En la primera
parte de este título nos referíamos al oficio más antiguo del mundo desde sus
orígenes: Adán y Eva y ciertas especies del paraíso terrenal según algunos exégetas
y etólogos, el largo proceso de hominización y las primeras culturas. Ahora intentaremos
abordarlo desde una perspectiva contemporánea.
Hay que
distinguir entre la prostituta profesional o trabajadora del sexo y la
aficionada. Esta distinción, que no pretende ser irónica y mucho menos
ofensiva, recorre la historia y resulta evidente en los tiempos que corren y en
todos los tiempos. El mundo no ha cambiado en lo fundamental.
Comenzamos por
las aficionadas, un ámbito lleno de grises y territorios fronterizos. Recuerdo
la película de Buñuel Belle de jour (1967): una hermosa mujer de la alta
burguesía francesa casada felizmente con un brillante médico capaz de
satisfacer sus menores deseos… excepto las turbias fantasías eróticas que la
dominan desde su niñez. Severine (la inolvidable Catherine Deneuve) se entrega
en su segunda vida a los clientes más extravagantes del París profundo en un
burdel de medio pelo mientras su marido pasa consulta por la mañana. Un infame
proxeneta desencadena el trágico final.
Están en el filo muchos jóvenes, algunos universitarios, que se anuncian en las webs eróticas (en
prensa está prohibido) para ejercer la prostitución ocasional. Reciben pingües ingresos
por acostarse con un desconocido al que además aprenden a escoger. Nada de
viejos babosos, solteros depres y maridos pelmazos (¿quién va entonces?). Aunque
nunca se sabe: son apuestas de alto riesgo. Más grises: la tradición patriarcal
del siglo XX educaba a la mujer para casarse, permanecer en la jaula, ocuparse
de las tareas domésticas, la crianza de los hijos y el descanso del guerrero;
esto último incluía la obligación de ponerse guapa y entregarse sin chistar
a las urgencias sexuales del marido sin otra compensación que ser
mantenida. Si el cabeza de familia tenía una querida todos miraban a otra parte,
incluido el párroco; también la legítima debía fingir ignorancia. Y si se escapaba
alguna bofetada era por su indiscreción culposa. Simone de Beauvoir (El
segundo sexo) y sus herederas más radicales repitieron incansables la identidad
matemática entre matrimonio y prostitución; como copia y pega la filósofa feminista
catalana Laura Llevadot (1970): Las mujeres se han prostituido en los
matrimonios y sin cobrar.
La presentadora
de una conocida cadena de televisión norteamericana denunciaba sin rodeos un caso
típico de prostitución: el ascenso por vía vaginal. La historia se ha
llevado a la pantalla. Prefiero titularla Las que pasan por el aro. Tiene
numerosas variantes. El jefe forrado y la secretaria ambiciosa. El divo de la
ópera que acosa con promesas y amenazas a la joven soprano que cede finalmente.
La teniente que se rinde al alto mando militar que se ha propuesto tirársela o convertirla
en mártir. El entrenador del equipo de gimnasia rítmica que hace un trío con una
morena y una rubia recién llegadas tras prometerles las medallas de oro y plata.
El marido incauto y la astuta criada que pretende sacar partido del lujurioso desliz.
El profesor lascivo que vende notas altas y las alumnas que las compran para
prorrogar la beca… Por cierto, ¿por qué la mayoría de las parejas de los
superfamosos son bellezas top-model?
Del otro lado
(suena proustiano) están las profesionales. La escala es tan amplia que es
imposible abarcarla. Se practica en ciertas calles de la ciudad: desperdigadas
en las aceras o reunidas en los burdeles de los “barrios chinos”. En algunos
países donde la prostitución está legalizada las opciones de género se exhiben
en escaparates. También hay movida en parques nocturnos poco frecuentados o en los
bordes de ciertas carreteras. En general, sexo oral en un banco o en el asiento
del coche. El manoseo en los cines de mala reputación ha desaparecido. Nada que
no sepamos de primera o segunda mano. Se trata de la prostitución de gama baja.
La visita a
domicilio contratada en determinadas páginas del ramo (con alta demanda durante
la pandemia) define la prostitución de gama media. Los precios de las profesionales pueden ir desde
lo sesenta a los seis mil euros. Estas últimas emprenden, obviamente, la gama
alta del negocio. Se denominan escorts (también hay rentboys) y
son espectaculares señoritas de compañía, jóvenes y con clase, que
además de dormir en tu cama, pueden acompañarte al palco de la ópera, al club
de golf, al restaurante, a la fiesta con piscina o al viaje de negocios. Son
prostitutas de lujo que cobran precios estratosféricos por horas. Las primeras
de la lista detestan la visibilidad por lo que es preciso
acceder a sus servicios mediante los consabidos contactos con otros clientes u
otros medios secretos que desconozco. Saben vestir con elegancia, complementos
de marca, sin atuendos provocativos, hablan educadamente de cualquier tema mundano,
muchas tienen estudios universitarios y saben cultivarse. Dondequiera que vayan
es más fácil identificarlas por su orondo galán maduro, al que le sacan la
cabeza, vestido con un traje de mil pavos, reloj de oro, corbata de seda y zapatos
Gucci de la Milla de oro. Si la parte contratante se emborracha y arma una
escandalera sencillamente dan por cancelado el acuerdo (como avisaron con
delicadeza) y se esfuman discretamente. No les interesa que las vean con
impresentables. Por supuesto, facturan por adelantado.
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