Telépolis

miércoles, 9 de agosto de 2023

Elogio de los Paradores

 

Dos grandes de España de titularidad pública: La Biblioteca Nacional y los Paradores de Turismo. Tengo la credencial de investigador de la Biblioteca por haber colaborado en la publicación de algunos manuales, aunque no investigo nada, sólo voy por las mañanas, cada vez menos, a terminar los Episodios nacionales y escribir estas líneas. Soy socio de Amigos de Paradores desde que se fundó el club. Hicimos el Grand Tour de recién casados por los paradores de Galicia: Cambados, Bayona, Pontevedra, Santiago, Vilalba.

Si eres habitual (leo con desagrado que la palabra fidelización está en la RAE) te regalan la Tarjeta Oro que te permite sabrosas promociones y descuentos. Sobre todo, si has cumplido los cincuenta y cinco. Además, acumulas puntos por estancias que puedes canjear por reservas gratuitas en cualquier parador de la red. La Generalitat intentó hace tiempo hacerse con la gestión de los catalanes, aunque todo quedó en un susto. Aiguablava, Vielha, Vic-Sau, Tortosa… Ahora tiemblo por los pactos electorales. Estoy convencido de que la transferencia supondría su final. Tienen una tradición demasiado española. El primero de los cien actuales es el Parador de Gredos, inaugurado por Alfonso XIII en 1928. Fue Manuel Fraga Iribarne cuando era ministro de Información y Turismo en 1966 quien trajo las suecas a las playas mientras los obispos miraban a otra parte (aunque el escándalo sexual lo tenían delante de sus narices) e impulsó la Red de Paradores mediante la recuperación, léase expropiación forzosa, de castillos ruinosos y antiguos conventos. Hay que reconocer que las reformas de los nobles y santos lugares ha sido un éxito incuestionable. Viejas historias de la banca y de la cristiandad. Las inversiones de la Dirección General del Patrimonio del Estado en obras de restauración remodelado y mejora de las instalaciones han sido permanentes desde entonces.

A partir de los años sesenta el turismo fue la gallina de los huevos de oro para la maltrecha economía española. Y lo sigue siendo. Comprueben el descenso de las cifras del paro durante los períodos vacacionales. Lo cual no significa que el servicio hostelero en general mejore. Según fuentes sindicales del sector, hay en estas fechas una elevada oferta de trabajo estacional, pero al revés de lo que predicen las leyes del mercado, los salarios son famélicos: mil euros al mes, ni siquiera el salario mínimo, por jornadas de doce horas y un día libre a la semana. El joven en paro del gremio ni se lo plantea. Muchos bares, terrazas y chiringuitos están a reventar, pero con camareros improvisados, desbordados, poco dispuestos a la atención rápida y amable. Al final, harto de esperar, desconectas, te largas echando humo por las orejas y acabas por comprarte un pollo asado grasiento. Lo contrario es el restaurante del parador. Puedes elegir la hora y la mesa al aire libre o acondicionado. Servicio esmerado y profesional. La carta está muy cuidada, siempre de inspiración regional, y la relación calidad-precio es excelente. Si lo planificas con tiempo puedes tener alojamiento en habitación con cama doble, garaje, piscina, desayuno con un variado buffet y media pensión (comida o cena) por 200 euros al día en temporada alta. Si te aplicas en el desayuno (un cocinero te prepara en el acto todo tipo de platos mañaneros) te ahorras la comida; luego cenas pronto para que la digestión sea más llevadera. Prefiero una semana confortable a quince días pasando calamidades.

La antítesis de los paradores reformados y la versión más oscura del llamado milagro español, ha sido el desmadre urbanístico en las costas de Levante y Andalucía. La falta de planificación, el compadreo especulativo y los sobres abultados a cambio de licencias municipales es una constante universal como la ley de la gravedad. Cito Los Episodios galdosianos:

Cuando se me presentaba alguno en cuya facha conocía yo que era hombre de posibles, mayormente si venía de provincias con cierto cascarón de inocencia, lo recibía cordialmente, nos encerrábamos, conferenciábamos a solas, le persuadía de la necesidad de tapar la boca a la gente menuda de las oficinas, conveníamos en la cantidad que me había de dar, y si se brindaba rumbosamente a ello, cogía su destino. Siempre era una friolera, obra de diez, doce o veinte mil reales lo que cerraba el contrato, menos cuando se trataba de una canonjía, pensión sobre encomienda u otro terrón apetitoso, en cuyo caso había que remontarse a cifras más excelsas. Si nos arreglábamos, se depositaba la cantidad en casa de un comerciante que estaba en el ajo, y después yo me entendía con los superiores, si no me era posible despachar el negocio por mi propia cuenta.

Un pariente del negocio del ladrillo teorizaba que una cierta corrupción sistémica en el capitalismo es necesaria para crear beneficios, riqueza y empleo. El problema es que siempre se les va la mano, acaban en la prensa, menos en los juzgados y pocos en la cárcel. En un pueblo de veraneo gaditano, donde recalé varios años, pregunté los precios de los chalés en una céntrica agencia inmobiliaria. ¿Quiere ver los de construcción legal?, me preguntó el encargado. Se rio al ver mi cara. ¡Inocente, inocente! A esto hay que añadir el trasiego alegal de las agencias que alquilan pisos por menos de una semana donde diez veinteañeros hacinados ni duermen ni dejan dormir. O los resorts o complejos hoteleros de pulsera, karaoke, borrachera, salto mortal a la piscina y violación de madrugada. Me cae mucho mejor, aunque no es lo mío, el turismo de camping o el de autocaravana.

El paisanaje de paradores tanto en temporada baja como alta es un ejemplo de europeísmo cosmopolita, Ortega lloraría de emoción. En temporada baja, con ofertas inmejorables, se pueblan de apacibles jubilados. En temporada alta, predominan los matrimonios con o sin hijos. Algunos jubilados repiten, ahora en el papel de abuelos. Son frecuentes las rutas radiales. Por ejemplo, en la zona centro, prescindo de la consabida costa, puedes recorrer los paradores de Chinchón, Alcalá, Toledo, Gredos, Cuenca y Teruel. Es un turismo fluido, itinerante, distinto del estancado de muchas zonas costeras colonizadas por urbanizaciones donde los extranjeros se han apropiado del pueblo hasta el punto de que los carteles de las fiestas, la pizarra de los bares y la carta de los restaurantes no están escritos en español. Otro tanto ocurre con los precios de los supermercados y las tiendas. En ciertos sitios no eres bien recibido, te sirven con desgana y te miran incluso por encima del hombro. Tienes la impresión de no compartir la misma realidad. ¡A correr a España! parecen indicarte. Son guetos de la clase media, pretenciosa y burguesa de las grandes ciudades europeas. Al caer la tarde, cuando se van a tomar una cerveza al parador del pueblo se dejan las ínfulas en la puerta.

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