Telépolis

viernes, 12 de febrero de 2021

Arquetipos 1. Las dos Españas



Para la psicología profunda de Jung, uno de los maestros del psicoanálisis, un arquetipo es una figura simbólica pero activa de la mente. Son modelos universales de conducta grabados en el inconsciente colectivo de la humanidad. Deben ser entendidos como imágenes arcaicas que se presentan en todas las culturas; se trata de patrones ancestrales que en función del contexto histórico adquieren contenidos propios. Tampoco hay que confundir los arquetipos con ese variado catálogo de estereotipos gastados que nacionales e internacionales se aplican mutuamente y que son más bien el resultado del ingenio popular, la envidia o la antipatía secular. En todo caso, esos tópicos sociales pueden proceder de manera más o menos inconsciente de ciertos arquetipos primordiales. Ocurre con el refranero o los cuentos infantiles. A lo largo de su obra, Jung estableció una ingente cantidad de figuras, eventos o motivos arquetípicos (que se pueden consultar en cualquier libro, revista o artículo especializado, incluida Wikipedia).

Aquí nos interesa uno de los arquetipos más arraigados en nuestra idiosincrasia nacional: Las dos Españas.   

En los países cuya forma de gobierno es la democracia representativa es posible determinar dos ideologías contrapuestas (republicanos y demócratas, conservadores y laboristas, liberales y socialistas, democratacristianos y socialdemócratas, etc.). Derecha e izquierda, un arquetipo. Tiene incluso connotaciones anatómicas positivas o negativas. Durante mucho tiempo se estigmatizó a los zurdos; una práctica muy extendida era obligarlos mediante la inmovilización a utilizar la mano derecha. Según cuentan las crónicas, durante la Edad Media La Inquisición consideraba la zurdera obra del maligno, por lo que fue causa de persecución, encarcelamiento e incluso de condenas a la hoguera. Jesucristo en la Biblia está sentado a la diestra del Padre… Genios como Albert Einstein, Leonardo Da Vinci, Beethoven o Miguel Ángel o deportistas como Lionel Messi, Rafa Nadal o Iker Casillas lo hubieran pasado mal en aquellos tiempos tenebrosos.

El arquetipo superior en la escala es Los hermanos hostiles, eminente tema bíblico (Caín y Abel, Esaú y Jacob), literario (Antígona, Los hermanos Karamázov) o cinematográfico (Rocco y sus hermanos, Ran). Más arriba en la jerarquía está El héroe (Moisés en la Biblia; cualquiera que haya leído Línea de fuego, la última novela de Pérez Reverte o haya visto la serie Juego de tronos entenderá lo que quiero decir). En el escalón superior está el arquetipo de La madre, que se refiere simbólicamente a la tierra natal, al lugar de nacimiento y procreación, al país, a la patria, al suelo nutricio. La guerra civil: una lucha fratricida heroica por defender a la gran madre.

El arquetipo de las dos Españas todavía sobrevuela la vida nacional. Posiblemente comenzó a fraguarse antes, pero se consolidó tras la Guerra Civil. La memoria colectiva de la posguerra ha sido crucial en su arraigo definitivo. La afirmación de que hay algo peculiar, anómalo, extraño en la democracia española es cierta. La Constitución del 78 es de las más avanzadas de Europa. Configura un Estado de las Autonomías con unas competencias más que suficientes; las denominadas nacionalidades históricas tienen un margen de autogobierno prácticamente equiparable a un Estado federal. Sin embargo, la ruptura social, la brecha ideacional en la sociedad civil, incluidos los nacionalismos, no se ha superado. La transición de la dictadura a la democracia, que contó con el concurso de una clase política eficiente, consiguió encubrir viejos rencores, aplazar afrentas, allanar la senda del olvido… pero el arquetipo sigue presente en el acervo colectivo. El arquetipo puede ser reprimido, empujado hacia el inconsciente, pero una y otra vez retorna bajo distintos rostros y disfraces. El franquismo sociológico (un arquetipo dentro de otro) no ha desaparecido. La teoría orteguiana de las generaciones no funciona porque las ideas fundacionales de los vencedores, aunque convenientemente adaptadas a la nueva forma de gobierno, se han trasmitido con una fuerza imprevisible. Un superego insalvable. La familia latina es un poderoso agente socializador. Por su parte, los vencidos, con las mismas condiciones de transmisión de valores, no han renunciado a esclarecer los trágicos acontecimientos que ocurrieron al finalizar la guerra y a reclamar una visión histórica convincente, además de enterrar a sus muertos. El traslado de los restos de Franco del Valle de los Caídos es un ejemplo cabal de la vigencia del arquetipo. El arquetipo de El padre resucita y reclama sus derechos adquiridos…

En cualquier país europeo ante la crisis de emergencia que sufrimos, izquierda y derecha habrían concertado un gobierno de concentración nacional de color tecnocrático. Por decirlo así, una prolongación de las soluciones científicas a la pandemia y a la política, si es que eso es posible. Pero no: aquí los debates parlamentarios son una triste puesta en escena de las dos Españas. Narcisismo, crispación y ventilador. El arquetipo dirige las sesiones y oculta la realidad. Síntomas de una neurosis colectiva. Quizás, si algún día llega la normalidad, será preferible que sigan abordando los problemas por videoconferencia.

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