Hay un desinterés general por una disciplina clásica que merece ser tratada con mayor respeto y atención: la retórica. En parte se debe a los tópicos negativos y a los usos y abusos que injustamente se le achacan. Lo cierto es que fuera de la academia se recurre con frecuencia a sus fecundos ardides, lo mismo que se recurre en numerosos contextos al argumento probado o a la discusión jacobina: por ejemplo, en las tertulias futboleras, en el Parlamento o en las broncas de Nochebuena con los cuñados. En la vida diaria, lógica, dialéctica y retórica se mezclan de un modo intuitivo, espontáneo: son los ingredientes de la salsa trabada de la comunicación verbal.
La acepción que aquí me interesa es la que expresa mejor su sentido etimológico: la palabra "retórica" proviene del griego rhetorikè téchne, es decir, el arte del hablar en público y se refiere a la práctica de un discurso convincente. La expresión latina ars bene dicendi que se puede traducir en versión libre como reglas de la elocuencia tiene el mismo significado. La Real Academia Española de la Lengua la define así en su primera entrada: Arte del bien decir, de dar al lenguaje escrito o hablado eficacia bastante para deleitar, persuadir o conmover. Recoge literalmente la expresión latina, pero añade nuevos matices textuales y literarios. En cualquier caso, la retórica tiene menos que ver con el qué se dice, con el contenido o materia del discurso, y más con el cómo del decir. El objeto de la retórica no es la verdad científica cuyo lenguaje es unívoco e intocable, sino con la construcción de un lenguaje persuasivo, elegante, expresivo, capaz de plenificar los argumentos, divertir, emocionar o sorprender mediante la palabra hablada o escrita.
Es preciso hacer
un breve recorrido por la historia antigua y medieval para entender mejor el lugar
de la retórica en la cultura europea. El progreso cultural de la polis ateniense
durante el siglo V a.C. (la ilustración griega) trajo consigo nuevas
necesidades sociales. En Atenas no había una educación reglada (centros
estatales de enseñanza, cuerpo de docentes, ciclos formativos, titulaciones)
por lo que los sofistas ocuparon ese vacío institucional; fueron los primeros
educadores de Occidente y deben ser considerados como los precursores de los
actuales profesores al dedicarse a la transmisión remunerada de conocimientos.
Son hombres cultos procedentes de distintos puntos de Grecia que ofrecían a cambio
de dinero enseñanzas útiles para triunfar en la vida pública. La evolución
política de Atenas hacia la democracia supuso la aparición de un nuevo valor:
el éxito social; todos podían aspirar a conseguirlo en virtud de sus
méritos personales. Los sofistas eran maestros capaces de instruir a los
atenienses en los medios para lograrlo. Enseñaban a convencer a sus
conciudadanos en la Asamblea mediante el uso retórico del lenguaje para influir
en la vida pública. Los dos sofistas más conocidos son Gorgias (aprox. 490-380
a. de C.) y Protágoras (aprox. 480-410 a. de C.). Pero el verdadero fundador de
la retórica fue Aristóteles: su obra Retórica es un tratado sobre el
arte y los medios de la persuasión. La retórica se contrapone, según
Aristóteles, a la lógica (órganon o instrumento del razonamiento
verdadero) y a la dialéctica (método de la argumentación verosímil). La función
de la retórica es reforzar públicamente el valor de los argumentos probables;
es el altavoz y adorno de la dialéctica.
En la Edad Media el ciclo de la educación escolástica tradicional, desde el siglo VI, se fijó en un Trívium, elemental, que comprendía la Gramática, la Dialéctica y la Retórica, y un Quadrivium, avanzado, que incluía la Aritmética, la Geometría, la Música y la Astronomía. Eran las denominadas artes liberales o estudios propios de las personas libres, contrapuestas a las artes serviles u oficios manuales del pueblo llano. Los grados o títulos universitarios que se podían alcanzar eran sucesivamente el de Bachiller en Artes, Maestro y Doctor. El Trivium se ocupaba de la Lengua. La Gramática enseña cómo es el lenguaje, la Dialéctica a razonar mediante el lenguaje y la Retórica a persuadir mediante el lenguaje. Durante la Escolástica la lógica formal aristotélica, la silogística, pasó a un segundo plano por su inutilidad en las disputas teológicas. Es sugerente señalar la proyección histórica de los curricula medievales en varios aspectos: la división entre letras y ciencias; la superior valoración académica y profesional de las titulaciones científicas; la inferior consideración social de los módulos de Formación profesional frente a los estudios de Bachillerato dirigidos a la Universidad; la evidente analogía entre los títulos universitarios medievales y los actuales: licenciado, licenciado de grado, doctor.
Los profesores
de Lengua y Literatura de Enseñanza Secundaria deberían incluir dos nuevas
actividades a fin de pulir la expresión oral y escrita de sus alumnos: proponer
algún tema que les pueda interesar (ardua labor, por cierto), por ejemplo, el
uso del VAR en el fútbol o la posibilidad de usar el móvil en los exámenes. En
el primer caso, dos alumnos (me niego a utilizar el lenguaje inclusivo),
siempre a título individual, deberán convencer con su verbo fácil al resto de
la clase, uno de la tesis y otro de la antítesis del tema. En el segundo caso,
un grupo reducido de alumnos -tampoco conviene sobrecargar al profesor-
defenderá por escrito con prosa fluida la conveniencia de la segunda
proposición y otro de la contraria. No importan las creencias, ideologías o
valores sino solo la capacidad de montar y desmontar convicciones envolventes.
Se trata de una logomaquia, de un juego lingüístico, que una vez concluido se
puede enviar a la papelera de reciclaje: debe, pues, por así decirlo, tirar
la escalera después de haber subido.
Antes citábamos
el papel de la retórica en la política. Cuando en los debates prelectorales aceptamos
sin sectarismos que ha ganado tal o cual candidato suele ser la retórica y no
las consabidas diatribas ni las estadísticas de cartón las que inclinan la
balanza del espectador y el desplazamiento del voto. En los cara a cara
finales, el ingenio, el sentido del humor y la ironía hacen estragos en las
urnas. Hay otros ámbitos en los que la retórica tiene un papel destacado: la
forma en que el médico le cuenta al paciente que su tumor no era tan benigno
como parecía; el abogado que manipula al jurado con sofismas emocionales, figuras
retóricas y peroratas de libro; también la retórica del humorista es
indispensable en la preparación del buen chiste. Tres ejemplos más cultos. Los apasionados
diálogos de Romeo y Julieta son paradigmas del uso retórico del lenguaje
literario. El dúo del Acto I de la ópera Don Giovanni de Mozart, Là ci
darem la mano, entre Zerlina y el noble libertino es una hermosa muestra de
los recursos retóricos de la seducción. El Tractatus Logico-Philosophicus
de Ludwig Wittgenstein nos fascina no por su contenido, una exposición ortodoxa
de las tesis del atomismo lógico, sino por el aura mística, rebuscada y
puramente retórica de sus profundas (pero trasparentes) proposiciones.
Los algoritmos que programan el aprendizaje de la comunicación lingüística y la generación automática de respuestas en modelos como el GPT-3 (Generative Pre-trained Transformer 3) que maneja 175.000 millones de parámetros de entrada, recurren a la Gramática (sintaxis, morfología, semántica y pragmática), la dialéctica (comparación o refutación de puntos de vista) y a la retórica (aptitud para conducir direccionalmente la interacción comunicativa). O sea, una versión digital del Trivium. Se trata de programas de ingeniería social entrenados para mantener conversaciones y responder de forma coherente, discrepante o convincente a cualquier tema que un humano le proponga. Los chats que yo he leído son una versión avanzada del diálogo para besugos. También son capaces de producir “textos multitemáticos”, incluso poéticos, “difíciles de distinguir de los escritos por personas”. Obviamente, la pregunta es qué entendemos por poesía. Por el momento son pastiches de primero de secundaria. El metaverso, la tecnología 6G, los chats IA o los computadores cuánticos marcan los límites de la tecnociencia actual. Su alcance, según los expertos, es todavía difícil de predecir. Esperemos que no sean los signos del fin de los tiempos.
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