Telépolis

sábado, 17 de junio de 2023

Sexo artificial II. Futuro

 

Rebobinamos para buscar en el cine del pasado la tecnología sexual del futuro. Recuerdo a Jane Fonda en Barbarella (1968), de Roger Vadim, sometida al tormento de la máquina del placer excesivo inventada por el científico chiflado Duran-Duran: una extraña cama-piano con teclado de un equipo profesional de audio y partitura salida del pincel de Miró. Al final, la heroína del comic funde los plomos de la máquina. Doy a los erotómanos la dirección en YouTube de la fogosa secuencia. La única pega de la fascinante hija de Henry Fonda es que recuerda sin remedio a su padre.

En la película Desafío total (1990), de Paul Verhoeven, el protagonista Douglas Quaid (Arnold Schwarzenegger), un obrero de la construcción, decide recurrir a los servicios de Rekall, una compañía especializada en vacaciones virtuales mediante el implante en la mente de aventuras a la carta más reales que la vida misma. Por supuesto incluyen un amplio catálogo de preferencias sexuales. Es un precedente de la tetralogía Matrix (1999-2021) basada en la conexión directa de las máquinas con el cerebro. Por mucha mecánica cuántica y misterios de las partículas elementales, lo cierto es que estamos muy lejos de lograrlo. Llegamos como mucho a los dispositivos visuales de realidad mixta que permiten la interacción del usuario en un entorno digital profundo con objetos y sujetos del mundo real o imaginario. Su versión erótica, es un voyerismo de diseño, donde se pueden crear fantasías polimorfas y perversas. Por ejemplo: tu avatar, tu primer amor y Jane Fonda en la playa desierta de una galaxia muy lejana. Las verás, pero no las tocarás. El problema es que las picantes ocurrencias se podrán grabar y subir a las redes sociales. Sólo una legislación de hierro evitaría que políticos, gente guapa, actores y actrices, deportistas famosos o la tentación que vive arriba circulen por telépolis en las situaciones más embarazosas. O tú. Parece un dilema sin cuernos a los que agarrarse: imposible poner puertas al campo; imposible que tales desmanes se publiquen. La solución es el previsible hartazgo del público a corto-medio plazo de los tríos, camas redondas y otras variaciones sobre el mismo tema de las fotocopias del gran teatro del mundo. Sabemos que son imágenes falsas, miméticas, manipuladas para que reaccionen como realidades físicas. Por más que reproduzcan hasta el último gesto del personaje, el montaje resultará aún más insulso que la pornografía convencional que por lo menos es de carne y hueso. Quedarán en inocuos troleos.

Ridley Scott dirigió la primera entrega de Blade runner (1982), una distopía futurista cuyo núcleo argumental es la fabricación de androides o replicantes más humanos que los humanos, capaces incluso de sentir emociones, especialmente el modelo Nexus 6, el último producto de la empresa de bioingeniería Tyrell Corporation. Viven durante cuatro años y sólo mediante sofisticados protocolos de identificación es posible distinguir al humano del humanoide. Los replicantes son utilizados como mano de obra esclava de distinta jerarquía en la tierra y en las colonias, y, por supuesto, para satisfacción sexual (modelos de placer básicos) de los humanos. Tras una sangrienta rebelión, los replicantes menores son desactivados y los más avanzados son declarados ilegales y eliminados por una división especial de las fuerzas de seguridad, los Blade runners. Un veterano cazador de estas almas de metal, Rick Deckard (Harrison Ford) vive un apasionado romance con una bella replicante, Rachael, que le salva le vida. Ella cree en todo momento que es humana. Deciden huir del sistema para enfrentarse juntos a un futuro declinante. Es una película de culto que se cuenta entre las mejores del género. Tuvo su continuación (extensión, según los productores) en Blade runner 2049 (2017) que sitúa la acción treinta años después y es más que una digna secuela. El motivo central es el inaudito embarazo de una replicante, Rachael, el paradero del neonato y de su padre, Rick Deckard y el riesgo de la llegada de una raza dominante, física e intelectualmente superior a los humanos; algo que el maestro del género Isaac Asimov veía con buenos ojos:

Cuando los robots sean lo suficientemente inteligentes deberían sustituirnos. Una especie reemplaza a otra cuando es más eficaz. No creo que el Homo sapiens tenga un derecho divino a estar por encima de las demás. Somos tan malos cuidando de los demás seres vivos que cuanto antes nos reemplacen, mejor. Cuando la IA nos domine será porque nos lo habremos merecido.

Ahora los Blade runners son replicantes de última generación al servicio de la policía cuya misión es retirar, es decir, fulminar a los modelos obsoletos (como los Nexus 6) que sobreviven en la clandestinidad. K, un cazador creado para obedecer y que al final desobedece, convive con Joi (Ana de Armas), su pareja holográfica, a la vez virtual, sensible, sensual y sexual, un producto de Wallace Corporation. Joi tiene además la propiedad de transfigurar el cuerpo de una humana en un doble perfecto del suyo y propiciar una relación sexual insólita. Un paso más.

Me refiero, por último, a la excelente Ex Machina (2015) escrita y dirigida por Alex Garland. El argumento futurista es previsible pero convincente. Ganó el Óscar a los mejores efectos visuales. No les piso la trama. Sólo quiero añadir que supone el triunfo de la inteligencia artificial femenina sobre su tiránico creador, un ingeniero de programas dueño del buscador más importante del mundo y partidario del no es sí con sus modelos. Ava (Alicia Vikander), la ginoide de última generación despliega una estrategia de comprensión, seducción y predicción sólo comparable al cálculo de los millones de jugadas por segundo de las supercomputadoras que dan jaque mate a los grandes maestros del ajedrez. El final de la película es tan abierto como la conclusión que sigue.  

Si los ingenieros del futuro son capaces de construir una máquina con un equipamiento capaz de reproducir funciones psicológicas, tendrá estados mentales equivalentes a los humanos: la autoconciencia, el lenguaje, el pensamiento, los sentimientos y los impulsos sexuales. ¿También procesos inconscientes? Los especialistas en Inteligencia Artificial trabajan a marchas forzadas porque las posibilidades de transformar el mundo, no sabemos en qué dirección, dependen en gran medida de esta tecnología de la conducta. Estamos hablando de la tercera revolución industrial, la más inquietante y transformadora de todos los tiempos. Las posibilidades en general son impensables. En cuanto a la sexualidad artificial, al principio serán robots muy caros, como las televisiones de plasma, los primeros smartphones y demás pantallas que nos rodean. Luego bajarán los precios y se harán más asequibles, aunque los gentilhombres y cortesanas de lujo estarán solo al alcance de la casta. Es lo único seguro. 

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