No hay en Nietzsche una negación de la religión en sí misma, sino
un ajuste de cuentas con las religiones monoteístas, en especial, el judaísmo y
el cristianismo por considerarlas contrarias a la vida, un concepto
romántico demasiado ambiguo y abarcador; prácticamente todos los ámbitos de la
cultura europea del siglo XIX recibieron de un modo u otro la denominación de
vitalistas: las ciencias naturales, la literatura, la historia, la psicología…
El vitalismo nietzscheano subraya la dimensión biológica del hombre: la
corporalidad contra su antónimo; la salud, de la cual el pensamiento
siempre es deudor; los sentidos, increíblemente perfectos y
precisos, sin los que ni el arte ni la ciencia hubieran sido posibles;
los instintos, única guía infalible de la condición humana.
Es más, hay manifestaciones religiosas como el politeísmo griego en el que
los dioses olímpicos encarnan y afirman las fuerzas elementales de la vida,
como el amor o el odio, el deseo o el rechazo, el perdón o la venganza, la
compasión o la crueldad. Nietzsche siempre tuvo presente en su crítica al
cristianismo la versión protestante, una religión de la subjetividad basada en
la profunda interiorización de sus principios teológicos. El protestantismo
es una experiencia religiosa permanente o total: el protestante es
cristiano siempre, en cada hora y en todos los ámbitos de su quehacer, mientras
el católico sólo lo es a tiempo parcial y en señaladas
ocasiones, normalmente rituales.
Por oposición al protestante, el cristianismo católico es para Nietzsche
una religión de la exterioridad, de la sublimación de los aspectos externos del
culto, como la liturgia, las imágenes, el arte sacro, los templos, el lujo y el
ornato, el poder temporal y la jerarquía. Nietzsche
manifiesta su entusiasmo por el carácter aristocrático de la Iglesia Romana.
Los Borgia, la teocracia pontificia. Roma pertenece al Vaticano, no al revés.
Nietzsche alaba y
respeta la figura histórica de Jesús (v. El anticristo). Sus
ataques se dirigen más bien a San Pablo, autor doctrinal del cristianismo tal y
como lo conocemos. El cristianismo paulino inventó los conceptos del
Dios-hombre, el Espíritu Santo, el alma inmortal como dogmas contrarios a la
vida. Pablo de Tarso (un vagabundo neoplatónico) era un charlatán, un
embaucador que enturbió el mensaje original de la comunidad
cristiana. Imaginó un más allá trascendente para propagar la falsedad del
antropocentrismo. En realidad, el hombre es una especie que lleva muy poco
tiempo instalada en la infinitud del universo, apenas unos segundos a escala
cósmica; su aparición y desaparición no supone nada para el infinito juego del devenir. Ideó un tiempo escatológico para
suprimir la teoría del eterno retorno inspirada en las cosmologías cíclicas de
los Presocráticos que concibe el universo como un despliegue cíclico ausente
de cualquier propósito o finalidad. Creó los valores degradados de la caridad,
la compasión, la humildad, la abnegación, la obediencia y el sacrificio para
debilitar la voluntad de poder. Dionisos contra el crucificado es
el lema de Nietzsche. Por otra parte, la religiosidad como manifestación contraria a la vida no sólo se manifiesta en la
tradición judeocristiana, sino que se prolonga en la proliferación de iglesias
terrenales, como aquellos que creen ciegamente en el progreso indefinido de la
humanidad, los hechos definitivos del positivismo, la diosa materia como único
nivel de realidad o el paraíso socialista. El socialismo es considerado por
Nietzsche como una forma inferior de cristianismo.
La contrapropuesta a la concepción
cristiana es la idea de la muerte de Dios: El
hombre no necesita del Dios de las religiones monótonoteistas, se
trata de una ilusión metafísica que se sitúa al comienzo de toda manifestación
de la vida, cuando debería ir al final o simplemente no ir en ninguna parte. La
consecuencia de la muerte de Dios es el nihilismo, el anonadamiento antropológico y cultural tras el desenmascaramiento de las ideas metafísicas (la Verdad, el Bien, la Cosa en Sí) y los valores decadentes del judeocristianismo. El nihilismo es
el vacío que queda cuando las palabras que sustentan la cultura occidental se
convierten en un inmenso columbario. El nihilismo es la inanidad del hombre desorientado,
privado de la voluntad de vivir porque carece de respuestas al sentido de la
vida y prefiere creer en nada.
La superación del nihilismo es el superhombre cuyos
valores supremos son la fidelidad al sentido de la tierra, la aceptación del
eterno retorno y la plenitud de la voluntad de poder. El superhombre, un tránsito
y un ocaso, simboliza la superación de la decadencia de occidente (una
teoría recurrente desde la caída del Imperio Romano hasta nuestros días). Su
obra más ambiciosa Así habló Zaratustra, concebida como
una anti-Biblia, es una inversión total o transvalorización de todos los valores. No
hay que identificar al superhombre con un tipo racial, no se trata de una raza
superior, sino de un arquetipo cultural. El superhombre debe ser entendido como
el itinerario posible sin concreción histórica de la disolución y
renacimiento de la cultura occidental. Un final inevitable en la rueda del
tiempo, aunque su emergencia aparece finalmente sumida en el misterio de un
futuro que Nietzsche consideró que no era siquiera imaginable.
En su obra Así habló Zaratustra Nietzsche se aproxima a la intuición del superhombre mediante la metáfora de las tres transformaciones: Primero, el espíritu humano es el camello, que se arrodilla y recibe la suprema carga de las ideas metafísicas, los valores morales y las creencias religiosa, en las cuales languidece, se anonada y se pierde. Después, el espíritu respetuoso y sumiso, cansado del engaño, se convierte en león, arroja con fuerza, lejos de sí, la pesada servidumbre de las mentiras que soporta sobre sus hombros y se convierte en el gran negador, en el gran destructor, en el lúcido iluminador que desenmascara los engaños perniciosos de la tradición occidental. El león contrapone al tú debes de la obediencia el yo quiero de la voluntad de poder. Finalmente, el valor de la libertad como creación de valores deja paso al valor supremo de la inocencia. El león se convierte en niño. Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que gira por sí misma, un primer movimiento, un santo decir “sí”. El niño es el umbral, la puerta a esas mil sendas que no han sido recorridas, mil formas de salud y mil compensaciones ocultas en la vida...
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