Telépolis

lunes, 4 de febrero de 2019

Masculinidad mimética



Una de las conductas más resbaladizas y extendidas entre las mujeres, sobre todo las jóvenes, es lo que se puede denominar “masculinidad mimética”. Se trata de un proceso de imitación de rasgos asignados tradicionalmente por la cultura occidental a los varones. Esta mímesis comporta una constelación de representaciones identitarias cuya función explícita puede ser la aspiración a la “igualdad de los sexos” pero cuya función oculta es la reproducción de actitudes machistas; o lo que es peor: un homenaje involuntario al machismo. Las feministas ortodoxas lo tachan de mascarada. Hay ejemplos que proceden de la vida cotidiana: chicas que dicen los mismos tacos y expresiones que sus amigos de la pandilla, es decir, se apropian de la jerga de la horda y la remedan. ¡Cuidado con la manada, huye mujer de sus ojos de serpiente! Entre ellas pueden decirse: ¡No me toques los huevos! Copian los gestos masculinos de la cara, brazos y piernas, también los obscenos e incluso se pelean como machos en celo. Beben y fuman igual que ellos, o sea, los imitan. Visten sudaderas con capucha y logotipo, cazadoras paramilitares, camisas blancas de boda, cinturones de leñador y zapatones deportivos. Llevan gorras de visera puestas al revés o sombreros con cinta, un reloj enorme que mide casi todo y gafas de sol redondas con cristales negros. Tras este mundo de imágenes y fantasías, al final, siempre surge el negocio: la tendencia es aprovechada por las grandes firmas de la moda o por los salones de belleza unisex.


Parece como si estas jóvenes aprendices de varón dieran la razón al fundador del psicoanálisis cuando hablaba del complejo de castración en el Edipo femenino y el deseo simbólico de la mujer de tener pene. También me recuerda el mito griego de Hermafrodita. Y en términos hegelianos, si la figura de la conciencia es el machismo, la negación de la negación.

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