El origen etimológico de la palabra “libertad”
lo encontramos en el latín libertas, libertātis. Designa la
condición de los individuos que son libres política y jurídicamente por
nacimiento (ingenui) o por manumisión (liberti) con plenos
derechos de ciudadanía. La Real Academia de la
Lengua la define, en su primera acepción, como la Facultad natural que tiene
el hombre de obrar de una manera u otra, y de no obrar, por lo que es
responsable de sus actos. Demasiado general y anticuado. La expresión facultad
natural que tiene el hombre requiere más aclaraciones y arrastra nuevas preguntas.
El fondo del problema
es que el término “libertad” es polisémico. Se usa con distintos significados genéricos, individuales y colectivos: libertad física, libertad personal, libertad moral, libertad
creadora, libertades civiles, libertad económica… Sin contar con los usos puntuales
del lenguaje en incontables contextos semánticos, entre otros el político: por
ejemplo, las reiteradas versiones castizas del término “libertad” que
intercala la presidenta de la Comunidad de Madrid en todas sus intervenciones;
parece que quisiera unificar en una palabra mágica todos los significados. Libertad al estilo de Madrid, como el chotis del
Elíseo.
El término
“libertad” es un concepto metafísico, como razón, voluntad, o conciencia
moral. El desafío consiste en reducirlo a términos empíricos o científicos.
Después de todo, el cerebro no es algo fuera de la naturaleza. Desde un punto
de vista fisicalista lo que entendemos por libertad es la imposibilidad de
controlar las ilimitadas variables dependientes que intervienen en la conducta
humana. Traducido a la teoría del caos: somos libres porque nuestra
conducta es un sistema dinámico inestable cuyas consecuencias, incluso a corto
plazo, son impredecibles ya que variaciones mínimas en las condiciones
iniciales de cualquier acción pueden implicar grandes diferencias en sus
consecuencias a corto plazo (no digamos a medio y largo). Recurramos a la
paradoja medieval del asno de Buridán: si en una habitación vacía, homogénea y oscura
colocamos dos haces de heno exactamente iguales a la misma distancia de un
asno, cuando encendamos la luz el animal se moriría de hambre porque no tendría
un motivo más fuerte para elegir uno u otro. El asno finalmente se
alimenta porque siempre hay variaciones mínimas. La elección del asno es la
mejor definición de libertad que conozco.
Nuestro cerebro
no está preparado para conocerse a sí mismo. Ni siquiera el de un pollino famélico.
El desarrollo de la neurociencia, la inteligencia
artificial y la supercomputación nos permitirán conocer mejor el órgano central
del conocimiento y el fundamento (no se me ocurre otra palabra) de sus decisiones
libres. Sabemos más o menos las preguntas: qué es la mente y los estados
mentales (por ejemplo, la sensación de libertad), qué son el inconsciente y los
sueños, por qué el cerebro es capaz de jugar al ajedrez o escribir el Quijote, pero
no disponemos aun del marco teórico ni de la tecnología para encontrar respuestas
medianamente convincentes. Leo en una revista de divulgación científica en la
antesala del dentista:
El cerebro es
un biosistema o computadora biológica con dos tipos de propiedades: las
resultantes (biológicas, neurológicas) que poseen por separado los componentes
del sistema (neuronas, árboles de neuronas, áreas cerebrales) y las emergentes
(psicológicas y cognitivas) que sólo posee el sistema cuando funciona
conjuntamente o como un todo. Una sola
neurona, un árbol de neuronas, incluso un área cerebral (como la de la memoria
o la del habla) son componentes del cerebro que por sí mismos no tienen
propiedades psíquicas, pero los cien mil millones de neuronas del cerebro con
más de cien billones de conexiones (10 elevado a 14), interactuando en un sistema único, han conseguido producirlas.
Lo único que propone este embrollo pseudocientífico es que la mente depende del cerebro. Vale. Lo cierto, es que el futuro de la ciencia parece apuntar a la revisión del intocable principio de causalidad y del dogma determinista de la materia. Se vislumbra un nuevo paradigma que comenzó con el principio de incertidumbre y la física cuántica. Intuimos “una naturaleza más libre”. Por el momento debemos conformarnos con asociar el concepto de libertad a los distintos ámbitos de la razón práctica: a la ética (presupuesto necesario de la moralidad), la política (derechos y libertades públicas), la estética (el arte como el reino de la libertad), la teología (el libre albedrío y el valor de las obras para la salvación personal) e incluso a la retórica (convencernos de que somos libres por tomarnos unas cañas con los amigos en la terraza del barrio).
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