Telépolis

martes, 2 de mayo de 2023

La prostitución. Segunda parte

 

En la primera parte de este título nos referíamos al oficio más antiguo del mundo desde sus orígenes: Adán y Eva y ciertas especies del paraíso terrenal según algunos exégetas y etólogos, el largo proceso de hominización y las primeras culturas. Ahora intentaremos abordarlo desde una perspectiva contemporánea.

Hay que distinguir entre la prostituta profesional o trabajadora del sexo y la aficionada. Esta distinción, que no pretende ser irónica y mucho menos ofensiva, recorre la historia y resulta evidente en los tiempos que corren y en todos los tiempos. El mundo no ha cambiado en lo fundamental.

Comenzamos por las aficionadas, un ámbito lleno de grises y territorios fronterizos. Recuerdo la película de Buñuel Belle de jour (1967): una hermosa mujer de la alta burguesía francesa casada felizmente con un brillante médico capaz de satisfacer sus menores deseos… excepto las turbias fantasías eróticas que la dominan desde su niñez. Severine (la inolvidable Catherine Deneuve) se entrega en su segunda vida a los clientes más extravagantes del París profundo en un burdel de medio pelo mientras su marido pasa consulta por la mañana. Un infame proxeneta desencadena el trágico final.

Están en el filo muchos jóvenes, algunos universitarios, que se anuncian en las webs eróticas (en prensa está prohibido) para ejercer la prostitución ocasional. Reciben pingües ingresos por acostarse con un desconocido al que además aprenden a escoger. Nada de viejos babosos, solteros depres y maridos pelmazos (¿quién va entonces?). Aunque nunca se sabe: son apuestas de alto riesgo. Más grises: la tradición patriarcal del siglo XX educaba a la mujer para casarse, permanecer en la jaula, ocuparse de las tareas domésticas, la crianza de los hijos y el descanso del guerrero; esto último incluía la obligación de ponerse guapa y entregarse sin chistar a las urgencias sexuales del marido sin otra compensación que ser mantenida. Si el cabeza de familia tenía una querida todos miraban a otra parte, incluido el párroco; también la legítima debía fingir ignorancia. Y si se escapaba alguna bofetada era por su indiscreción culposa. Simone de Beauvoir (El segundo sexo) y sus herederas más radicales repitieron incansables la identidad matemática entre matrimonio y prostitución; como copia y pega la filósofa feminista catalana Laura Llevadot (1970): Las mujeres se han prostituido en los matrimonios y sin cobrar.

La presentadora de una conocida cadena de televisión norteamericana denunciaba sin rodeos un caso típico de prostitución: el ascenso por vía vaginal. La historia se ha llevado a la pantalla. Prefiero titularla Las que pasan por el aro. Tiene numerosas variantes. El jefe forrado y la secretaria ambiciosa. El divo de la ópera que acosa con promesas y amenazas a la joven soprano que cede finalmente. La teniente que se rinde al alto mando militar que se ha propuesto tirársela o convertirla en mártir. El entrenador del equipo de gimnasia rítmica que hace un trío con una morena y una rubia recién llegadas tras prometerles las medallas de oro y plata. El marido incauto y la astuta criada que pretende sacar partido del lujurioso desliz. El profesor lascivo que vende notas altas y las alumnas que las compran para prorrogar la beca… Por cierto, ¿por qué la mayoría de las parejas de los superfamosos son bellezas top-model?

Del otro lado (suena proustiano) están las profesionales. La escala es tan amplia que es imposible abarcarla. Se practica en ciertas calles de la ciudad: desperdigadas en las aceras o reunidas en los burdeles de los “barrios chinos”. En algunos países donde la prostitución está legalizada las opciones de género se exhiben en escaparates. También hay movida en parques nocturnos poco frecuentados o en los bordes de ciertas carreteras. En general, sexo oral en un banco o en el asiento del coche. El manoseo en los cines de mala reputación ha desaparecido. Nada que no sepamos de primera o segunda mano. Se trata de la prostitución de gama baja.

La visita a domicilio contratada en determinadas páginas del ramo (con alta demanda durante la pandemia) define la prostitución de gama media. Los precios de las profesionales pueden ir desde lo sesenta a los seis mil euros. Estas últimas emprenden, obviamente, la gama alta del negocio. Se denominan escorts (también hay rentboys) y son espectaculares señoritas de compañía, jóvenes y con clase, que además de dormir en tu cama, pueden acompañarte al palco de la ópera, al club de golf, al restaurante, a la fiesta con piscina o al viaje de negocios. Son prostitutas de lujo que cobran precios estratosféricos por horas. Las primeras de la lista detestan la visibilidad por lo que es preciso acceder a sus servicios mediante los consabidos contactos con otros clientes u otros medios secretos que desconozco. Saben vestir con elegancia, complementos de marca, sin atuendos provocativos, hablan educadamente de cualquier tema mundano, muchas tienen estudios universitarios y saben cultivarse. Dondequiera que vayan es más fácil identificarlas por su orondo galán maduro, al que le sacan la cabeza, vestido con un traje de mil pavos, reloj de oro, corbata de seda y zapatos Gucci de la Milla de oro. Si la parte contratante se emborracha y arma una escandalera sencillamente dan por cancelado el acuerdo (como avisaron con delicadeza) y se esfuman discretamente. No les interesa que las vean con impresentables. Por supuesto, facturan por adelantado.

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