintura,
escultura, grabado. Las imágenes materiales pueden ser digitalizadas mediante
dispositivos de conversión analógica-digital y descargadas a través de Internet
en sitios web, plataformas y redes sociales. Un ejemplo: hago una fotografía del
David de Miguel Ángel con mi cámara digital (normalmente un móvil) y la
subo a mi perfil de Facebook con un comentario sobre mi viaje a Florencia. Las
redes sociales han creado una cultura planetaria de la imagen. Hay aplicaciones
como Instagram o TikTok que permiten a los usuarios subir fotos, montajes y
videos para interactuar con las publicaciones de otros perfiles. Hay dos
grandes categorías de usuarios: seguidores y seguidos. Los segundos son los que
cuentan con un gran número de adictos. Hablo de cientos de miles. Son los
llamados influencers que muestran cómo se debe vestir, comer,
divertirse o descubrir el sexo. Detrás de los influencers profesionales
están las grandes firmas de moda y complementos, restauración, vida nocturna o
los “juguetes sexuales”. En realidad, en Internet el producto eres tú.
Las imágenes virtuales
solamente existen de forma aparente; se trata de una realidad alternativa e
inmersiva que permite la interacción entre usuarios. Son imágenes construidas
mediante programas informáticos, como los videojuegos. Tres ejemplos. El metaverso
es un universo virtual al que nos conectamos mediante dispositivos telemáticos que
nos permiten crear nuestro doble o avatar e interactuar con los personajes del
área temática a la que nos teletransportemos, incluidos los avatares de otras
personas conocidas o desconocidas. Podemos incluso diseñar personajes con
retales imaginarios. El Deep fake es una tecnología basada en la
Inteligencia Artificial capaz de generar una imagen, un audio o un video
mediante sofisticados algoritmos que imitan a la perfección la apariencia y la
voz de una persona. El truco de sustituir el original por la ficción no es nada
nuevo, pero el grado de realismo de los deepfake es tan convincente
que resultan demoledores. Su uso en la publicación de videos pornográficos,
por ejemplo, está creando graves problemas a figuras conocidas de todos los sectores
de la vida social, especialmente en los cinematográficos. Los Chatbots
crean imágenes sonoras (un robot propiamente “no habla”). Son programas
informáticos basados en la inteligencia artificial capaces de mantener una
conversación con un internauta sobre un tema específico. Es una especie de
compañero virtual que se integra en sitios web, aplicaciones o plataformas. ChatGPT,
con 175 millones de parámetros lingüísticos, es un prototipo de chatbot desarrollado
en 2022 por OpenAI que se especializa en el diálogo. El chatbot es un modelo de
lenguaje, ajustado con técnicas de aprendizaje tanto supervisadas como de
refuerzo acumulativo. Es una especie de diccionario enciclopédico parlante que
tiene tres funciones: informar, opinar y orientar. Desconocemos sus posibilidades
futuras a medio plazo. Por el momento es una mera curiosidad.
Las imágenes también tienen, por
supuesto, un significado psicológico. En su versión más simple, una
imagen es una copia o representación mental de un objeto percibido por
cualquiera de los sentidos. Podemos tener la imagen de una rosa, del sabor del
chocolate, el olor de la hierba mojada o la textura de la piel (Mi sintaxis
es la piel de Roberta, decía un famoso semiólogo francés en plena
catarsis erótica). La cosa se complica porque en la escena de la mente entran y
salen numerosas imágenes: oníricas, subliminales, alucinatorias, fantásticas…
O inconscientes: el psicoanalista Carl Jung, discípulo de Freud,
utilizó el término Imago para referirse a la imagen mental o modelo
idealizado de los personajes que más han influido de forma positiva o negativa
(padre, madre, hermanos) en nuestra infancia. Demasiado complejo para
diletantes de la psicología profunda. O imágenes abstractas: Los
conceptos son géneros universales, nombres formados a partir del lenguaje.
El nombre de la rosa. De la primitiva rosa sólo nos queda el nombre,
conservamos nombres desnudos.
El último tipo de imágenes son las
sociales. Las democracias liberales no son el reino de la libertad sino de las
imágenes. El voto se consigue con etiquetas no con argumentos. Los asesores de
imagen se dedican a orientar a los candidatos sobre su forma de hablar,
gesticular o el color de la corbata, pero también a construir imágenes
denigrantes de sus rivales. Ha surgido una próspera industria del descrédito en
las redes sociales. Todo vale: bulos, embustes, patrañas. Hay incluso granjas
de noticias falsas. Los recortes manipulados y los discursos del odio
inundan los medios. Desde hace años los móviles se llenan de basura
sectaria. Hay expertos en el lavado de imagen de políticos con un pasado
impresentable. O vender humo con currículos cebados. Todas las falacias están
permitidas para alcanzar el rodillo. Incluso se borra o se cambia el pasado de
la historia, como en 1984. Ahora la historia no la escriben los
historiadores. Nunca la política se había alejado tanto de sus referentes.
La ética, en primer lugar: la corrupción envuelve las
instituciones. El deporte entre otras. Tratan de vendernos que un cierto
tráfico de influencias es saludable para los mercados. Después la lógica:
es rentable negar la evidencia de una pésima gestión, proponer en campaña una
cosa y la contraria según dónde, prometer que proyectos incompatibles
no lo son si gobernamos. Sobre todo, la epistemología: la verdad es un valor en
extinción. Los políticos se protegen de sus efectos indeseables. Decir la
verdad les suele costar salir por la ventana. Estamos en la era de la
posverdad.
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