Telépolis

lunes, 20 de marzo de 2023

Imágenes

 

No resulta fácil explicar el término “imagen”. Demasiados usos del lenguaje y demasiados contextos de uso. Es posiblemente la palabra más polisémica que conozco. Genéricamente hay cinco tipos de imágenes: materiales, digitales, virtuales, psicológicas y sociales.

“Imagen” procede del latín imago cuya traducción literal es “representación, retrato”. En la Antigua Roma designaba la máscara de cera o efigie de los muertos que se exponía en el Forum Romanum. En plural imagines se aplicaba a los retratos de los antepasados que los patricios y familias distinguidas colocaban en el atrio de sus casas guardados en armarios adosados a las paredes y unidos entre sí formando el árbol genealógico de la familia. Tiene, por tanto, un significado material. Una imagen material es una representación visual de un objeto real o imaginario con fines muy diversos: entre otros, informativo, emotivo, persuasivo, normativo o artístico. Las imágenes materiales son el soporte de las artes visuales tradicionales: dibujo, pintura, escultura, grabado. Las imágenes materiales pueden ser digitalizadas mediante dispositivos de conversión analógica-digital y descargadas a través de Internet en sitios web, plataformas y redes sociales. Un ejemplo: hago una fotografía del David de Miguel Ángel con mi cámara digital (normalmente un móvil) y la subo a mi perfil de Facebook con un comentario sobre mi viaje a Florencia. Las redes sociales han creado una cultura planetaria de la imagen. Hay aplicaciones como Instagram o TikTok que permiten a los usuarios subir fotos, montajes y videos para interactuar con las publicaciones de otros perfiles. Hay dos grandes categorías de usuarios: seguidores y seguidos. Los segundos son los que cuentan con un gran número de adictos. Hablo de cientos de miles. Son los llamados influencers que muestran cómo se debe vestir, comer, divertirse o descubrir el sexo. Detrás de los influencers profesionales están las grandes firmas de moda y complementos, restauración, vida nocturna o los “juguetes sexuales”. En realidad, en Internet el producto eres tú.

Las imágenes virtuales solamente existen de forma aparente; se trata de una realidad alternativa e inmersiva que permite la interacción entre usuarios. Son imágenes construidas mediante programas informáticos, como los videojuegos. Tres ejemplos. El metaverso es un universo virtual al que nos conectamos mediante dispositivos telemáticos que nos permiten crear nuestro doble o avatar e interactuar con los personajes del área temática a la que nos teletransportemos, incluidos los avatares de otras personas conocidas o desconocidas. Podemos incluso diseñar personajes con retales imaginarios. El Deep fake es una tecnología basada en la Inteligencia Artificial capaz de generar una imagen, un audio o un video mediante sofisticados algoritmos que imitan a la perfección la apariencia y la voz de una persona. El truco de sustituir el original por la ficción no es nada nuevo, pero el grado de realismo de los deepfake es tan convincente que resultan demoledores. Su uso en la publicación de videos pornográficos, por ejemplo, está creando graves problemas a figuras conocidas de todos los sectores de la vida social, especialmente en los cinematográficos. Los Chatbots crean imágenes sonoras (un robot propiamente “no habla”). Son programas informáticos basados en la inteligencia artificial capaces de mantener una conversación con un internauta sobre un tema específico. Es una especie de compañero virtual que se integra en sitios web, aplicaciones o plataformas. ChatGPT, con 175 millones de parámetros lingüísticos, es un prototipo de chatbot desarrollado en 2022 por OpenAI que se especializa en el diálogo. El chatbot es un modelo de lenguaje, ajustado con técnicas de aprendizaje tanto supervisadas como de refuerzo acumulativo. Es una especie de diccionario enciclopédico parlante que tiene tres funciones: informar, opinar y orientar. Desconocemos sus posibilidades futuras a medio plazo. Por el momento es una mera curiosidad.

Las imágenes también tienen, por supuesto, un significado psicológico. En su versión más simple, una imagen es una copia o representación mental de un objeto percibido por cualquiera de los sentidos. Podemos tener la imagen de una rosa, del sabor del chocolate, el olor de la hierba mojada o la textura de la piel (Mi sintaxis es la piel de Roberta, decía un famoso semiólogo francés en plena catarsis erótica). La cosa se complica porque en la escena de la mente entran y salen numerosas imágenes: oníricas, subliminales, alucinatorias, fantásticas… O inconscientes: el psicoanalista Carl Jung, discípulo de Freud, utilizó el término Imago para referirse a la imagen mental o modelo idealizado de los personajes que más han influido de forma positiva o negativa (padre, madre, hermanos) en nuestra infancia. Demasiado complejo para diletantes de la psicología profunda. O imágenes abstractas: Los conceptos son géneros universales, nombres formados a partir del lenguaje. El nombre de la rosa. De la primitiva rosa sólo nos queda el nombre, conservamos nombres desnudos.

El último tipo de imágenes son las sociales. Las democracias liberales no son el reino de la libertad sino de las imágenes. El voto se consigue con etiquetas no con argumentos. Los asesores de imagen se dedican a orientar a los candidatos sobre su forma de hablar, gesticular o el color de la corbata, pero también a construir imágenes denigrantes de sus rivales. Ha surgido una próspera industria del descrédito en las redes sociales. Todo vale: bulos, embustes, patrañas. Hay incluso granjas de noticias falsas. Los recortes manipulados y los discursos del odio inundan los medios. Desde hace años los móviles se llenan de basura sectaria. Hay expertos en el lavado de imagen de políticos con un pasado impresentable. O vender humo con currículos cebados. Todas las falacias están permitidas para alcanzar el rodillo. Incluso se borra o se cambia el pasado de la historia, como en 1984. Ahora la historia no la escriben los historiadores. Nunca la política se había alejado tanto de sus referentes. La ética, en primer lugar: la corrupción envuelve las instituciones. El deporte entre otras. Tratan de vendernos que un cierto tráfico de influencias es saludable para los mercados. Después la lógica: es rentable negar la evidencia de una pésima gestión, proponer en campaña una cosa y la contraria según dónde, prometer que proyectos incompatibles no lo son si gobernamos. Sobre todo, la epistemología: la verdad es un valor en extinción. Los políticos se protegen de sus efectos indeseables. Decir la verdad les suele costar salir por la ventana. Estamos en la era de la posverdad.

 

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